Una insistencia silenciosa 

Domingo VII del Tiempo ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Llegaron cuatro hombres llevando a un paralítico y como no podían meterlo a la casa a causa del gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, y descolgaron la camilla con el enfermo”. San Marcos, cap. 2. 


“Debemos orar con atención, humildad, confianza y perseverancia”. Como nos enseñó el Padre Astete. Pero si Dios es todopoderoso, si sabe nuestro futuro, si conoce nuestra fragilidad, ¿por qué desea que le pidamos una y otra vez, hasta el cansancio? 

Dos ejemplos nos trae el Evangelio de esa insistencia perseverante: La de una mujer cananea, que rogaba al Señor por su hija endemoniada. Jesús le responde que “no es justo dar el pan de los hijos a los perros”. Pero la madre insiste, desbaratando con otro argumento aquella negativa: “Los perritos reciben las migajas que caen de la mesa de los amos”. El Maestro se da entonces por vencido y sana a la niña. 

En otro pasaje descubrimos una insistencia silenciosa. Cuatro amigos quieren presentar al Señor a un paralítico. Allí en enfermo no pronuncia palabra, no ruega por su salud. Únicamente está. 

Imaginamos que algo había oído del Maestro. Le habrían contado que una mujer, con sólo tocar el ruedo de su manto, se había curado. 

Esto sucedió en Cafarnaúm, probablemente en la casa de Pedro. Las viviendas judías de aquel tiempo tenían casi siempre un patio trasero. Desde allí subía una escalera hacia la alcoba principal, cubierta por un techo de losas, cañas y barro apisonado.

Como el gentío impedía acercar al minusválido por la puerta principal, vamos a la de atrás. Si se encuentra cerrada, ganemos las escalas. Y en un dos por tres - nos lo cuenta san Marcos – los cargueros “levantaron las tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla”. 

Entre la turba probablemente hubo asombro, risas, disgusto por el perjuicio causado a la casa. Pero ya el paralítico está delante del Maestro. Se diría un video filmado por san Pedro, que san Marcos transmite en diferido. 

El Señor se acomoda a la mentalidad judía: ¿Este hombre ha quedado paralítico? Es el efecto de sus pecados. Entonces comencemos por el principio. Dice entonces al enfermo: “Tus pecados quedan perdonados”. Seguramente aquel hombre le había fallado a Dios. Como nosotros, o quizás algo menos. 

Pero unos letrados que allí estaban se dijeron: “Éste blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios”. El Señor les responde: Para mí es igual perdonar los pecados o sanar los enfermos. Es decir: Ustedes no saben quién soy yo y así pretenden atacarme. 

El paralítico continúa en silencio, pero con la alegría de sus ojos lo decía todo. Luego, al mandato del Señor, toma la camilla y regresa a su casa. 

La gente que, como dice el evangelista, se llenó de asombro, ahora les abre calle de honor al recién curado y a sus amigos. 

Nos gustaría haber seguido a aquel hombre de regreso a su casa. Al trabajo de la era o los rebaños, para compartir sus impresiones. Para aprender aquel estilo de oración silenciosa. 

Porque algunos se quejan de no tener la fórmula precisa, la oración adecuada para comunicarse con Dios. Pero esto no hace falta. Basta estar. Estar allí delante del Señor, lleno el corazón de esperanza.