El señor de los días 

Domingo XVI del Tiempo ordinario, Ciclo b

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Entonces Jesús les dijo a los Doce: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo, a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer”. San Marcos, cap. 6. 

Los autores del libro del Génesis describen la creación del mundo en seis días, como se entendía entonces. Un texto donde el Creador nos da ejemplo con su competente trabajo: “Y vio Dios que estaba bien”. Pero además con su descanso el séptimo día. Nos enseña que el proyecto humano avanza más allá de las diarias tareas. “El gran esfuerzo de los hombres no puede ser… sólo demencia laboriosa y desatino de la mano”, nos diría Carlos Castro Saavedra. 

Jesús mismo, cuando sus discípulos regresan de una primera correría, los invita a tomar algunos días de reposo. San Marcos anota que “eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer”. 

Entendemos así que entre las estructuras que construyen al hombre, o pueden destruirlo, está aquella del ocio. Un término que, por sus raíces semánticas, se opone al negocio. 

Hoy muchos se sienten agobiados por sus tareas. De ahí el estrés, la depresión y muchas otras enfermedades. Quienes gozan de un buen empleo, se esfuerzan por rendir más y más y salir adelante. Otros procuran sobrevivir desde niveles laborales más precarios. Algunos más, víctimas ya de una adicción laboral, nunca ejercitan otras dimensiones de su naturaleza racional. Por ejemplo: Contemplar la naturaleza, cultivar un arte, practicar un deporte, leer sin prisa, disfrutar una buena película, compartir serenamente en familia, o con los amigos. Es cierto, muchos no saben descansar. 

Ciertas oportunidades de sosiego las dispone nuestra iniciativa personal. Pero a los discípulos de Cristo se nos ofrece para el descanso un espacio oficial que llamamos domingo, o Día del Señor.

En su carta apostólica “Dies Domini”, Juan Pablo II nos explicó el profundo sentido de ese día. Que ya no es el séptimo, como relata el Génesis, sino “el primero de la semana”, en el cual resucitó el Señor. Los primeros cristianos lo llamaron “el señor de los días” Por Cristo resucitado el “shabbat” judío le cedió paso a nuestro domingo. 

Es él una ocasión propicia para hacerle mantenimiento a nuestro espíritu, para poner en orden los propios pensamientos, revisar las relaciones con la familia, con la comunidad creyente. De modo especial por la celebración eucarística. 

Pero el descanso dominical tiene además un sentido antropológico. Cuando cesamos nuestras labores nos sentimos dueños del universo, en trance hacia la vida perdurable. Los santos padres gustaban de señalar el domingo, como presagio del día sin ocaso de la eternidad. 

Sin embargo aquel proyecto vacacional de Jesús se vio truncado, porque la gente, andando por la ribera del lago, lo descubrió en la otra orilla. 

La tecnología actual nos ha regalado muchas cosas, pero nos ha robado otras más. Por lo cual nuestro mundo, quién lo creyera, está reclamando a gritos ciertos valores trascendentes: Silencio, capacidad de descanso, serenidad, paz interior. De lo contrario llegaremos ser extraordinarias máquinas, pero no seres humanos. 

A un misionero desasosegado e inquieto, le decía un viejo africano: Ustedes los de afuera nos desconciertan. Vienen cargados de numerosos aparatos: Vehículos, teléfonos, computadoras, relojes. Nosotros en cambio, carecemos de muchas cosas, pero tenemos tiempo.