Presentación en sociedad

Domingo II del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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"En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía, exclamó: Éste es el 
cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Yo he salido a bautizar para que él sea manifestado a Israel". San Juan, cap. 1.

El maestro de ceremonias señalará a los invitados sus lugares respectivos. Luego presentará a cada uno -ojalá de forma breve- ante los asistentes. Así la reunión avanzará desde un mutuo conocimiento, que genera calor humano y cercanía.

Algo parecido llevó a cabo Juan el Bautista sobre aquel escenario campesino, próximo al Jordán. Cuando Jesús de Nazaret bajó en su búsqueda.

El Precursor presenta al Señor con una expresión bíblica, muy diciente 
en los círculos religiosos de entonces:
"Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo". Mesías, 
Salvador, Enviado por el Señor, Cordero y más tarde Hijo de Dios son términos que marcan un conocimiento progresivo de la persona de Jesús.
Un proceso iniciado cuando el Maestro aparece en público y comienza su 
predicación.

Enseguida el evangelista pone en boca de Juan una confesión que expresaba su experiencia, con motivo del bautismo del Señor. "Yo no le conocía. El está delante de mí porque existía antes que yo. Pero ahora en persona lo he visto y doy testimonio de él".

Sobre la expresión "Cordero que quita el pecado del mundo" algunos han 
entendido ante todo la inocencia de Jesús. Aunque otros adivinan su futura muerte, que purifica a todos los hombres. Algo que la primera Iglesia
recordaba con insistencia en cada una de sus asambleas.

Cuando el sacerdote ofrecía el sacrificio de expiación, en el templo de 
Jerusalén, el pueblo sentía que Yahvé aplacaba su ira. Pero en el Nuevo Testamento el sentido de pecado adquiere otras connotaciones. El Dios de
Nuestro Señor Jesucristo no perdona suspendiendo una pena, ocultando de 
modo artificioso la culpa, o transfiriendo para el futuro su venganza. Perdona haciéndonos renacer a una vida nueva. Con lo cual nos demuestra cuánto valemos.

No conviene entonces enfatizar demasiado en nuestra condición de pecadores. Esto nos llevaría a la neurosis.
No es lícito convertir la teología en un tratado exhaustivo sobre las infinitas maneras de pecar que hoy son posibles.

Porque a la luz de Evangelio comprendemos que el pecado sí existe, pero que lo central de nuestra fe es el amor de Dios que nos perdona y reconstruye. Si Dios se hizo hombre para redimirnos, el cristiano ha de contagiar a todas horas esperanza.

San Pablo que ama de forma especial a los cristianos de Corinto, a pesar de sus defectos y caídas, no duda en llamarlos en su primera carta: "Consagrados por Jesucristo, pueblo santo que Él llamó". Y en otra carta, saluda cordialmente a "los santos que están en Filipos". En verdad, Jesús es el Cordero que quita el pecado
del mundo.

Por lo tanto, el Bautista podría continuar su tarea de anfitrión, ahora en muchos espacios de la vida moderna, para presentarnos a cada uno de nosotros: Obrero, profesional, secretaria, ama de casa, estudiante, padre de familia, empleado, gerente, religiosa o clérigo. A todos nos conviene con propiedad el adjetivo de pecadores.
Pero el amor de Dios y nuestros diarios esfuerzos, nos darán un puesto de honor y de cercanía junto al Salvador.