Tiempo de fantasmas

Domingo III de Pascua, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Mientras hablaban los discípulos, se presentó Jesús en medio y les dijo: Paz a vosotros. Llenos de miedo por la sorpresa creían ver un fantasma”. San Lucas, 24.

Cada cultura fabrica y mantiene sus propios fantasmas. Los nuestros enturbian los arroyos, hieren los ganados, dañan las cosechas. Llenan de ruidos la oscuridad y asustan a los niños. El epicentro de los fantasmas, en tiempos de Jesús, estaría en el Lago de Genesaret, sobre todo en las noches de borrasca. 

Con el correr del tiempo, muchos fantasmas se refugiaron en nuestro interior y allí agazapados fabrican miedos, bloquean proyectos, atormentan nuestros sueños, nos amargan la vida. Sigmund Freud los persiguió hasta su guarida, pero no logró eliminarlos a todos.

Cuenta san Lucas que, estando reunidos los discípulos en el cenáculo, Jesús se presentó deseándoles la paz. Pero ellos no le reconocieron. Aterrados, creían ver un fantasma. Tuvo el Señor que desmontar aquel pavor, aquella falsa percepción. En fin, sanar aquella fe desconcertada y vacilante. 

Alguien querrá culpar a estos discípulos. Pero hemos de entender que hoy Jesucristo también asusta a muchos. 

Hacia el siglo IV, las comunidades cristianas comenzaron tímidamente a venerar representaciones del Señor. Del pueblo judío habían heredado la prohibición de fabricar toda clase de imágenes. Entonces el arte bizantino tuvo la palabra y aparecieron aquellos Cristos, de angulosas facciones y grandes ojos. Los cuales, como dicen un autor, más que ser mirados, nos miran de forma escrutadora. En ellos se traducía mejor la efigie de Constantino, que el rostro de Jesús de Nazaret. 

Valdría entonces preguntarnos: ¿Los cristianos de hoy qué versión de Dios ofrecemos?. ¿Cómo traducimos nuestra fe al entorno que nos rodea?.

De Bill Clinton alguien señaló que, en su momento, se creyó el policía del mundo. Sospechamos que ciertos grupos religiosos han retomado este encargo, mientras Jesús quiso otra cosa. Deseó que los cristianos fuéramos sal de la tierra, luz del mundo, levadura en la masa. 

Una encuesta en nuestras calles sobre la Iglesia revelaría que muchas gentes sólo la identifican como un aparato administrativo, jurídico o si queremos litúrgico. Pero no logran descubrir corazón de Dios que quiere palpitar en cada discípulo de Cristo, en cada comunidad creyente. 

Es tarea de los cristianos exhibir la presencia de Jesús, traduciéndola en signos de sencillez, de acogida y de misericordia. De lo contrario habría que borrar innumerables páginas del Evangelio. 

Aquel encuentro del Señor en el cenáculo, narrado por san Lucas, fue quizás la aparición oficial a los apóstoles, para invitarlos a creer en Él, más allá de los miedos, de las falsas imágenes. 

En nuestro mundo, cuando se toca el tema religioso, frecuentemente se alborotan los fantasmas. Algunos sienten vulnerados sus derechos. Otros la emprenden contra las caricaturas de religión que se han fabricado. Nunca identificaron a Jesús entre las fotocopias desteñidas que muchos bautizados les mostramos. 

“El Principito estaba delante mí, nos cuenta Saint Exupery. Y de inmediato me rogó: Dibújame un cordero. Lo hice de inmediato. Pero el niño me dijo: Así no. Es un carnero. ¿No ves que tiene cuernos?. Por lo cual resolví más bien pintar una caja y le expliqué: Allí dentro encontrarás tu cordero. El rostro de mi pequeño interlocutor se iluminó”. 

Muchos apenas alcanzamos a ofrecer una caja, pero dentro alienta Jesucristo.