Peculado y algo más 

Domingo XXVII del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Dijo Jesús: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje”. San Mateo, cap. 21. 


Hacia el año 75 de nuestra era, cuando el evangelista Mateo coleccionó en su relato muchas parábolas del Maestro, pudo verificar que ésta de los viñadores homicidas coincide claramente con la historia final de Jesús. Luego de los profetas enviados por Dios a su pueblo, muchos de ellos perseguidos y asesinados, viene el Hijo de Dios y los líderes del pueblo lo crucifican en las afueras de Jerusalén. 

El texto nos presenta a un labriego que sabía de viñedos. Buscó las mejores cepas, enseguida rodeó con un vallado su plantío y cavó cerca el lagar. Éste consistía en una plataforma rocosa sobre la cual los obreros pisaban los racimos. Levantó además la casa del guarda, una especie de atalaya con una escalera interior.

Pero este propietario, empeñado quizás en variados negocios, debía ausentarse. Arrendó entonces su viña a unos labradores, quienes le darían a su tiempo parte de las ganancias. 

Llegada la vendimia a los arrendatarios se les daña el corazón y rechazan a los mensajeros del amo. A unos los golpean y a otros les dan muerte. Y es trágico el final de la parábola: Creyó aquel hombre rico que por lo menos respetarían a su hijo y lo envió a cobrar lo que era suyo. Pero estos facinerosos lo arrastraron fuera del viñedo y lo asesinaron. 

El amo de la viña, entrega entonces su heredad a otros arrendatarios. Jesús anunciaba a sus oyentes que Dios haría una alianza con otros pueblos. Todos aquellos que san Lucas presenta en el relato de Pentecostés: “Partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Frigia, Panfilia, Egipto”… Con ellos continuará su plan de salvación para todos los hombres. 

San Mateo añade una expresión de un salmo, tomada de la arquitectura de entonces: “La piedra que desecharon los albañiles es ahora la piedra angular”. Los dirigentes judíos rechazaron a Cristo. E igual cosa hemos hecho algunos de nosotros en la propia conciencia. Pero sin Él la historia y nuestra existencia personal, se quedan en lo absurdo. ¿Qué sentido tendría vivir, luchar, amar, sufrir, morir si no existiera una fuerza superior que vela por nosotros? 

La parábola enseña que nadie puede creerse amo de lo suyo en esta tierra. Es solamente arrendatario. Pero el gusanillo del poder que anida en cada corazón nos lleva a creernos señores. 

Esto le sucede al rico, al que ha logrado una capacitación intelectual suficiente. A quien goza de liderazgo en la sociedad, a quienes integran la jerarquía de la Iglesia. A cuantos, al reconocer sus logros, aseguran no ser “como los demás hombres”. Pudiéramos entonces leer esta parábola en actitud sincera y humilde. Como un examen de conciencia. 

No hemos matado al dueño de la viña. Quizás no todavía. Pero hemos dado muerte a muchos necesitados, hijos también de Dios, con nuestra corrupción, por ese afán de despilfarro, con nuestra miopía social y ese egoísmo crónico que nos caracteriza. 

Luego somos convictos de peculado culposo y algo más, igual que aquellos labradores. ¡A cuántos la codicia ha llevado a mancharse las manos de sangre!