Los infinitivos del amor

Domingo XXVII del Tiempo ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

Sitio Web

 

 

“Se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?” San Marcos, cap. 10. 

Alguien nos presenta una página donde enumera cincuenta y tres verbos, que formarían la infraestructura del verdadero amor: Ser, tener, crecer, conocer, acoger, escuchar, etc. Quien procure ejercitarse en ellos podría tal vez amar de modo auténtico. Lo cual no es tarea fácil y corriente. 

Un día los fariseos le plantean a Jesús un grave problema sobre el amor conyugal. Como siempre, el grupo de los perfectos, quería enredar al Maestro en su retórica. Le dicen: “Es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”. 

El Señor da una respuesta provisional preguntando sobre la legislación vigente desde Moisés hasta entonces. En Israel, rodeado de pueblos paganos, el divorcio era hasta cierto punto normal. Un texto del Deuteronomio, de marcado acento machista, lo autorizaba: “Si un hombre toma una mujer y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, redactará un acta de repudio, se lo pondrá en su mano y la despedirá de su casa”. 

Sin embargo, más adelante, cuando el pueblo regresó de Babilonia, los líderes religiosos ya exhortaban a la indisolubilidad del matrimonio. Leemos en el profeta Malaquías. “Dios no acepta vuestra ofrenda porque él sentencia a favor de la mujer de tu juventud, a la que fuiste infiel”. 

Una enseñanza que presentaban dos escuelas rabínicas contemporáneas de Jesús, cada cual a su modo. Una más laxa, liderada por Shamay. Otra más estricta, la de Hillel. 

Sobre ese telón de fondo se entiende mejor cómo avanza el Señor en su respuesta: “Al principio de la creación - les dice a sus interlocutores - Dios los creó hombre y mujer. Y lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. Menciona además el Maestro un texto del Génesis, que se escuchaba con frecuencia en las sinagogas: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Así señalaba que en el futuro, bajo la luz del Evangelio, el amor conyugal, lograría un nivel de perfección, apoyado por el Sacramento. 

Aquella facilidad para divorciarse, legalizada por Moisés, la explica Jesús “por vuestra dureza de corazón”. La cual el texto griego señala con un término cercano a la arteriosclerosis, que hoy la medicina identifica. Enfermedad que también a nosotros puede afectarnos. 

Por el contrario, el Señor desea que mantengamos un corazón blando y generoso, capaz de comprender y perdonar. El verdadero amor es “paciente, es servicial, no es envidioso ni jactancioso. No busca su propio interés, no se irrita, no se alegra de la injusticia, todo lo soporta”, escribirá más tarde San Pablo los fieles de Corinto. 

Ya en casa, con sus más allegados – nos cuenta san Marcos - el Maestro resume su enseñanza, poniendo en igualdad de deberes y derechos al esposo y la esposa y presentando un levantado ideal de amor conyugal. Pero nos preguntamos: ¿Quiénes podrán lograrlo? 

Sin embargo una cosa es rechazar ese ideal y algo distinto no poder alcanzarlo. Cabría entonces ejercitarnos en aquellos cincuenta y tres infinitos del amor: Creer, orar, perdonar, comprender, respetar, dialogar, perseverar, recomenzar, construir…Y el Señor hará lo restante.