El manifiesto de Jesús

Domingo IV de Cuaresma, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que el mundo se salve. Él no mandó a su Hijo para condenar al mundo”. San Juan, cap.3. 

¿Quien informó al evangelista sobre ese encuentro allá en Jerusalén? Porque allí estaban solamente el Maestro y Nicodemo, bajo una noche arropada de sombras. 


Pero quizás este magistrado judío, que más tarde pidió el cuerpo del Señor para sepultarlo, pudo luego compartir su experiencia de Jesús con los discípulos del Resucitado. 

El diálogo de aquellos dos rabinos se extendió sobre diversos temas, de los cuales san Juan nos presenta un resumen. Aunque resalta en su relato, una idea central que podemos llamar El Manifiesto de Jesús. 

Si el Señor lo hubiera proclamado ante la multitud que le seguía, nadie lo hubiera captado claramente. Si lo hubiera presentado a los Doce, algunos de ellos no hubieran comprendido. 

Resolvió entonces explicarlo ante un hombre que además de honrado, era un judío ferviente: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que el mundo se salve por él. Él no mandó a su Hijo para condenar al mundo”.

En tiempos de Jesús ciertos líderes habían convertido el judaísmo en una telaraña de preceptos, ante un Dios exigente y justiciero. Algo muy lejano de la intención de Moisés y los profetas. 

Pero el Maestro desbarata este esquema, señalando la razón fundamental por la cual Dios se hizo hombre. “Por nosotros y por nuestra salvación”, rezamos en el Credo. Fue enviado por Alguien al cual definirá luego san Juan como Amor sustancial. Y su tarea será hacernos sentir que Dios nos ama. 

Pero este amor no puede ser algo teórico. Ha de ser comprendido y vivido por cada hombre y mujer de cuantos pisamos el planeta. 

Repasamos entonces cómo insiste el Señor en el amor del Padre y en la salvación que Él nos trae. Basta leer las tres parábolas del capítulo 15 de san Lucas: La oveja perdida, la moneda extraviada y el padre misericordioso. Y las frecuentes expresiones de Jesús: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. 

Alguna vez en la vida a cada mortal se le plantea el dilema de creer o no creer. Antes llamábamos ateos a quienes rechazaban todo ideario religioso y el estilo de vida consiguiente. Hoy, apoyados en el Manifiesto de Jesús, vale presentar al hombre contemporáneo otra disyuntiva más honda, más creativa, más conmovedora. Es necesario escoger entre dejarnos amar, o rechazar el amor infinito que Dios ha manifestado en su Hijo. 

Alguien comentaba a sus amigos: Yo hacía treinta y dos años que no pisaba una Iglesia. Pero me detectaron una enfermedad terminal. Entonces busqué a mi párroco, y entre los dos arreglamos la maleta. Ahora me paso las horas diciéndole al Señor que me perdone, pues he sido un gran pecador. 

Otro sacerdote que lo escuchó le dijo: No pierdas tiempo diciéndole al Señor lo que Él ya sabe. Aunque la memoria de Dios en relación con nuestras culpas, dicen que no es muy buena. Trata más bien de sentir todo el amor que Dios te tiene y así podrás aguardar sin angustia el día del encuentro.