La piedra filosofal

Domingo VI de Pascua, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

Sitio Web

 

 

“Dijo Jesús: Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene más amor que quien da la vida por sus amigos”. San Juan, cap. 15. 

Durante el siglo XX se logró transmutar algunos cuerpos físicos, mediante el bombardeo de los neutrones. Sin embargo, el sueño de los alquimistas medioevales continuó siendo utópico. Pretendieron cambiar los metales en oro y plata, al contacto con la piedra filosofal. 

La cual también prolongaría la vida humana indefinidamente. 

Pero Jesús de Nazaret no fue un mago, ni tampoco un científico. Fue un maestro que vino a enseñarnos quiénes somos, hacia dónde vamos y cuál es el camino seguro hacia la meta. Su método fue éste: Sobre las normas judías de su tiempo colocó un precepto objetivo, que podría compararse con la piedra filosofal. Porque transforma de modo sorprendente todas las cosas. Porque da a nuestras vidas un toque de felicidad y solidez. 

En varias ocasiones, especialmente al despedirse de sus discípulos, el Señor les dijo: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene más amor que quien da la vida por sus amigos”. 

Cuando hablamos de amor nos referimos a algo que Dios nos regaló desde el principio. No nace del pensamiento o de la voluntad, como explica el papa Benedicto en su reciente encíclica. Algo que los griegos señalaron como Eros, Philia (amor de benevolencia) y Agapé. 

Vale reconocer que la catequesis cristiana no ha sido muy explícita sobre el tema. Una marcada tradición intelectualista relegó nuestra área afectiva a un segundo plano. 

“El cristianismo, según Nietzsche habría dado de beber al Eros un veneno, que no alcanzó a matarlo, pero lo hizo degenerar en vicio”. Así expresaba el filósofo alemán que la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, convirtió en amargura lo más hermoso de la vida. 

Pero aquí el Evangelio nos invita a integrar, más que a dividir. No existe sino una clase de amor, que al conducir al corazón por variados senderos, podría apellidarse de diversas formas. 

Nunca el Maestro satanizó el Eros. Al iniciar su vida pública, cuando “dio comienzo a sus señales”, como escribe san Juan, lo hizo en una fiesta matrimonial: “Se celebraba una boda en Caná de Galilea. Y fue invitado Jesús con sus discípulos”.

Sin embargo al señalar el amor como “la política central de su compañía”, nos enseña que no hemos de quedarnos en un amor espontáneo. Es necesario pasar a otros niveles, donde ya no buscamos solamente lo nuestro, para complementar y hacer felices a los otros. También en el misterio del amor conyugal van confluyendo Eros, Philia y Agapé. Y enseguida el Señor explica que hay un vértice, una cima: “Nadie tiene más amor que quien da la vida por sus amigos”. 

Entonces nos vienen a la mente aquellos héroes y santos, que ofrecieron su vida en un acto supremo de responsabilidad, o de servicio. Pero no olvidaremos a muchos otros que, sin hacer ruido, también se entregan en módicas cuotas, para beneficio del prójimo. ¿Quizás entre ellos estaremos nosotros?. 

Sin embargo valdría examinar si en ese conjunto de amores y de amares se mezcla todavía la cizaña. Si algo le falta a ese maravilloso ejercicio para alcanzar la medida de Jesús.