Llevar la cruz con elegancia

Domingo XIII del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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"Dijo Jesús: El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que dé un vaso de agua fresca a un profeta tendrá recompensa de profeta”. San Mateo, cap. 10. 

Pequeñas, grandes, livianas o extenuantes. Honrosas o deshonrosas. Merecidas o inmerecidas. Todos llevamos nuestras cruces en apretada procesión. Mientras unos vociferan maldiciendo su suerte, otros callan, buscando una razón que explique siquiera en parte sus dolores. 

El suplicio de la cruz inventado por los fenicios, llegó hasta Palestina en tiempos de la invasión romana. Cuenta la historia – y esto lo conoció Jesús – que el procónsul Varo para reprimir una sublevación, mandó crucificar varios miles de judíos. Sabía además el Maestro que así culminaría su vida en las afueras de Jerusalén. 

Pero hablar de cruz en sentido figurado, para significar el sufrimiento es algo original del Señor. Ningún rabino lo había hecho: “El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí”, dijo Jesús, poniendo en juego nuestra dignidad de amigos suyos, de discípulos. 

San Mateo recoge esta enseñanza entre un manojo de otras sentencias. Por encima de todos los amores, es necesario poner el amor a Dios. Sobre el amor a los padres, a los familiares. Y luego señala Jesús la importancia de ser obsequiosos con aquellos que hacen el bien: “El que dé un vaso de agua fresca a un profeta, tendrá recompensa de profeta”. Pero lo central de aquel discurso es la invitación a llevar nuestras cruces. 

Porque nuestro instinto de conservación se opone frontalmente al sufrimiento. Alguien afirma que el avance de la llamada civilización se identifica con una progresiva invención de analgésicos. A diario y en todas las partes del planeta, nos presentan la medicina que sana la jaqueca, disipa la angustia, previene la depresión, cura los miedos que a cada paso nos acechan. Añádase a esto la oferta de finos licores, buena mesa, comodidades de todo género: Descanso, relax corporal, viajes, espectáculos. No diría yo que todo esto proviene del Maligno. Es una búsqueda hasta cierto punto justificable. Pero conviene ejercerla con cautela. Tales productos nos halagan durante algún tiempo, pero enseguida nos defraudan. Porque el dolor se agazapa, se camufla, se repliega para fortalecerse, hiberna en lo interior del corazón. 

Entonces comprobamos que la dicha es flor de un día. Que aquel “País de las Maravillas” donde se albergó Alicia, sólo existe en la mente soñadora de Lewis Carroll. 

Aunque no hemos de ser demasiado pesimistas. Porque Jesús nos enseñó una metodología para aliviar nuestras cruces. Para alcanzar caminando tras él, esa felicidad de las Bienaventuranzas. Sin embargo la fe, como dice un autor, no paga en efectivo. Lo hace, pero en cheque postdatado. 

Seguir al Señor llevando nuestra cruz, equivale a “completar en nosotros lo que falta a su pasión”, como enseñó san Pablo. Sufrimos, pero sintiéndonos corresponsables en el mejoramiento del mundo. 

Trataremos entonces de no quejarnos demasiado. Cada lamento parece que añadiera varios gramos al peso de nuestros dolores. 
Y finalmente hay un secreto que transfigura todo sufrimiento: La esperanza. “Sé que los sufrimientos de ahora no pueden compararse con la gloria que nos será revelada”. También lo dijo san Pablo. Entonces llevaremos nuestra cruz con elegancia. Lo cual regala una serena autoridad.