Dar sabor y alumbrar

Domingo V del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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"En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo". San Mateo, cap. 5.

Entonces el anciano, glosando la palabra de Jesús, dijo así: Sean ustedes como la sal. Denle buen sabor a sus vidas. Que a su lado sea sabroso el esfuerzo de vivir. Que ninguno se acueste sin haber despertado una alegría, sin echar a volar una esperanza. Como la sal, ayúdenles a todos a evitar cuanto se llame corrupción,
tanto en el ámbito social como en aquel recinto interior, donde habitan los odios y los miedos.
Sean también como la luz. Que su experiencia y sus conocimientos les alumbren a muchos el camino, porque como dijo Cervantes, "es infinito el número de los desalumbrados". No escondan nunca la verdad. Cuéntela con amabilidad y entusiasmo, para que tantos ideales próximos a extinguirse, se conviertan pronto en realidad.
No habló más el anciano. Su voz se tornó vacilante, no por cansancio, sino por la nostalgia: Nuestro mundo sería definitivamente hermoso si todos fuéramos sal y luz.

Parece que Jesús se detuvo varios días por las colinas que rodean el lago de Genesaret. Allí pronunció el Sermón de la Montaña, la carta fundamental del Reino de los Cielos. Un discurso que apunta a las dotes personales de quienes deseamos seguir al Maestro. Al nivel más excelente de cristianismo, más allá de la fe y de los mandamientos. Pero enseguida el Señor pasa a enumerar otras 
cualidades, ya de orden social y comunitario, que adornarán a sus discípulos. Formas prácticas de vivir las Bienaventuranzas.

Comienza presentando a sus oyentes dos comparaciones tomadas de la vida 
corriente, comprensibles para todos.
Ser como la sal y la luz.
Tal vez allá en frente, por el llamado "Camino del mar", subía a esa hora alguna caravana con abasto de trigo y aceite. También de sal que se extraía de las canteras del mar Muerto. Era una sal muy pura, pero si se dejaba al aire, la humedad le hacía perder sabor. Entonces sin más, la arrojaban al camino.
De allí la enseñanza de Jesús: "No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente". Una alusión a quienes, capaces en todo sentido, dedican su vida a engañosas causas.
"Vosotros sois la luz del mundo" prosigue Jesús. Ya por la tarde, en las aldeas que rodeaban el lago - Betsaida, Magdala, Tarikea, a la orilla del lago, o talvez la villa de Safed - las amas de casa empezaban a encender sus lámparas de aceite. Mientras tanto, allá lejos, pastores y rebaños iniciaban el regreso y algunos
pescadores rezagados remaban hacia el puerto.

Entendemos así la palabra del Maestro: "No se puede ocultar una ciudad 
puesta en lo alto de un monte".

Hoy podríamos preguntarnos: ¿Qué dirán de nosotros? ¿Seremos gente insulsa, o derramamos sabor en nuestro entorno, es decir sabiduría? ¿Nuestra vida es opaca, o somos portadores de luz que a muchos ilumina?

En la literatura hebrea, la sal se llamó la hija de sol y del agua. Y la luz, la hija de la roca. Los discípulos de Cristo somos hijos de Dios, contagiados además de 
evangelio. Que muchos vean nuestras buenas obras y glorifiquen al Padre de los cielos.