Buenos relacionistas

Domingo V de Cuaresma, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Algunos griegos que habían venido a celebrar la Pascua, se acercaron a Felipe el de Betsaida y le rogaban: Queremos ver a Jesús. Felipe se lo dijo a Andrés. Y los dos se lo dijeron a Jesús”. San Juan, cap.12. 


La palabra Decápolis que encontramos a veces en los evangelios, se refiere a diez ciudades cercanas al lago de Genesaret. Fueron ellas surgiendo desde de la muerte de Alejandro Magno en el 323 antes de Cristo, hasta la invasión romana del año 63. Una comarca donde la cultura griega aceptó apenas pocos elementos judíos. Quizás por esto nunca Jesús la visitó. 

Con motivo de la Pascua numerosos extranjeros acudían a Jerusalén. San Juan nos habla de unos griegos que pudieron venir de la Decápolis, o también de otras regiones. Y el evangelista aporta un detalle interesante: Estos hombres se acercan a Felipe, quien se comunica enseguida con Andrés, dos discípulos, con nombres de origen griego. Ellos le presentan al Maestro el deseo de los visitantes: “Queremos ver a Jesús”. 

Pero san Juan deja en suspenso la escena, para poner en boca del Señor un breve discurso: “Ha llegado la hora en que sea glorificado el Hijo del Hombre. Si el grano de trigo no muere queda infecundo”. Y añade el texto que enseguida se oyó una voz del cielo. 

Jesús atendería sin prisa a estos extranjeros. Recordemos cómo trató a los excluidos por el establecimiento religioso de entonces. Lo hizo con Zaqueo, con la mujer pecadora, igualmente con el centurión. De otra parte, los textos evangélicos se formaron luego de sucesivas transcripciones. Pudo haberse perdido algún párrafo donde san Juan contaba la acogida del Maestro. 

Sin embargo, la inquietud de estos desconocidos y los buenos oficios de Felipe y Andrés, nos dan varias lecciones: ¿Sí hemos deseado alguna vez conocer a Jesús?. Algunos pudieron compartir con él por los caminos de Palestina. A nosotros nos toca buscar, según la expresión técnica de los teólogos, el Cristo de la fe. Es decir esa experiencia de Dios que empapa al creyente. ¡Y qué falta nos hace en nuestras pecadoras y dolorosas circunstancias!. 

¿Pero qué hemos hecho de veras para encontrar al Maestro? Cuando nos agita el corazón un anhelo de purificación, de equilibrio, de paz interior, buscamos entonces divertirnos, amar a alguien, dialogar con un orientador. O ejercer ciertas caridades que apagan remordimientos. Son estos paliativos respetables. Pero todo creyente necesita un “cara a cara” con el Señor Jesús. 

De otro lado, es también tarea nuestra relacionar con el Señor a nuestros prójimos. Aquellos dos discípulos supieron hacerlo bien. Y nosotros, ¿a quiénes, de qué forma, en cuáles circunstancias hemos ayudado para que muchos conozcan a Jesús? 

Durante una asamblea pastoral, clérigos, religiosos y laicos se quejaban de la indiferencia religiosa de tantos jóvenes. Surgía entonces la urgencia de presentarles nuevamente la fe. 

Habló entonces la voz de la experiencia. Un laico ya mayor, maestro jubilado, preguntó al auditorio: 

¿Pero qué vamos a mostrarles? ¿Edificios, estructuras, teologías muy bien confeccionadas, una moral de miedo y amenazas?. ¿Una historia eclesiástica que pretendemos sea gloriosa en todos sus momentos?. De ninguna manera. Lo esencial es acercar a nuestra juventud a la persona de Jesús, hermano, amigo. El que me ama y me comprende. La vida de mi vida.