La mujer de las preguntas

Domingo III de Cuaresma, Ciclo A 

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

Sitio Web

 

 

"Llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar y cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial". San Juan, cap. 4.

Cruda y persistente fue la enemistad entre judíos y samaritanos. Los primeros adoraban a Dios en Jerusalén, los segundos en Garizim. Al pie de este monte, se encuentra hoy una aldea de nombre Askar, y allí cerca un pozo, resguardado por una capilla bizantina.

Jesús va de camino hacia Jerusalén. Luego de una extensa caminata, se detiene en territorio samaritano.
"Cansado del camino, está allí sentado junto al manantial", apunta san Juan. Aunque los rabinos de entonces enseñaban: "El agua de Samaría es más impura que la sangre de un perro".

Aprieta el sol del mediodía y una mujer de la vecina aldea llega, con su cántaro al hombro. Mira al desconocido, a quien reconoce como un galileo que va a la capital.

Nada acosa el silencio sino el cubo que, atado a un cordel, golpea el agua en la sima del pozo. La mujer ha llenado su cántaro y ya se marcha. Entonces Jesús interviene, diciéndole: "Dame de beber". De inmediato, ella empieza a blindarse detrás de sus preguntas: "¿Cómo, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?

El Señor esquiva esas viejas discusiones religiosas y políticas. A quien ha venido a buscar agua, le ofrece otra limpia y fresca, "que salta hasta la vida eterna". La samaritana trata de entender, pero a la vez se defiende: "Si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde has de sacarla?".

Bajo los signos del agua y de la sed, Jesús explica su proyecto de salvación. Pero la interlocutora no entiende más allá de su cántaro: "Dame, Señor, de esa agua y así no tendré que venir aquí para sacarla".

Queriéndola elevar a otro nivel, el Maestro le toca el corazón. "Ve, llama a tu marido u vuelve". La que ha buscado durante mucho tiempo paz, compañía, intimidad, sin lograrlo está desconcertada, pero continúa defendiéndose: "Yo no tengo marido". Jesús le responde: "Tienes razón. 
Has tenido ya cinco y el de ahora no es el tuyo". Como quien dice: Has empeñado tu ilusión con media docena de ellos, sin alcanzar lo que buscabas.

La mujer agota sus pertrechos. Se refugia en lo tradicional, en lo externo. Le pregunta al extranjero: Al fin y al cabo ¿vale Jerusalén o vale Garizim?. ¿De qué manera quiere Dios que le honremos?

El Maestro derriba, con una sola frase, la plaza fuerte donde se atrinchera la mujer: "Dios es espíritu y quienes le dan culto han de hacerlo también en espíritu y en verdad".

Aquí se hace patente el Dios que Jesús viene a mostrarnos. Aquel que nos invita a adentrarnos en nuestra intimidad, más allá del calor del mediodía y de todas las fuentes, que no han saciado nuestra sed.
Aviso para quienes nos pasamos la vida esquivando al Señor. Levantando un andamiaje de razones, de distorsionados sentimientos, de irracionales plazos, que retardan el encuentro salvador que Dios ofrece.
El evangelista concluye: La mujer dejó abandonado su cántaro y regresó a la aldea. Les dijo a sus amigos:
"Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Será acaso el Mesías?"