¿De qué vida se trata? 

Domingo XXVIII del Tiempo ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Cuando Jesús salía al camino se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. San Marcos, cap. 10. 


Ninguna definición nos satisface. Según el diccionario, eterno quiere decir lo que no tuvo principio ni tendrá fin. También, lo que dura largo tiempo. Pero aquel hombre que llegó hasta Jesús, apuntaba quizás a una estable calidad de vida. 

Según los libros sapienciales, ese ideal había variado en los últimos siglos. No era ya la muerte el único obstáculo para lograrlo. También otros factores familiares y sociales impedían vivir de verdad. 

San Mateo sitúa este pasaje cuando Jesús salía al camino real, dejando tal vez alguna aldea. Alguien, cuya identidad el evangelista no revela, se acerca corriendo al Señor. ¿Por qué corría aquel hombre? ¿Temía perder el tren de la felicidad? 

El gesto de arrodillarse denota su respeto por Jesús, de quien había oído tantas cosas. Un profeta – pensaría - que “ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos” puede ofrecer la fórmula, para una vida prolongada y dichosa. 

Llama al Señor “Maestro bueno”, a lo cual él responde con una discreta evasiva: “¿Por qué me llamas bueno?. No hay nadie bueno más que Dios”. Leemos entre líneas que aquel desconocido comenzaba a entender quién era Cristo. 

Jesús le ofrece el camino corriente, por el cual avanzamos muchos hijos de Dios: Ya sabes los mandamientos. Trata de cumplirlos. Y le enumera los principales, heredados de Moisés y explicados frecuentemente por los rabinos de entonces. 

El recién llegado declara con sinceridad que los ha obedecido desde niño. Esos preceptos no habían sido para él cortapisas a su felicidad. Pero en su interior ardía otro deseo. 

Añade san Marcos que el Señor: “Se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta”. Le ofrece entonces una segunda vía, que habría de conducirlo más alto: “Vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres – así tendrás un tesoro en el cielo - y luego sígueme”. 

Algunos creyentes han realizado este programa al pie de la letra. Aunque otros lo entendemos como un sistema de austeridad, generosidad y trascendencia. Mediante el cual cada día consignamos en la cuenta del cielo, donde nadie puede alterar las transferencias, ni desviar las remesas. 

Pero enseguida el relato se ensombrece. San Marcos apunta: “Aquel - que suponemos era un joven - frunció el ceño y se marchó apesadumbrado, porque era muy rico”. 

Jesús aprovecha la ocasión para llamarnos la atención: El apego exagerado a los bienes materiales puede impedirnos esa “vida eterna”. Y lo hace con una de sus coloridas sentencias: “Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”. 

Esta segunda propuesta de Jesús equivale al programa de las Bienaventuranzas. Un método de felicidad más elevado, más seguro, más gratificante. Sin embargo para acceder a él se necesita un código inicial, que no todo mundo posee: El amor a Jesucristo. 

Se da el caso entonces de los cristianos del montón, a quienes Dios regala por su inmensa bondad, la vida eterna. Pero también hay una élite, en quienes el Evangelio se ha hecho sangre de su sangre. ¿De cuál grupo queremos ser nosotros?.