Con otro organigrama

Domingo XXV del Tiempo ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Cuando llegaron a Cafarnaún, Jesús preguntó a los discípulos: ¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues habían estado discutiendo sobre quién era el más importante”. San Marcos, cap. 9. 

Desde nuestro lenguaje pudiéramos decir que sus discípulos, sobre todo el grupo de los Doce, le sacaron canas al Maestro. 

En varias ocasiones Jesús había explicado el sentido del Reino de los Cielos, mediante el colorido lenguaje de sus parábolas. Pero la mayoría continuaba esperando un reino temporal. Materializaban de forma grosera ese ideal de paz, de progreso y de justicia, que tiempo atrás presentaron los profetas. 

Pedro, Santiago, Juan y casi todos pensaban que el Señor, luego de otro milagro desmesurado, semejante al los panes y los pescados, se dejaría coronar como rey. Expulsaría entonces a los romanos de su territorio. Cortaría de raíz la corrupción en el sanedrín y en el templo. Y todo sería concordia y prosperidad en ese nuevo reino, copia fiel de aquella edad de oro que el pueblo disfrutó bajo el rey Salomón. 

Por simple lógica, los más allegados a Jesús alcanzarían los primeros puestos en ese estado teocrático. Para lo cual se habían hecho ya algunas gestiones. La madre de los Zebedeos le había pedido directamente al Maestro un lugar de preferencia para sus hijos. Lo cuenta san Mateo. Según san Marcos, ellos mismos habían intrigado para lo mismo.

Les hubiera servido a los apóstoles recordar aquel salmo que se rezaba en la sinagoga: “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre”.

En esta molesta coyuntura, Jesús presenta una unidad didáctica que podríamos titular: “De cómo han de portarse los cristianos en relación con el poder”. O bien: “Acercamiento a un nuevo organigrama, bajo la luz del Evangelio”. O también “Sobre la importancia de los niños en la política de la Nueva Alianza”. 

Fue una lección teórico práctica. Primero el Señor explicó al grupo: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Y enseguida, “acercó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí”. 

Con este texto de san Marcos en la mano, podíamos llegar a nuestras familias. Y además visitar las comunidades cristianas, las empresas, los centros educativos, las reuniones sociales. ¿Quién podrá calcular el copioso caudal de envidias, maledicencias, intrigas, chismes, que allí se gestan y ensombrecen la convivencia?. 

En anteriores épocas el pecado fundamental era el sexo. Los predicadores se estremecían señalando sus nefastas consecuencias. Más adelante, los moralistas satanizaron el dinero. No se tocaba el tema del poder, pues muchos estamentos cristianos lo habían sacralizado. De tal modo que dominar, someter, excluir, destruir eran parte integrante del plan de Dios, en orden a salvar la Iglesia. 

Hoy nos enseñan un Evangelio más encarnado. Es decir, más situado dentro de nuestra mortal naturaleza. Por lo cual, hemos de prestar atención a ese enemigo, el poder, que nos aleja automáticamente del ideal cristiano. San Pablo escribió a los filipenses: “Siendo Cristo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, pasando por uno de tantos”.