Nuestro propio misterio 

Domingo IV de Adviento, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“”El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una Virgen llamada María”. San Lucas, cap. 1. 


De Nazaret, una aldea que el Antiguo Testamento nunca menciona, nada sabríamos, si el Señor no hubiera enviado allí a un ángel que saludara a una joven. 

El poblado de unas cincuenta casas al rededor de una fuente, no gozaba además de buena fama: “¿De allí puede salir algo bueno?”, pregunta Natanael cuando Felipe le habla de Jesús. Y un adagio popular aseguraba: “A quien Dios castiga le da por esposa una mujer nazaretana”. Sin embargo este villorrio ofrecía abrevadero y descanso a las frecuentes caravanas que iban hacia el norte. Para crecer entre nosotros Dios hubiera podido escoger otro lugar de más categoría.

Actualmente Nazaret es una bella ciudad que sobrepasa los 30.000 habitantes. El árido paisaje de hace dos mil años cedió el paso a fértiles campos, donde crecen higueras y olivares. 

Algunos defienden como histórico el relato de la Anunciación. Otros lo señalan como una leyenda inventada por san Lucas, para remediar los vacíos sobre la infancia de Jesús. Pero cabe una solución intermedia: Hubo un acontecimiento real, embellecido por el evangelista, para enseñanza de los creyentes. 


En ninguna otra página del Evangelio, dice Martín Descalzo, “encontramos tantos hechos extraordinarios, tantos sueños, tanto ir y venir de ángeles”. Probablemente el evangelista tuvo a la mano una especial fuente literaria. 

El texto afirma que el ángel entró a donde estaba María. Ella se encontraría en su casa, si así pueden llamarse esos albergues que los historiadores nos describen. En cambio, la tradición oriental ubica la escena en la fuente, a donde acudían cada mañana las mujeres del pueblo.

Pero este escenario no gusta a los poetas y a los pintores. Fray Angélico elegirá para su cuadro un pórtico medieval, que se alza sobre un delicioso jardín. Olvidan los artistas que el Señor hace las cosas bien, pero no le preocupa inútilmente el decorado. 

El ángel trae de parte de Dios una propuesta. La Virgen la analiza con madurez, iluminada por su fe judía, y luego acepta. En ese instante la historia comienza un nuevo rumbo. Goza la humanidad de un nuevo destino.

Se ha dicho que “en la vida de cada hombre, de cada mujer, hay un secreto. Pero la mayoría de ellos mueren sin llegar a descubrirlo”. Nuestra Señora podría contarnos que aquel día, ella descubrió su secreto: “Llena de gracia, el Señor está contigo”. “La fuerza del Altísimo te cubrirá son su sombra”. 

Si el hecho fue visible, María dialogaba sencillamente con un joven. El piadoso recurso de las alas lo ha inventado nuestra fantasía. Pero si todo sucedió en lo interior de la Virgen, ello ocurrió como dice un autor, “a la altura del corazón”.

A la altura del corazón es donde nosotros podremos también descubrir nuestro secreto: Dios nos ama. Lo cual suena mejor en singular: Dios me ama. Dios se hizo hombre para que comprendiéramos por fin su amor, su cercanía. 

Según la tradición china, Lao-Tse permaneció en el seno materno durante setenta y dos años. Al nacer, tenía ya arrugada la piel y blanquecinos los cabellos. Muchos bautizados vivimos toda nuestra vida en estado de gestación. ¿Cuándo descubriremos nuestro propio misterio?