Ayuno, sí o no 

Domingo VIII del Tiempo ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Algunos le preguntaron a Jesús: Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Los tuyos por qué no?”. San Marcos, cap. 2. 

Los ermitaños de pasados siglos ayunaban con mucha frecuencia. Hoy también lo hacen las reinas de belleza, aunque por motivos muy distintos. 

A nuestra praxis cristiana el ayuno llegó desde el judaísmo, como una forma de purificación y de acercamiento al Señor. Pero conviene anotar que allí se mira la visión de los griegos sobre el hombre. Ellos nos definieron como animales racionales. Urgía entonces dominar el cuerpo para elevar el alma. Lo cual, siglos más tarde, motivó a Santa Teresa de Ávila a quejarse de “esta cárcel y estos hierros donde el alma está metida. Sólo esperar la salida me causa un dolor tan fiero, que muero porque no muero”. 

Las ciencias, por el contrario, nos piden un sano equilibrio entre los dos elementos que nos integran: “Mente sana en cuerpo sano” se ha dicho hace tiempos. Aunque hoy parece que se nos va la mano en cuidar esta materia corporal, olvidando el cultivo del espíritu. 

El ayuno prescrito por Moisés consistía en no tomar ningún alimento desde la salida del sol hasta la noche. Pero se limitaba al Día de la Expiación, “el diez del séptimo mes”. 

Sin embargo, al regresar el destierro, muchos judíos ayunaban también en otras fechas. Costumbre que los fariseos exageraron: “Ayuno dos veces por semana”, proclamaba aquel hombre que subió al templo a orar, según cuenta san Lucas. 

Leemos en san Marcos que un día algunos le dijeron a Jesús: “¿Tus discípulos no ayunan?. Los seguidores de Juan y los fariseos lo hacen con frecuencia”. 

El Maestro explica entonces que muchas prácticas externas no tienen importancia en su proyecto religioso. Presenta además una enseñanza, tomada del profeta Oseas, quien describió las relaciones del hombre con Dios en clave de amor conyugal. Por esto añade: “¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras él está con ellos?”.

Hace el Maestro referencia a las fiestas de bodas, en las cuales los judíos a pesar de su pobreza, derrochaban en alimentos y bebidas. Pero se presenta a la vez, como el esposo de la humanidad, de cuya presencia gozaban entonces sus discípulos. 

Comprendemos así que la esencia de nuestra fe cristiana no se ubica únicamente en prácticas, así sean ellas emotivas y piadosas. Consiste más que todo en una actitud del corazón, ante la presencia salvadora de Dios. Presencia amorosa que convierte la vida en una celebración. Nuestros diarios deberes serían entonces gestos con los cuales ratificamos y confesamos que Dios nos ama y nos salva. Signos que proyectan alegría y seguridad a todo lo nuestro. 

Sin embargo, el ayuno cristiano tiene razón de ser, siempre y cuando se ubique bajo la luz del evangelio. Los cristianos ayunamos muchas veces involuntariamente, en razón de nuestras ocupaciones. Valdría dialogar con el Señor desde estas circunstancias. 

Pero además podemos ayunar como una forma de sentirnos libres ante la urgencia de comer y de beber. También para sentir lo que sienten los pobres, que son la mayoría de la humanidad. Lo cual podría enseñarnos a compartir con generosidad. Finalmente podemos ayunar para expresarle a Dios que “se han llevado al Novio” y necesitamos urgentemente su presencia.