Mucho y nada 

Domingo XXVI del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Dijo Jesús: Un hombre tenía dos hijos. Dijo al primero: Ve a trabajar hoy a la viña. Él le contestó: No quiero. Pero después se arrepintió y fue”. San Mateo, cap. 21. 


La cría de ovejas y de cabras. El cultivo del trigo, la viña y los olivos. La pesca en el lago y otras muchas tareas eran en Israel empresas de familia. Sus patrones contrataban obreros, pero también los hijos debían compartir el trabajo. Lo vemos en la parábola del Padre Misericordioso y en ésta donde el amo pide a sus hijos colaborar en la viña. El primero se niega, pero enseguida arrepentido, obedece. Al revés del segundo que acepta gustoso, pero luego no cumple. 

La parábola apunta a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, cuya vida parecía decirle sí al Señor, pero en el fondo era un rechazo a sus planes. El Maestro los ponía contra la pared prefiriendo a los publicanos y prostitutas. Porque estos en muchas ocasiones estaban más cerca de Dios. Fastidiado ante la cerrazón de los poderosos de entonces, el Maestro repite muchas veces esta idea. 

Ese pequeño drama que ocurrió en la casa de un viñador, como contaba Jesús, sucede a diario en nuestra conciencia: Podemos negarnos al Señor. Aunque también podemos rectificar enseguida. Nuestra relación con el Señor se inscribe cada día en aquella expresión popular: “Te quiero mucho, poquito y nada”. Otras veces en un proceso inverso. 

Sin embargo detrás de todo esto brilla nuestra grandeza: Dios nos ha hecho libres. ¿Condenados a la libertad, como escribió Sastre?. De ninguna manera. Más bien colaboradores voluntarios en la viña, es decir en todo el universo. Aunque a veces nos duela elegir y afrontar las consecuencias. Sin embargo, sin la libertad seríamos unos curiosos robots que deambulan, aquí y allá sobre el planeta. 


Un pensador explica el pecado original, no como una falta de obediencia, sino como una renuncia la libertad. Nuestros primeros padres entregaron a la serpiente su capacidad de decidir: “Adán es aquel que al principio no quiso ser hombre y enseguida no pudo serlo”. Abdicó de esta dimensión maravillosa. 


¿Pero cómo aceptar que somos libres ante la voluntad de Dios?. Esa petición del Padrenuestro: Hágase tu voluntad, debiéramos rezarla con cautela. Igual que la sexta, donde pedimos el perdón de las ofensas. Sólo podríamos pronunciarla si añadimos implícitamente otra súplica más honda: “Dame, Señor, lo que me pides, y pídeme lo que quieras”. 

Es bien extraño que muchos entiendan la voluntad divina como una colección de infortunios: “Así lo quiere Dios”, afirman ante los golpes de la vida. En cambio al superar algún problema, se asombran: ¡Un milagro!. Como si el plan de Dios fuera llevarnos a rastras de infortunio en infortunio. 

Comprendamos que el proyecto de Dios hacia nosotros es de amor y de realización. Aquel muchacho que se negó de entrada a obedecer, observó el gesto amargo de su padre. Pero también imaginó la alegría de la cosecha entre el grupo de vendimiadores y el progreso de la empresa familiar por obra y gracia de sus brazos.

En cambio el segundo que aceptó de inmediato, enseguida se dejó vencer de su egoísmo. No supo imaginar. Y para creer, y para amar y es necesario aguzar la imaginación.