El corazón es una era

Domingo XV del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Dijo Jesús: Salió el sembrador a sembrar. Unos granos cayeron al borde del camino. Vinieron luego los pájaros y se los comieron”. San Mateo, cap. 13. 

A la Iglesia, Esposa de Cristo y madre de los discípulos del Señor, no le disgustarán los piropos. Como aquellos que los padres conciliares del Vaticano II le dirigieron en la constitución “Lumen Gentium”. Allí la alaban y la explican mediante diversos símbolos, tomados de la vida pastoril, el arte de la construcción, la familia, el noviazgo y los afanes de la siembra. 

Jesús compara su mensaje con la semilla que un sembrador arroja en la era. Pero sucede que una buena porción cayó en terreno ingrato. 

Sin embargo otros granos dieron buen rendimiento: “Y dio fruto: Unos ciento, otros sesenta, otros treinta por uno”. El Maestro exageraba, para reforzar su enseñanza. Antes de las modernas técnicas, una cosecha por los alrededores de Belén apenas rendía el cuatro por ciento. El trece, en otras regiones más fértiles.

Según había observado a los campesinos de su aldea, Jesús señala cuatro suelos que condicionan los resultados de la siembra. Y luego los compara con nuestra humana condición: Algunos apenas se percatan del mensaje de Dios. Ese que nos llega desde el Evangelio y resuena en la conciencia. El nos ofrece la creación y nos aportan los buenos amigos. Pero a veces muchas fuerzas negativas, al igual que los pájaros golosos, se roban la semilla. 

También algunos, señala el Señor, escuchan con entusiasmo su Palabra. La consideran novedosa, capaz de transformarnos. Pero no se preocupan de acogerla con seriedad. Menos aún de llevarla a la práctica. Tales se parecen a esos terrenos escasos de humus, donde no puede arraigar ninguna planta.

El Maestro indica luego la suerte de otros granos que cayeron bajo las zarzas, donde el arado no llegó. Los tallos, todavía pequeños, se ahogaron entre las espinas. 

Así muchos acogen de entrada el mensaje de Dios, pero “los afanes de la vida y la seducción de las riquezas”, los agobian. 

Finalmente – imaginamos el rostro complacido del Maestro al terminar su parábola - una buena porción de la semilla alcanzó buena tierra y dio mucho fruto. 

Podríamos situar en tres grupos los obstáculos que impiden una buena cosecha. En la vida real: Las aves rebuscadoras, los pedruscos y los abrojos. En la enseñanza de Cristo: Las fuerzas enemigas, la inconstancia, los afanes ajenos al Evangelio. 

Pero instruidos por esta parábola, muchos deseamos que nuestra era de fruto. Para ello no vale procurar una mutación genética de la semilla, pues la palabra del Señor siempre es fecunda. Lo urgente sería acondicionar el corazón para que acepte el mensaje de Dios y lo lleve a la práctica. 

Y así, un día, alguien volvió a leer el evangelio, olvidado desde su infancia. Y tanto su vida como su entorno comenzaron a ser distintos. Alguien volvió, paso a paso, hasta la Iglesia. Logró paz interior que revirtió de modo visible, en su familia. Alguien más comprendió que no vale seguir acumulando riquezas, porque la vida es breve. Y comenzó a ser generoso sistemáticamente con los más necesitados. En la contabilidad del Señor, sobre el Libro de la Vida , esto puede llamarse el treinta, el sesenta, o el ciento por ciento de feliz rendimiento.