Iniciamos obras

Domingo I de Cuaresma, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“En aquel tiempo Jesús se quedó en el desierto durante cuarenta días, dejándose tentar por Satanás”. San Marcos, cap. 1. 


“Líbranos, Señor de todos los males, pasados, presentes y futuros”, rezábamos anteriormente en la Misa. Otros redactores, menos pesimistas quizás, simplificaron la fórmula refiriéndola sólo a “todos los males”. Donde obviamente se incluye la penúltima petición del Padrenuestro: “No nos dejes caer en la tentación”. Aunque la tentación no es un mal en sí misma, pero encierra peligros inminentes. 

Al iniciar la Cuaresma, los evangelistas nos cuentan que también Jesús sintió en su interior esa ruda tensión entre el bien y el mal. Lo cual comprueba su condición de hombre verdadero. 

El episodio lo trae San Marcos en forma abreviada, sin detallar el número y el objeto de tales tentaciones, como sí lo hacen otros evangelistas. 

Pero captamos que Jesús fue tentado en relación con su tarea de Mesías: O aceptaba un camino lleno de persecuciones y dificultades que culminaría en la cruz. O buscaba un estilo triunfante, muy lejano de nuestra situación de criaturas y de pecadores. Y el Señor aceptó lo primero. 

El relato de los evangelistas no es meramente un texto pedagógico, según señalaron algunos. Al Señor sí lo atrajo el mal, como nos ocurre a nosotros, pero nunca aceptó el pecado en lo más mínimo. “Compartió el peso de nuestras debilidades”, dice la carta a los Hebreos. “Fue probado en todo igual que nosotros”. 

Los cristianos verificamos a cada paso que ser hombres equivale a ser tentados. “Confieso que he vivido” señaló Pablo Neruda. Confieso que he sido tentado y muchas veces he caído en la tentación. Así puede afirmar cada discípulo de Cristo. 

Sin embargo tal verificación no puede amilanarnos. La presencia de Jesús a nuestro lado, de aquel que se “encarnó de Santa María la Virgen… murió, fue sepultado y resucitó al tercer día”, garantiza la acción del Señor en cada uno de nosotros. Nos asegura que el mal no tiene la última palabra. Ni a nivel personal, ni tampoco a nivel comunitario. 

Pero el programa de salvación que Dios ofrece de manera gratuita, exige nuestra asidua colaboración. La cual realizamos cada día, en medio de las muchas tentaciones que nos asedian. 

Durante la Cuaresma, pudiéramos entonces señalar nuestra casa con este letrero: “Iniciamos obra”. Es decir, aquí habita alguien que cree en la posibilidad de ser distinto. Alguien capaz de olvidar su tortuoso pasado. Aquí vive un hijo de Dios, comprometido a no explorar los caminos del mal. Aquí hay alguien amigo de la vida, fanático de la felicidad y de la transparencia.

Aunque sería más exacto escribir: “Dios ha iniciado su obra en nosotros”. Porque durante este tiempo quitaremos los obstáculos que impiden al Señor realizar sus maravillas. Una Cuaresma positiva es aquella en la cual sentimos y comprobamos que Dios derrama en nosotros serenidad, fortaleza, orden, claridad, perdón. 

En la plaza de aquel pueblo olvidado, un árbol gigantesco derramaba su sombra sobre justos y pecadores. Decían que era un samán y un viejo, asiduo inquilino bajo sus ramas misericordiosas, invitaba a los transeúntes a admirar aquel prodigio.

Pero enseguida sacaba de su mochila una semilla diminuta y les decía: Todo empezó así. Lo demás lo hizo Dios con sabiduría y paciencia, a través de los años.