Más hondo, más alto

Domingo IV de Cuaresma, Ciclo A 

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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"Al pasar, Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y los discípulos preguntaron: ¿Quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? San Juan, cap. 9.

Uno de los estanques próximos al templo de Jerusalén se llamaba Siloé, que significa "El Enviado". A ella enviaba su caudal la fuente de Guijón y a tal nombre alude san Juan, cuando presenta a Jesús como el Enviado de Dios.

Luego de untarle barro en los ojos, el Señor manda a un hombre, ciego de nacimiento, a lavarse en aquella alberca. En otras circunstancias los médicos hubieran tratado aliviarlo con sinapismos de hierbas medicinales.
Pero aquí no hubo remedio. Además su familia soportaba un doloroso complejo de culpa. Creían los judíos que cada enfermedad era la consecuencia de un pecado, cuyos efectos se transmitían a los hijos.

Jesús quiere borrar tal sinrazón, por lo cual les dice a sus discípulos: "Éste ha nacido ciego, para que se manifieste en él la obra de Dios".

Unos amigos acompañaron al ciego hasta el estanque. Se lavó allí los ojos y de inmediato pudo ver. ¿Pero quién lo habría curado? Los fariseos lo abordan de inmediato, preocupados por el prestigio de Jesús que iba creciendo día a día. Además, este profeta de Galilea quebranta la ley: Hizo barro con polvo y saliva y
ordenó al ciego caminar más allá de lo lícito un sábado.
El muchacho no sabe responder quién lo curó. Preguntan a sus padres y ellos se amedrentan. Si se declaran seguidores de Jesús, los echarán de la sinagoga. Entonces se defienden: "Este es nuestro hijo y nació ciego.
¿Quién le ha abierto los ojos? Preguntádselo a él, que ya es mayor".

Vuelven los fariseos a interrogar al recién curado, urgiéndole que declare a Jesús como un pecador. El muchacho no es tonto y les responde: "Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé que yo era ciego y ahora veo."

Entonces los enemigos del Señor rechazan de plano al hombre curado: 
"Naciste en el pecado ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?".

Sin embargo, el Maestro vuelve a encontrarse con el joven y le pregunta: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?".
Desconcertado, el muchacho replica: "¿Y quién es, Señor, para que crea en él?" Jesús le facilita la respuesta: "Lo estás viendo. Soy yo, el que te está hablando". De inmediato el antes ciego confiesa su fe en Jesús: "Creo y se postró ante él".

A las pupilas de aquel hombre, antes sumergido en la sombra, llegaron ese día la luz del sol, el color de los pájaros y las flores, los caprichosos volúmenes de las frutas. Pudo mirar el rostro de sus padres y saber que le amaban de veras. Pero faltaba algo que el Señor quería darle también: La capacidad de mirar más hondo y más alto. Es decir la visión de la fe.

Detrás de tantas maravillas que nos rodean, hay Alguien que nos ama. A 
quien a veces no hemos descubierto.
Por lo cual, estos rompecabezas del universo y de la historia se nos 
volvieron insolubles.

Aquel ciego sanado por Jesús, nos invita a nosotros a decir: Creo, Señor. "Creemos que la clave, el centro, el fin de todo lo humano se hayan en nuestro Maestro".