Con la misma medida 

Domingo XXIV del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Acercándose Pedro a Jesús le preguntó: Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? San Mateo, cap. 18. 

El salmo 109, como otros más de la Biblia, es despiadado: “Queden sus hijos huérfanos y viuda su mujer. El acreedor le atrape todos sus bienes y ni uno solo de él se compadezca. Sea dada al exterminio su posteridad”. Algunos defienden tanta crueldad señalando que no expresa un deseo sino sólo un presagio: Así sucederá a quienes se apartan de Dios. Otros señalan que estas palabras del salmista se refieren no al pecador, sino a su crimen.

Explicaciones que no alcanzan a convencernos. Preferimos aceptar que esos salmos de venganza los escribió alguien lejano todavía de la enseñanza de Jesús. Porque el Maestro nos conduce desde la ley del Talión: “Ojo por ojo y diente por diente” a una actitud opuesta: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, orad por los que os persiguen y calumnian”. 

Esta lección se hizo patente cuando Pedro, queriendo parecer avanzado en el amor fraterno, le pregunta a Jesús: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”. Bondad exagerada, pues según ciertos rabinos Dios sólo alcanza a perdonar tres veces. A la cuarta vez que lo ofendamos se agota su misericordia. 

El Señor le responde a Pedro con una cifra: “Hasta setenta veces siete”, que en la mentalidad judía significa: Siempre. Señalando además que el perdón cristiano no es asunto de contabilidades: “El amor no lleva cuentas”, escribirá más tarde san Pablo. 

Para ilustrar su lección Jesús cuenta enseguida una parábola, donde un rey perdona a su empleado una deuda astronómica: Diez mil talentos. Pero este hombre ruin, apenas salido de palacio, encontró a un compañero que le debía apenas cien denarios. Y agarrándolo por el cuello, lo quería ahorcar, sin hacer caso de sus ruegos. Aquí los biblistas sí hacen cuentas: La segunda cantidad es seiscientas mil veces menor que la primera. 

Tal conducta indignó a los allegados al rey, quienes de inmediato le contaron lo sucedido. Éste llamó a su empleado y le dijo: “Miserable, cuando me suplicaste te perdoné toda la deuda. ¿No debías también compadecerte de tu compañero?”.

Y Jesús nos presenta una tajante moraleja: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre Celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.

¿Qué será perdonar de corazón?. Un extenso programa del cual podemos señalar las etapas iniciales. De entrada, dar de alta a muchos prójimos que hemos calificado como enemigos. Somos más bien nosotros quienes nos erigimos en adversarios suyos, porque tal vez obstaculizan nuestro orgullo, nuestra envidia sistemática, nuestra ansia de protagonismo. Minimizar luego las supuestas ofensas recibidas. Un desacato, una palabra adversa, una actitud no son gran cosa. Pero adquieren una dimensión cósmica, cuando hieren nuestra vanidad. 

Y enseguida renunciar a vengarnos. Pero hay venganzas y venganzas. Las hay directas, visibles y sangrientas. Y otras más que consisten sólo en una palabra, una mirada, o un silencio. Son exquisitas, bien educadas, casi dulces. Aunque talvez más destructivas y funestas. 

Escuchemos a los sabios antiguos: “La venganza es tarea de los dioses”. Y Goethe nos enseñó: “La más alta venganza consiste en no tomar venganza”.