Un hombre sincero e impetuoso 

Domingo XXI del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo y preguntaba a su discípulos: “¿Vosotros quién decís que soy yo?. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. San Mateo, cap. 16. 

En la basílica de san Pedro en Roma se mira una estatua de bronce, que muestra a un hombre sentado. Bendice con su mano derecha y en su izquierda sostiene dos llaves. 

Según la tradición, la obra representó originalmente a Júpiter. Pero un buen artista cambió algunos rasgos y hoy millones de peregrinos le besan los pies, encomendándose al primer papa. Algún poeta puso en boca el apóstol estos versos: “Di, Jesucristo, ¿por qué me besan tanto los pies?. Soy San Pedro aquí sentado, en bronce inmovilizado. No puedo mirar de lado, ni pegar un puntapié, pues tengo los pies gastados, como ves. Haz un milagro Señor, déjame bajar al río, volver a ser pescador, que es lo mío”. 

Lo suyo eran las redes y las barcas. Pero allá, en la región de Cesarea de Filipo, Jesús lo convirtió en piedra fundamental de la futura Iglesia. 

Cesarea recordaba en su nombre al emperador romano y había sido embellecida por Herodes el Grande con un suntuoso templo. Se la llamaba “de Filipo”, uno de los hijos de Herodes, para distinguirla de Cesarea Marítima, situada en la costa occidental de Palestina. 

Cerca de esta ciudad Jesús quiere evaluar hasta dónde ha calado su mensaje. Les dice a los discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”. Ellos responden que no había claridad sobre el tema. Unos lo tenían por Juan Bautista resucitado, o bien por alguno de los profetas anteriores. Pero el Maestro pretendía una respuesta más personal. Reitera entonces su pregunta: “Y vosotros quién decís que soy yo”. Pedro se toma la vocería del grupo para confesar su fe, limpia y espontánea: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. 

El Maestro le responde que esa convicción le viene de Dios. Y se deshace en alabanzas, llamándole Piedra. Prometiéndole que le dará las llaves del Reino de los cielos. El poder de atar y desatar. Expresiones que los biblistas explican de diversas maneras. 

Sin embargo, la conducta futura de Pedro no fue siempre laudable. Cuando Jesús anuncia su próxima muerte, trata el apóstol de disuadirlo hasta que el Señor lo llama Satanás. Más tarde, niega al Maestro ante una criada, en casa del sumo sacerdote. Luego de la Ascensión, no es del todo acertada la gestión de Pedro. Obliga a los gentiles que desean bautizarse a la circuncisión y a otras normas judías. La cual le merece la reprensión de San Pablo. 

Si embargo todo termina bien, cuando en año 67 según la tradición, este hombre sincero e impetuoso muere crucificado en Roma. 

También nosotros esperamos un final positivo. Porque nuestra historia personal es un mosaico de confesiones de fe y de negaciones, de entusiasmos y cobardías, de aciertos y desaciertos. Pero tal situación no debe llevarnos a la angustia. Menos aún a la neurosis. Esa es nuestra humana condición: Capaces del bien y del mal casi al mismo tiempo. 

Por lo tanto: Si somos fieles al Señor, alegrémonos. Si le fallamos, sigamos confiando en Él intensamente.