Cuando llegue el Esposo

Domingo XXXII del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Como el esposo tardaba, a las doncellas que salieron a esperarlo les entró sueño y se durmieron”. San Mateo, cap. 25. 


“El sueño, moneda fraccionaria de la muerte” nos dice un escritor. Y nosotros, como ensayándonos a morir, pasamos dormidos mucha parte de nuestra vida. 

Eran diez estas jóvenes de la parábola, pero el evangelio no les reprocha el haber cedido al sueño. El error de cinco de ellas, a quienes el texto llama necias, consistió en no proveerse de aceite para la fatigosa espera. 

Se usaba entonces que varios días antes de la boda, los novios cada uno por su parte, festejara con sus amistades el futuro acontecimiento. Ya el día señalado, las amigas de la novia la acompañaban hasta su nuevo hogar, entre músicas y felicitaciones. El novio llegaba con frecuencia de otra aldea, y algún imprevisto podía retrasar su encuentro con la prometida. 

San Mateo apunta que este esposo llegó a la medianoche y su presencia fue anunciada con un grito, que despertó a las adormiladas amigas. Entraron a la fiesta aquellas que pudieron aderezar sus lámparas. Las restantes tenían limpia su alcuza y mientras fueron a la tienda a proveerse de aceite, cerraron la puerta del recinto donde empezaba la fiesta. 

La parábola se vuelve dura con quienes llegaron tarde, y suplicaron: “Señor, señor, ábrenos”. Desde dentro él respondió: “Os aseguro que no os conozco”. Pero ¿quien era este señor?. En la vida real sería el papá del novio, en cuya casa tenía lugar la boda. O tal vez un maestro de ceremonias. Pero en la enseñanza de Jesús es el esposo, el mismo Dios como aparece en otras páginas del Evangelio. El que ha de llegar de improviso, al resonar un grito en la noche, para iniciar el banquete con quienes se encuentren dispuestos. 

La lección central de la parábola es un llamado a la previsión, a la perseverancia. Una invitación a la esperanza. 

El Maestro, dándole un toque de belleza a la parábola, habla de aquellas lámparas que se usaban dentro de las casas. Porque afuera se empleaban antorchas que pudieran resistir la intemperie. Sin embargo la fe nunca es un elemento decorativo. Y es necesario mantenerla encendida entre las crisis, bajo las tempestades. ¿Pero dónde conseguir combustible que mantenga encendido el corazón? 

Muchos de nosotros, remedando a Neruda, podemos afirmar: “Confieso que he vivido”, mientras verificamos que nuestra relación con el Señor sólo puede entenderse en el misterio. Es decir, de nuestra parte un deseo, un anhelo, una esperanza. Y de parte de Dios, una presencia, una fuerza, una iluminación. Aunque muchas veces parpadea nuestra lámpara y amenaza extinguirse. 

¿Qué ocurrirá después? El encuentro gozoso, cuando al término de esta vida presente, - esta larga vigilia como dice el salmo 89 - llegue el Señor y nos conduzca personalmente a la boda. Porque Dios es experto en completar balances y en multiplicar, además del pan y los pescados, el aceite del alma. 

Cabría sin embargo un reproche para aquellas jóvenes que, al final de la parábola, no quisieron compartir el combustible con sus compañeras. Es un detalle secundario que el Señor no enfatiza. Pero puede enseñarnos que en el programa de la salvación, no caben los negocios de última hora, ni tampoco las permutas.