Yo confieso

Domingo XXIV del Tiempo ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Cerca a Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Pedro le contestó: Tú eres el Mesías”. San Marcos, cap. 8. 

Cuando al inicio de la Misa rezamos: “Yo confieso ante Dios todopoderoso”, nos referimos a las faltas que hemos cometido “de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Pero con esta frase también podemos declarar nuestra fe en Jesucristo: Yo confieso que Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador. Como lo hizo san Pedro, cuando Jesús les preguntó a los Doce qué opinaban sobre su persona. San Marcos señala que esto ocurrió en un lugar vecino a Cesarea.

Dos ciudades llevaban entonces este nombre, que honraba al emperador romano. La primera, un puerto sobre el Mediterráneo, vecina a Jope y construida hacia el año 26 antes de Cristo, por Herodes el Grande. La segunda, levantada por uno de sus hijos Filipo, en las faldas del monte Hermón. 

Cuenta la tradición que allí cerca se miraba un suntuoso templo al dios Pan, embellecido con mármoles y cimentado sobre una firme roca. Lo cual le habría dado ocasión a Jesús para señalar a Pedro su destino: “Tú eres piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Un texto que trae san Mateo, pero que no recogen los demás evangelistas. Sin embargo, el primado de Pedro y de quienes lo han sucedido en Roma se fundamenta sobre esta página del Evangelio. Aunque entendemos que al oficio de apacentar toda la grey de Cristo, el tiempo le ha añadido numerosas estructuras, que no son esenciales en el proyecto de Jesús. 

El cardenal Suenens, quien durante el último concilio tuvo un aventajado papel, contaba que el papa Paulo VI le dijo una vez: Rece mucho por mí, que mi oficio es algo muy difícil. - Difícil no, respondió el prelado. Me parece imposible. Basta mirar la lista de responsabilidades que le asigna a su santidad el Anuario Pontificio: obispo de Roma, vicario de Jesucristo, patriarca de occidente, primado de Italia, soberano del estado pontificio y muchas otras más. 

Luego de aquella profesión del apóstol, Jesús añade que sus discípulos estaremos abocados al sufrimiento y a la muerte: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser ejecutado”. Que “el que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. 

Parece que enseguida de haber confesado a su Maestro como Mesías, Simón Pedro toma muy a pechos su encargo. Llama a Jesús aparte, para aconsejarle que la renuncia no debían ser su camino. Comienza, como dirían nuestros, campesinos a “ponerle cartilla al Señor”. Lo cual le vale un enérgico reproche delante de los demás discípulos: “Quítate de mi vista, Satanás. Tú piensas como los hombre, no como Dios”. 

Cabizbajo debió quedar el apóstol durante los siguientes días. Muy fervorosa su confesión de fe. Pero muy fuerte la reprimenda del Señor. 

Pero Cristo prefiere estas salidas en falso, estos altibajos, tan semejantes a los nuestros y no esa fe deslucida de tantos bautizados. 

Sin embargo el Señor no espera de nosotros que, en cada circunstancia posemos de cristianos, en actitud de foto publicitaria. Aguarda el Señor le confesemos con nuestra vida diaria, simple, sacrificada muchas veces, comprometida con los necesitados. Una vida que a todas horas tenga olor a Evangelio.