Yo también soy leproso 

Domingo VI del Tiempo ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole: Si quieres, puedes limpiarme. Jesús le dijo: Quiero. Queda limpio. Y la lepra se le quitó al instante”. San Marcos, cap. 1. 

Explican los biblistas que en las páginas del Evangelio encontramos hechos reales, pero además descubrimos sentidos simbólicos. Así aprendemos qué sucedió y además qué lección nos da el Maestro en cada acontecimiento. 

Cuenta San Marcos de un leproso que se acercó a Jesús, rogándole ser curado. Y el Señor “sintió lastima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Queda limpio”. De inmediato el hombre quedó sano. 

Parece que los fariseos no estaban por allí. Se habrían contaminado con la presencia de un leproso y hubieran contabilizado las infracciones a la ley, tanto del enfermo como del Señor. 

Desde el tiempo de Moisés los afectados por la lepra debían vivir alejados de la comunidad. Se les consideraba inmundos, a causa de su dolencia y además porque en ella se miraba expresamente un castigo de Dios. El mismo rey Ozías, como leemos en el libro de las Crónicas, debió vivir aislado hasta su muerte. 

Pero este enfermo se atreve a acercarse a Jesús. Y el Señor siente compasión y lo acoge. Más aún, extiende su mano, lo toca y añade: “Quiero, sé limpio”. 

Jesús nos ofrece un programa religioso distinto, donde lo esencial no es la norma sino el hombre, con todas sus circunstancias. 

Al examinar nuestra vida, numerosos cristianos verificamos que también somos leprosos. Porque son muchas nuestras heridas. 

Antonio Rosmini, un sacerdote italiano del siglo XIX, escribió un libro, que le causó dificultades con la autoridad eclesiástica, llamado “Las cinco llagas de la Iglesia”. Pero talvez las nuestras son más abundantes. 

Nos decimos personas practicantes, pero guardamos en nuestro interior tantas agendas negativas, tantos manejos inmorales, tantos propósitos torcidos. No somos tan limpios como parece. 

Otros más vivimos aislados de la comunidad creyente. Y esta lejanía ya cuenta muchos años. En consecuencia, también somos leprosos. 

Fue muy discreta la petición de aquel enfermo que buscó a Jesús: “Si quieres, puedes limpiarme”. No se lee en el texto de san Marcos ninguna invocación como Señor, Maestro, Hijo de David. Tampoco se descubre en el leproso una fe vaga, como la de aquel padre del epiléptico: “Si algo puedes, ayúdanos”. Aquí se trasluce una fe simple, serena y confiada. Y el Señor retoma la petición del leproso para responderle: “Quiero. Queda limpio”. 

Los teólogos dirán que el querer de Dios es igual a su poder. Y nosotros, bajo la luz del Evangelio, añadimos que su querer y su poder son iguales a su amor. En otras palabras: La voluntad de Dios es nuestro bien, en todos los sentidos. Solamente que si nos mantenemos alejados, se obstaculiza su proyecto de salvación. 

En 1956 María Zuzanne, una religiosa francesa, luego de una callada labor en varios hospitales, descubrió un antídoto contra la lepra. En su honor, los científicos lo llamaron: “Microbacterium Marianum”.


A los otros leprosos nos toca buscar una manera distinta de sanarnos. Y esa podría ser clarificar nuestra conciencia y buscar decididamente al Señor. Vale entonces atrevernos, para que no ocurra como afirmó un pensador: “El hombre actual logró caminar entre los astros, pero no ha podido todavía descender a su propio corazón”.