El enigma de la felicidad

Domingo IV del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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"Jesús subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos. Y él 
se puso a enseñarles: Dichosos los pobres en el espíritu"... San Mateo, cap. 5.

Sobre el camino para encontrar la dicha ya hemos comprobado que es imposible ponernos de acuerdo. Se dan tantas opiniones cuantos seres humanos.
Sin embargo, hemos de agradecer a la publicidad. Sus magos ya descubrieron el misterio y nos lo cuentan, día y noche, por todos los medios: Para ser felices basta usar determinado jabón, esta loción, aquella ropa de marca. Usted logrará la dicha de inmediato al comprar tal automóvil último modelo, este apartamento de las más exclusivas especificaciones. No lo piense dos veces.
Pero a algunos nos quedan ciertas dudas sobre el tema. ¿Será posible que ese ávido anhelo que a tantas generaciones ha torturado, se sacie de manera tan rápida y sencilla?
Entonces preferimos atenernos a quienes conocen más a fondo nuestro corazón. Y en el caso de nosotros los cristianos, a la enseñanza de Jesús de Nazaret.

El Maestro, en uno de sus discursos más notables, habló a sus oyentes sobre los caminos de la felicidad. San Mateo nos lo cuenta de manera solemne: "Al ver Jesús tanta gente, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos. Entonces él se puso a hablar enseñándoles".

Presenta el Señor ocho sentencias, en las cuales indica las maneras de 
alcanzar una dicha verdadera y estable.
Y va al fondo del problema. Si somos o no somos felices, ello no depende de cuanto acumulemos a nuestro alrededor. Tampoco de los triunfos y trofeos que decoren nuestra historia personal. Menos aún porque impongamos a los demás los propios esquemas mentales y criterios.

¿Vuelve entonces a aparecer nuestra felicidad como un enigma?. Pudiera 
ser. Mas sin embargo comprobamos que nos llega cuando no la buscamos directamente. Al procurar el bien del prójimo, ella revienta de modo
silencioso y oculto en la mitad del alma. Cuando nos adherimos a ciertas causas de honradez y de justicia.
Cuando sabemos padecer algún tiempo, porque la meta está distante, pero el objetivo es valioso y estable.
Entonces destila en nuestro interior un agua fresca y transparente que llamamos alegría, bienestar, plenitud.

Alguien podría afirmar que este Sermón de Montaña pretende cierta manipulación religiosa. O semeja un juego de palabras. Quizás aquellos que lo escucharon de labios de Jesús, tampoco alcanzaron a medir su sentido. Menos aún su importancia.

Pero de ahí en adelante muchos discípulos de Cristo hemos ensayado, aunque tímidamente, tales caminos de felicidad. Comprobando que a pesar de sus borrosas y ásperas apariencias, ellos ofrecen paz al corazón.
Porque allí nos sentimos ciudadanos del Reino, con todas las prerrogativas y privilegios. Y empezamos entonces a ser consolados. Y en cierta forma, dueños de la historia. 
Además se nos da garantizada la misericordia del Señor.

Hasta aquí habló el predicador aquel domingo. Lo demás nos tocará a cada uno de nosotros. Es decir, atrevernos por estos senderos misteriosos, sabiendo que a su vera acechan el hastío, la incertidumbre, el tedio de buscar sin encontrar de inmediato. Y también muchas formas de publicidad que ofrecen prosperidad
barata de oropel. Sin embargo confiamos que Jesús no defrauda, cuando 
enseña la ruta hacia una felicidad sin desengaños.