IX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 7, 21-27: “No todos los que me dicen: ‘Señor, Señor’, entrarán en el reino de los cielos”

Autor: Padre Hermann Rodríguez Osorio, S.J. 

 

 

Dicen que un niño iba a rezar todos los días a la misma hora a una Iglesia; el sacerdote, viendo que el niño venía todos los días y pasaba algunos minutos arrodillado delante del Santísimo Sacramento, le preguntó: “¿Qué le pides a Dios todos los días? ¿Cuál es tu problema? A lo que el niño respondió: “No le pido nada. No tengo grandes problemas. Lo único que le pregunto a Dios es en qué le puedo ayudar”. 

Jesús propone hoy un ejemplo que nos debe cuestionar muy seriamente: “No todos los que me dicen, ‘Señor, Señor’, entrarán en el reino de los cielos, sino solamente los que hacen la voluntad de mi Padre celestial. Aquel día muchos me dirán: ‘Señor, Señor, nosotros comunicábamos mensajes en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros’. Pero entonces les contestaré: ‘Nunca los conocí; ¡aléjense de mi, malhechores’!”

 

El seguimiento de Jesús no es solamente repetir oraciones y hacer grandes obras en su nombre… Esto habrá que hacerlo, pero lo más importante es que cumplamos con la voluntad de Dios… Escuchar la palabra de Dios y no ponerla en práctica es como construir una casa sobre arena: “Vino la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y la casa se vino abajo. ¡Fue un gran desastre!”. En cambio, escuchar la palabra de Dios y cumplirla, es construir la casa sobre roca: “Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos contra la casa; pero no se cayó, porque tenía su base sobre la roca”.

 

A lo mejor Jesús vio de pequeño a San José construyendo su casa con unos cimientos que llegaban hasta la roca. Las tempestades y las borrascas no pudieron nada contra su propia casa. En cambio, debió ver a algún vecino perezoso que edificó su casa sobre la arena y terminó sufriendo un gran desastre cuando llegaron las tormentas y los vendavales sobre aquella casa. 

Nuestra oración debería ser como la de aquel niño que siempre le preguntaba al Buen Dios, cómo ayudarle cada día. Preguntémonos hoy, qué nos está pidiendo el Señor, y pidámosle la gracia para poder cumplir su voluntad de salvación. Solamente así, nuestra palabra y nuestra oración serán como la de Jesús, que dejaba asombrada a la gente que lo escuchaba: “Cuando Jesús terminó de hablar, toda la gente estaba admirada de cómo enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad, y no como sus maestros de la ley”.