Con los pies en la tierra 

Domingo V del Tiempo ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Al salir Jesús de la sinagoga fue a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama. Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó. De inmediato se le pasó la fiebre”. San Marcos, cap. 1. 

En esta ocasión nos enteramos que Simón Pedro era casado. Nacido en Caná de Galilea, vivía en Cafarnaún dedicado al negocio de la pesca, habiendo acogido en casa a su suegra. También el libro de Rut nos presenta a Noemí, ayudada por su nuera en tiempos difíciles. 

Aunque sería el efecto de alguna afección respiratoria o digestiva, parece que “fiebre alta”, significaba entonces una enfermedad en sí misma. Y al ignorar su origen, trataban de vencerla por métodos artesanales. 

El Evangelio apunta que Jesús se hospedó muchas veces en el aquel hogar. Pero no consta que el apóstol hubiera rogado por su suegra. Sin embargo, los cánones de la buena amistad y de la cortesía, nos piden adelantarnos a servir antes que nos lo pidan. 

Cuenta San Marcos que el Señor, al medio día, luego de asistir a la sinagoga, se dirigió a la casa de Pedro. Acercándose al lecho de la enferma, la tomó de la mano y la levantó. Ella de inmediato se puso a servirles. Es decir, quedó sana al instante.

Los evangelistas no aportan más comentarios sobre el hecho. Añaden que ya por la tarde, terminado el descanso sabático, mucha gente acudió en busca del Señor, trayéndole numerosos enfermos. 

Descubrimos en este pasaje las comunes circunstancias de un discípulo del Señor. Pedro, en este caso. Alguien de buena voluntad, que gastaba su vida en las faenas diarias. Con su peculiar temperamento y una suegra achacosa. 

Pero muchos creyentes ubicamos nuestra existencia sobre dos planos distintos. Uno de ellos ideal, donde todo sería positivo, sereno, hermoso, amable. Donde ninguna tempestad nos perturbe. Y suspiramos que llegue ese día para poner por obra muchas cosas, entre ellas el seguimiento de Cristo. Es decir, la conversión personal, una vida según el evangelio, el servicio a los necesitados.

Pero el Señor, para salvarnos, nos necesita en nuestro hábitat real. Sobre ese marco gris y deslucido, donde respiramos y vivimos a diario, colmados de preocupaciones. 

“Yo soy yo y mi circunstancia”. Así nos definió Don José Ortega y Gasset. Circunstancias no muy brillantes ni gloriosas para muchos de nosotros: El mismo deber de cada día. Los miedos, los cansancios y las enfermedades propias de un hijo de vecino. 

Sin embargo todo ello puede volverse historia de salvación, porque Jesús quiere llegar hasta nosotros. Abramos entonces las puertas al Redentor, como decía con frecuencia Juan Pablo II.

De la casa de un hombre adinerado, que añoraba siempre días mejores para empezar a vivir su fe, salieron furtivamente un par de sus zapatos. Recorrieron varios almacenes de calzado con una consigna sediciosa: ¡Todos al bosque!. ¡Todos al bosque! Y las estanterías de muchos negocios se fueron quedando solas, mientras una abigarrada procesión abandonaba la ciudad. Sin embargo, alguno se atrevió a preguntar. ¿Qué sentido tiene esto? ¿Vamos a formar un partido político, a integrar un frente subversivo?. Nada de eso, dijeron sus caudillos: ¡Todos al bosque!. Deseamos que así los hombres aprendan a poner sus pies sobre la tierra.