El sentido de un gesto

Solemnidad del Corpus Christi, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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"Dijo Jesús a los judíos: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre". San Juan, cap. 6.

Junto al portal del viejo templo la vendedora de flores ofrece su mercancía. De vez en cuando, mira hacia el interior del recinto sagrado. ¿Pero en busca de qué? Allí vive Dios, aprendió siendo niña en la páginas del catecismo: "Dios está en todas partes, pero especialmente en el Cielo, en el Santísimo Sacramento del altar y en el alma del justo".

Sin embargo no garantizamos que los discípulos hayan entendido el discurso de Jesús, cuando les habló del Pan de Vida. El Maestro apuntaba hacia la Eucaristía, la invención magistral de su programa: Quedarse de manera visible y a la vez misteriosa, entre los suyos. Un proyecto que se hizo real durante la cena de su despedida.: "Tomad y comed, esto es mi Cuerpo, les dijo el Señor. Tomad y bebed, esta es mi Sangre". Pero además: "Haced esto en memoria mía".

El maná que alimentó a los judíos en el desierto, anunciaba este Pan que nos daría Jesús. La multiplicación de los panes y los pescados prepararía a los beneficiados para comprender el poder del Maestro.

Cuando ya el Resucitado se va al cielo, la comunidad cristiana pone por obra el mandato del Señor, como leemos en Los Hechos: "Los creyentes eran asiduos a la enseñanza de los apóstoles, a la fracción del pan y a la oración. Y no había entre ellos ningún necesitado".

Años después, san Pablo escribe los corintios, apoyando esta práctica con su experiencia personal: "Yo he recibido del Señor lo que os he transmitido. Porque él, la noche en que fue entregado, tomó el pan y se lo dio a sus discípulos. Y también la copa después de cenar. Y les dijo: Haced esto en recuerdo mío".

Visto desde un satélite, nuestro planeta se mira tachonado de infinitos templos cristianos. También nosotros aprendimos que allí habita Dios. Pero conviene profundizar en la razón y las consecuencias de esta presencia.

Cuando sobre el altar recordamos a Jesús, lo sentimos presente: "Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos". Aunque vale preguntar: ¿De qué manera? ¿Por qué medios? Pero frente a un amor todopoderoso no conviene investigar sus artificios. Sólo basta aceptar con alegría.

Para recordar la muerte y resurrección de Cristo, apoyamos nuestra deleznable memoria sobre los signos del pan y del vino. La afirmamos sobre el gesto de comer en compañía.

Lo cual nos invita además a compartir la vida, el pan cotidiano, nuestros dones y capacidades. ¿Será un ideal muy remoto que no haya en nuestro entorno ningún necesitado?

Pero además la Eucaristía guarda en su interior un poder todavía más excelente: Dijo Jesús: "El que come de este pan vivirá para siempre". La muerte por todas partes nos acecha. Para ahuyentarla no valen los títulos honoríficos, los valores crediticios, el cariño de quienes nos aman. Ni siquiera las buenas obras. ¿De qué manera el Maestro transformó la muerte?. Hizo con ella, afirma un autor, un trabajo de taxidermia. Como los buenos cazadores que embalsaman las fieras que abaten en el bosque. Y ya no son sus enemigas. Quedaron convertidas en trofeos.