XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Mc. 10, 17-30

Providencialmente, en las lecturas bíblicas de este domingo hay dos referencias a la madre:
En primer lugar, cuando Jesús, respondiendo al hombre que le preguntó “¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”, enumera los mandamientos de la ley de Dios, entre ellos aquel que manda “honrar al padre y a la madre”. Cuando el hombre le dice Jesús que ha cumplido los mandamientos desde la juventud, incluye el cuarto mandamiento. La mirada complaciente de Jesús aprobando a este buen hombre incluye los deberes que ha cumplido respecto de su padre y de su madre.
Y al final del relato de San Marcos, cuando Pedro le dice a Jesús “nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”, o sea “nosotros no hemos hecho como este hombre que se asustó porque tenía muchas riquezas y no escuchó tu llamado a que lo siguieras, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”, Jesús afirma: “el que deje padre, madre, casa, hermanos, a causa del Evangelio, recibirá el ciento por uno en esta vida y en el futuro la vida eterna”. El que deje la madre… ¿No dejamos todos con dolor nuestra casa materna cuando por la ley de la vida buscamos formar nuestro propio hogar, irnos para estudiar y capacitarnos primero y después por razones del trabajo? Renuncia el consagrado, el sacerdote, pero también renuncia todo aquel que siguiendo llamado de Jesús quiere dedicarle al menos parte de su tiempo a la Iglesia en la catequesis, la dirigencia de instituciones y otros servicios de caridad o litúrgicos. El Señor no promete multiplicar con sus recompensas aquello a lo que hemos renunciado.

Pero volvamos al texto bíblico. Es necesario tomar conciencia de la importancia de la pregunta planteada por este hombre a Jesús. “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”. Es la pregunta por la salvación. Jesús dirá que es muy difícil que un rico pueda salvarse. Esta respuesta sorprende a los apóstoles hasta tal punto que se preguntan unos a otros: “¿y entonces quién podrá salvarse?”. Y Jesús afirma que todo posible para Dios. La pregunta por la salvación, la inquietud: “¿podré salvarme?”, acucia a todo hombre en el fondo de su corazón, lo reconozca o no, antes o después, es una de esas preguntas fundamentales que inquietan el corazón de todo hombre. Y enseguida sigue la otra pregunta: “¿qué debo hacer para salvarme?”. Jesús con su respuesta quiere dejar bien en claro que la salvación es un don, es una gracia que Dios puede conceder si se la pedimos, y que nadie debe desesperar de la salvación, ni aún el rico.

Pero la respuesta de Jesús todavía agrega algo muy importante. El hombre lo llama “Maestro Bueno”, y él le pregunta “¿por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno”. Cuando Jesús dice que sólo Dios es bueno está planteando claramente, directamente, sin vueltas, la raíz del problema moral, la fuente de la vida moral del hombre, porque Dios y la bondad de Dios es el fin al que la conducta humana debe dirigirse mediante sus actos buenos cumpliendo los mandamientos de Dios. La respuesta de Jesús plantea el problema del bien y del mal, reduce la pregunta de su interlocutor a estas otras preguntas: “¿qué es el bien? ¿cuál es la fuente del bien?”. Cuando Adán y Eva pecaron en el paraíso, lo hicieron porque tuvieron la ilusión de que ellos, los hombres, podían ser conocedores del bien y del mal, podían establecer lo que está bien y lo que está mal, los mandamientos, olvidándose de que su fuente es Dios.

El hombre se retira triste porque tenía muchas riquezas. Los mandamientos los había cumplido, y probablemente estaba dispuesto a continuar cumpliéndolos, pero Jesús le pedía algo más, algo más que él no estaba dispuesto a dárselo. Su tristeza no es la tristeza de aquel que ha pecado, es la falta de alegría de aquel que aún no sea entregado totalmente.

La palabra de Dios es filosa como un cuchillo, según nos dice la Carta a los Hebreos, y este párrafo del evangelista san Marcos a nosotros también nos interpela, nos conmueve, como algo tajante que no podemos evadir. ¿Buscamos a Jesús como el “joven rico” movidos por la insatisfacción del corazón que sabe que aún no se ha entregado totalmente? En realidad, Dios tiene la iniciativa, Jesús sale El a nuestro encuentro. Como nos dice el evangelista: “Jesús se puso en camino”. El Verbo se hace carne, el sembrador sale a esparcir su semilla, el pastor a buscar la oveja perdida. ¿Corremos hacia Jesús y nos postramos ante El? ¿Nos urge la pregunta “¿qué debo hacer para heredar la vida eterna, para salvarme?”. ¿Merezco yo la mirada complaciente del Maestro Bueno porque hasta hoy me he esmerado por el cumplimiento de los mandamientos? Y, ¿qué diré ante la propuesta de Jesús: “sólo te queda una cosa…”?
¿Puedo aplicarme lo que Jesús dice acerca de la recompensa del ciento por uno? ¿A qué he renunciado para seguirlo a Jesús? ¿He aprendido a valorar esa sabiduría que es un tesoro más valioso que todas las riquezas (primera lectura)?