Preludio en Si Menor

Domingo IV de Adviento, Ciclo C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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 “En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”. San Lucas, cap. 2.

La piedad popular reunió variados piropos en honor de la Virgen María, para formar las Letanías Lauretanas, así llamadas porque nacieron cerca de Loreto en Italia. Y una de aquellas invocaciones llama a Nuestra Señora, “Arca de la Alianza”.

Parece que San Lucas, al relatarnos la visita de María a Santa Isabel, se inspiró en el traslado del arca, que leemos en el segundo libro de Samuel. El Rey David, asombrado ante esa visita, exclamó: “¿Cómo es que el arca del Señor viene a mi casa?”. “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?, dijo Isabel al saludar a su parienta.

El evangelista no señala en qué aldea vivían Zacarías y su esposa. Pero la tradición la ha llamado Ainkarim, un nombre hermoso que significa “La fuente del viñedo”.

Distaba de Nazaret ciento cincuenta kilómetros, que se podían hacer en cuatro días. Con escala obviamente en la capital, como acostumbraban los judíos piadosos, para orar en el templo y tal vez presentar alguna ofrenda.

Allá en las montañas de Judea, Isabel recitó una alabanza a Nuestra Señora que nosotros hemos unido con el saludo del Ángel, para formar la plegaria mariana por excelencia: “Dios te salve María, llena de gracia”… y “Bendita tú entre las mujeres, bendito el fruto de tu vientre”.

Desde la fe y mucho más desde el arte, hemos embellecido este pasaje, de forma exagerada y tal vez inútil. Porque las cosas del Señor tienen el toque indiscutible de la simplicidad. Cuando Él se hizo hombre aceptó sin remilgos todas nuestras circunstancias.

En consecuencia el viaje hasta Ainkarim lo haría la Virgen Madre sobre un borrico, guiado prudentemente por José. Nada de querubines escoltas, palmeras generosas que ofrecieran sus frutos, o manantiales milagrosos junto al camino. La fatiga normal de un largo viaje por aquellas montañas de Judea. Y san Lucas añade que la Virgen iba de prisa.

María va a tomar las riendas de un hogar, mientras Isabel se prepara a dar a luz en las condiciones previsibles de alguien ya mayor. Se encargaría entonces de guisar los alimentos, aderezar las ropas, cuidar los animales domésticos, recibir las visitas que no siempre son oportunas. Iría con un cántaro a la fuente que todavía existe en el lugar, venerada por los peregrinos. También amasaría el pan varias veces a la semana, como se hacía en los hogares judíos, para cocerlo en el horno comunitario, entre la cháchara de las vecinas.

Nuestra Señora está encinta de Dios, tiene al Creador físicamente en su seno, pero a la vez realiza sus tareas de madre y mujer, esposa y parienta, dentro de lo normal y ordinario.

Con razón la invocamos como Arca de la Alianza, que en tiempos de Moisés, significó la continua presencia de Dios entre su pueblo.

Alguien, que sabía de música, nombra este pasaje de la Visitación con un bello título: Preludio en Si Menor. Preámbulo, en humilde actitud, de “cosas grandes y maravillosas” que Dios hace en favor de los humildes de corazón. Él se hizo hombre y el hombre, en la medida de sus posibilidades, se hizo Dios.