Augurios para la gente simple

Domingo XIV del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Dijo Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los sencillos”. San Mateo, cap. 11. 

Al igual que otros pueblos, los judíos inscribieron sus fiestas religiosas sobre el ciclo de las cosechas. Así encontramos en el Antiguo Testamento muchas plegarias que alguien improvisó piadosamente con motivo de la vendimia o de la siega. 

 

También Jesús, al regresar los discípulos de su primera excursión misionera, expresa su alegría, hilvanando una sentida acción de gracias al Padre de los Cielos y un elogio para la gente simple que lo seguía: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los sencillos”. 

En consecuencia, los destinatarios del mensaje de Cristo son aquellos que mantienen limpio el corazón de intrigas, ambición y fingimiento. San Pablo señalará luego que en las primeras comunidades no se encuentran “muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles”.

Pero da la impresión que a Jesús le incomoda su gozo frente a tantos discípulos - de entonces y de hoy - “cansados y agobiados”. Por lo cual añade: “Venid a mí, que yo os aliviaré”. 

Es obvio que no se trata de un cansancio físico. El Señor destaca más bien el tedio que produce la rutina. Ese fastidio que causan nuestros prójimos, el tener que soportarnos a nosotros mismos cada día. Tal vez aquel clásico esplín que atormentó a Garrick. 

Y el Maestro promete sanarnos si nos acercamos a Él, porque es “manso y humilde de corazón”. Una expresión que el salmo 144 traduce de mejor forma: “El Señor es bueno, su misericordia es eterna. Es clemente y misericordioso. Cariñoso con todas sus creaturas. Sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan”. 

Sin embargo, muchos no recibimos de inmediato ese alivio. Corren los días y el peso de la vida nos sigue fatigando. ¿Pero hemos ensayado esa cura que promete el Señor, más allá de la parasicología y de las ciencias naturistas, dejando que Él nos invada el corazón?. 

Volvamos al comienzo, cuando Jesús improvisa su sentida plegaria. ¿Estaremos nosotros entre la gente sencilla, a quien el Maestro promete compartir su paz, su gozo, su consuelo?

En otras ocasiones el Maestro nos llama a hacernos como niños. Precisamente uno de ellos nos presenta su visión del Señor, a nosotros tan solemnes, tan complicados y académicos: 

“El principal trabajo de Dios es hacer la gente para reemplazar a los que se mueren. Pero él no hace gente mayor. Los pequeños son más fáciles de hacer. Así no pierde su valioso tiempo enseñándoles a caminar y a hablar. Eso se lo deja a los papás. 

El segundo trabajo que Dios tiene es escuchar nuestras oraciones. Un montón de tiempo se le va en esto. Porque muchos rezan a todas horas y no sólo antes de acostarse. A él entonces no le queda lugar para escuchar radio o ver la televisión. 

Pero si tú no crees, aparte de ser un ateo, la vas a pasar mal, porque entonces te sentirás muy solo. Y no tendrás ese Amigo para hablar con él en todas partes”.