Buena capacidad gestora

Domingo XXXIII del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Un hombre que se iba al extranjero dejó a sus empleados encargados de sus bienes, a cada uno según su capacidad. Y luego se marchó”. San Mateo, cap. 25.

“Dios mío: ¿Qué haría yo sin mí?”. Una frase de Mafalda, que compendia una autoestima indispensable para vivir equilibradamente y avanzar. 

Y esta valoración nace espontáneamente del conocimiento de nuestras cualidades. Lástima que una pedagogía anterior no insistió de modo suficiente en el valor de cada persona. Más bien trató de opacarnos, en aras según decían, de una obligatoria humildad. Pero hoy hemos verificado que “Dios no fabrica basura”. 

Al identificar quiénes somos, podremos motivarnos a administrar los talentos recibidos del Señor, según enseña esta parábola. 

El Maestro nos habla de un hombre adinerado, que se marchó a lejanas tierras. Por lógica, un viajero de aquellos tiempos y de ahora, sólo lleva el dinero necesario. Pero dejar inactivas sus riquezas, podría perjudicar su hacienda. Por lo cual dejó a sus empleados el encargo de negociar con ellas. 

La parábola le pone cifras al dinero que aquel hombre confía a sus dependientes. A uno le encomienda cinco talentos, dos a otro, uno a un tercero. Y el texto explica: “Según su habilidad”. Hoy diríamos, de acuerdo a su capacidad gestora.

En la antigüedad, la palabra talento significó una notable suma, respaldada por 30 o 40 kilos de plata, según las regiones. Más adelante, el término llegó hasta nuestro idioma para señalar las dotes personales, en cualquier área del quehacer humano. 

Con estas fortunas entregadas a cada uno de los empleados podrían hacerse jugosos negocios. Aunque no sabemos qué tipo de inversiones realizaron, ni cuánto tiempo se mantuvo ausente su señor. Pero mientras dos de ellos se dedicaron a multiplicar los talentos, el tercero se llenó de temores.

Al parecer era un empleado perezoso que prefirió su cómoda pobreza al riesgo de invertir. La propia seguridad, frente a la severidad de su amo. Y es pintoresca su argumentación, cuando le piden cuentas: “Sabía yo que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. San Lucas, al ponderar la inutilidad de este hombre, apunta que guardó el dinero en un pañuelo. 

Jesús explica de un modo figurado, la recompensa de Dios para quienes duplican sus talentos: “Te daré un cargo importante. Pasa al banquete de su Señor”. Hay aquí un detalle muy propio de la literatura bíblica: Compartir el banquete significa adquirir la condición de hijos. De todos modos, es generoso el premio que aquel hombre rico entrega a quienes le duplicaron sus bienes. Por el contrario, al empleado negligente lo despojan aún del talento recibido.

La parábola nos motiva a revisar nuestras cuentas de “haber y debe” delante del Señor. Ojalá, al final de nuestra vida, podamos asegurar: “Me confiaste, Señor, cinco talentos. Te he ganado otros cinco”. Construí una familia integrada en el amor, la madurez, el equilibrio. Puse toda mi ciencia al servicio de los demás. Creé una, o varias empresas. Con mi cabeza y con mi corazón enseñé a muchos a vivir. Atesoré con abundancia en la alcancía de los pobres. Todo cuanto me diste lo invertí, día a día, para embellecer el universo.