Sobre líneas torcidas

Domingo IV de Adviento, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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"La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo porobra del Espíritu Santo". San Mateo, cap.1.

De ciertos mártires se ha escrito que avanzaban con alegría hacia los tormentos. De otros santos que, ante una grave dificultad, entraban de inmediato en éxtasis. De otros más, que buscaban a toda costa los dolores y las contradicciones.
Tales hagiógrafos talvez emborronaban cuartillas para lectura de la corte celestial, pues al común de los mortales historias de esa laya poco nos motivan. Aunque seguimos creyendo que Dios nos acompaña en toda circunstancia.

Pero a la vez nos preguntamos: ¿Por qué el Señor no facilita las cosas a quienes se empeñan en servirle? ¿No pudo evitarle, por ejemplo, al padre legal de Jesús, su perplejidad frente al embarazo de María. Nos dice san Mateo que, "estando desposada la Madre de Jesús con José, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo".
Amarga problemática para un hombre justo: Confiaba absolutamente en su 
prometida. ¿Pero alguien la habría forzado? ¿Quizás durante aquel viaje a Ainkarim para ver a su prima?. 
¿Por qué él no se animó a acompañarla?.
En el relato de la visitación que trae san Lucas no aparece José.

Además la ley judía ordenaba apedrear a las adúlteras. Lo cual hacía cavilar de modo cruel a este joven, que tendría entonces unos dieciocho años. La imagen de un José ya viejo y casi inútil no concuerda con su delicada misión. ¿Pero qué aportaba al plan de Dios la angustia de este buen israelita?.

Desde nuestra orilla sólo alcanzamos a creer que Dios escribe derecho sobre líneas torcidas. Aunque entendemos que cuando Dios se encarnó, no transformó a su favor todas las circunstancias humanas. Sencillamente se hizo hombre. Y un viejo aforismo teológico añadía: "No hay que multiplicar los milagros sin necesidad".
El desconcierto de José es del todo explicable. ¿Debía delatar a su prometida?. Pero él no podía imaginar mancha alguna en aquella joven, a quien las futuras generaciones llamarían bienaventurada.

Entonces decide huir. Buscaría asilo donde algunos parientes o amigos lejanos. El cambio de paisaje podría sanar su corazón.

En tal momento, el Señor viene en ayuda de aquel atribulado esposo. 
Como pedimos y esperamos que lo haga también con nosotros. Un enviado de Dios le habla entre sueños. De este modo los judíos, por respeto a Yahvé,
señalaban los mensajes de lo alto. "José hijo de David, le dice un ángel, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay ella viene del Espíritu Santo". Y el evangelista nos tranquiliza al término de su relato: "Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a María a su casa".

Los creyentes nos esforzamos a diario en descifrar, sobre los sesgados renglones de la historia, qué nos dice el Señor. Con una condición: A veces leeremos y no comprenderemos. 
Porque en la fe ocurre igual que en la mayoría de las ciencias: No es obvia la temática. Entonces es necesario volver sobre el mismo párrafo, orar mucho y aún pedir ayuda a otros de mayor experiencia. Pero todo al final saldrá bien, porque procede del corazón de Dios.