Crisis en Galilea

Domingo XXI del Tiempo ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?”. San Juan, cap. 6.


Crisis y crisol, dos palabras derivadas del griego, proceden de la misma raíz. Lo cual enseña 

que toda situación crítica puede llevarnos a la purificación, al crecimiento. O conducirnos hacia la desgracia. 

Ambos efectos se produjeron aquella vez por las colinas próximas al lago, cuando el Maestro explicó que daría a comer su propio cuerpo. 

Leemos en san Juan que muchos discípulos dijeron: “Este modo de hablar es inaceptable. ¿Quién puede hacerle caso?”. Pero aún más: “Desde entonces muchos se echaron atrás y no volvieron a ir con Jesús”. 

Sin embargo tal desconcierto fue una maravillosa oportunidad para que Simón Pedro creciera en la fe y manifestara su adhesión a Jesús. Cuando el Maestro, probablemente entristecido, les pregunta a sus más allegados: “¿También vosotros queréis marcharos?”, Pedro, en nombre del grupo, le responde: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

Terencio, un poeta latino del siglo II antes de Cristo, nos dejó una enseñanza que define nuestra humana condición: “Soy hombre y nada de lo que es humano me es ajeno”. 

Pero nuestro propio misterio no discurre siempre por una ruta astral, llena de lumbre. Avanza por caminos difíciles, donde abundan las dificultades. Es necesario entonces, en todo proyecto, mantener disponible una partida para imprevistos. 

Entre las crisis que nos golpean aflora con frecuencia una de tinte religioso. Desde una vieja concepción, imaginamos a la Iglesia como una sociedad perfecta. Y luego comprobamos las fallas de su estructura, de quienes la gobiernan, de quienes la integramos. 

A la par nos envuelve una crisis de fe. Cuando creer y orar no significan nada, sino más bien una experiencia dolorosa, colmada de incertidumbres y de angustias. 

Otra crisis no menos cruel nos oprime, cuando dejamos desbordar nuestra sexualidad. Entramos entonces en honduras inimaginables, llenas de oscuridad y remordimientos. 

Todo lo anterior genera, por simple lógica, variadas crisis de familia que deterioran a todos sus miembros. De allí tantas enfermedades sicológicas, tantos conflictos, tantas vidas deshechas. 

Pero gente curtida en la experiencia señala un remedio eficaz contra las crisis. Se resume en un verbo: Acudir. Si buscamos sinceramente, encontraremos a nuestro alrededor a muchos que quieren ayudarnos. 

Y obviamente, acudir al Señor. San Pedro ya lo dijo con merecida autoridad: “Señor, ¿ a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna”. 

No sabemos si el apóstol acudió a Jesús, o meramente se dejó encontrar por él, luego de aquella amarga negación del Maestro. “Y entonces rompió a llorar”, anota san Marcos. 

Diríamos que el Señor se porta aquel día con la inclemencia de un buen cirujano: Le pregunta tres veces al apóstol delante de sus compañeros: “Simón hijo de Juan, ¿me amas más que estos?. 

Pedro hubiera podido envolver su conducta en mentiras, o romper definidamente con Jesús, pero prefirió enfocar su crisis con sincera humildad, declarando: “Señor, tú sabes todo, tú sabes que te amo”. Manera magistral de acudir a quien todo lo sabe y todo lo puede. 

Quienes venimos soportando varias crisis, quienes hemos superado otras más, saboreamos con gusto especial aquel versículo de san Marcos, cuando nos cuenta la tempestad en el lago: “¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.