Aunque a cierta distancia

Domingo II de Cuaresma, Ciclo A 

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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"En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano 
Juan. Se los llevó aparte a una montaña alta y se transfiguró ante ellos". San Mateo, cap.17.

"Oh hermosura siempre antigua y siempre nueva", escribió san Agustín, 
luego de haber buscado bondad, verdad y paz en muchos ámbitos. Belleza del Creador que se manifestó en Jesucristo, "en quien habita la plenitud de la
divinidad". Pero comprendemos también que Dios, al encarnarse, ocultó 
su hermosura.

Cuando Jesús sanaba enfermos o multiplicaba el alimento, sus discípulos sentían con claridad que era Mesías.
Pero otras veces lo miraban como un galileo más, sujeto a los trajines ordinarios.

San Mateo nos cuenta que unos días atrás, en Cesarea de Filipos, Pedro confesó al Maestro de manera solemne, como el Hijo de Dios. Pero enseguida, cuando el Señor les habló de su muerte, la fe de los discípulos se vino a tierra. Por lo cual, la experiencia de Pedro, Santiago y Juan ante Jesús transfigurado les restituyó la
confianza.

El relato de san Mateo sobre este acontecimiento no equivale a una lección teológica. Tampoco el evangelista se nos muestra como perito en sicología religiosa, explicando los efectos del hecho en los apóstoles.
Simplemente narra los datos suministrados por alguno de estos afortunados apóstoles, luego de la resurrección del Maestro: "El rostro del Señor resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y aparecieron Moisés y Elías conversando con él". Luego se oyó una voz desde la altura: "Este es mi Hijo predilecto. Escuchadle". La presencia de aquellos dos líderes de la historia judía respaldaba a Jesús como el Enviado de Dios.

Pedro, al igual que otras veces en la historia de Cristo, toma de inmediato la palabra: "Señor, si quieres yo haré tres tiendas. Una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". 
Iniciativa por demás curiosa. Jesús y aquellos dos personajes no necesitaban ningún albergue material. Además de nada le preocupan sus dos compañeros. Con razón san Lucas escribirá luego: "Simón Pedro no sabía lo que estaba diciendo".

Pero el apóstol nos plasmó aquella experiencia de Jesús en una frase admirable: "Qué hermoso es estar aquí".
"Bueno es estarnos aquí", apuntan otros evangelistas.

El padre Gaspar Astete enseñaba que Dios nos creó "para conocerle amarle y servirle en esta vida. Para verle y gozarle en la otra". Aquí vienen dos preguntas: ¿Pedro alcanzaría en el Tabor una visión de Dios tan luminosa, como aquella que gozaremos en el cielo". Además, ¿nosotros tendremos qué esperar hasta entonces?

Tal división entre un antes y un después no es conveniente. Porque una 
fe viva nos adelanta ese maravilloso encuentro.

Podemos imaginar que aquel joven pródigo que regresó donde su padre, 
luego de muchas penurias, también pudo decir: "Qué hermoso es estar aquí".

"Cuando me desnudé ante Dios, cuando confesé sin rodeos mi bajeza, la luz de Dios me tocó el corazón hasta lo más hondo. Una paz indecible me inundó hasta los tuétanos. Y le dije: ¡Qué bueno, Señor, estar aquí". Así
escribió un amigo en su pequeño diario, cuando volvió al Señor.

También nosotros desde nuestra llanura, expuestos a muchas oscuridades, 
aunque no escalemos la montaña, podemos ver y gozar a Dios. Aunque a cierta distancia todavía.