La agenda del Pastor

Domingo IV de Pascua, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Dijo Jesús: Yo soy el buen Pastor, el que da la vida por sus ovejas. Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí”. San Juan, cap. 10. 

Ni tan comedidos, ni tan hermosos como aquellos de las estampas navideñas. Los pastores del tiempo de Jesús conformaban un grupo de pésima reputación. Eran “gente de la tierra”, despreciados por las autoridades civiles y religiosas. “Si no fuésemos necesarios para el comercio, comentaba uno de ellos que llegó a ser rabino, ya nos hubieran matado”. Quizás por todo esto el Señor se presenta como un pastor bueno. 

El texto de san Juan señala cuáles son sus tareas: Se distingue de un pastor asalariado porque es propio su rebaño y, para protegerlo, arriesga la vida. Además conoce sus ovejas y ellas lo conocen a él y lo siguen. “En verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas. Su vara y su cayado me sosiegan”, añade el salmo 22.

Desde tiempos antiguos los patriarcas y los profetas, experimentados en labores agropecuarias, dibujaron a Yavéh como un pastor. Una imagen que se fue depurando hasta completarse con la predicación de Jesús. 

Él mismo contará luego que un pastor arriesgado dejó noventa y nueve de sus ovejas a la intemperie, para recuperar la que faltaba. Y el evangelista subraya: Va en busca de la extraviada, la encuentra, la pone sobre sus hombros, regresa a casa, convoca a vecinos y amigos, para compartir con ellos su alegría. 

San Mateo, al final de la predicación del Maestro, convierte ese temible juez que llega rodeado de ángeles, en un pastor amable que “separa las ovejas de los cabritos”. 

Pero tan bella estampa se opaca ante una queja del Maestro: “Tengo además otras ovejas que no son de este redil. También a ellas las tengo que traer”. 

San Pablo enseña en la carta a los efesios, que la apretada agenda del Pastor es compartida a su vez con los discípulos. “Él mismo dio a unos ser apóstoles, a otros profetas, evangelizadores, pastores y maestros”. Entendemos entonces que, en el organigrama del Reino de Dios, todos somos pastores de nuestros hermanos. 

Pero un día Jesús escogió a doce, “para que estuvieran más cerca de él y para enviarlos a predicar”. Más tarde los apóstoles declinaron su tarea en los presbíteros, los ancianos de las comunidades. Estos, a su vez, necesitaron supervisores, que son hoy los obispos. 

En cada sacerdote descubrimos, más allá de su humana condición, un misterio: La posibilidad de hacer presente a Jesús, de manera más clara, entre nosotros. Algo que adivinan no pocos jóvenes en todos los lugares de la tierra. Mientras tanto, los fieles deseamos que nuestros pastores sepan de muchas cosas, pero ante todo que conozcan a Jesucristo. 

Durante una recepción, alguien pidió a Drury Lane que, luego de recitar apartes de Shakespeare, declamara el salmo 22, muy conocido en el culto anglicano: Lo recitaré, si el párroco que nos acompaña lo hace también: “El Señor es mi Pastor, nada me falta”.... y de inmediato llovieron los aplausos. Subió luego el sacerdote al estrado y desgranó devotamente los versículos. A continuación, un gran silencio. - Señoras y señores, dijo el actor inglés. ¿Notan la diferencia? Yo memorizo el salmo. Pero este clérigo conoce bien al Pastor.