III Domingo de Adviento, Ciclo C
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Evangelio: Lc 3, 10-18
En el evangelio de este domingo la figura de san Juan Bautista reaparece una vez más en el Adviento para ayudarnos en esta preparación para el encuentro con Jesús, el Salvador, en la próxima Navidad.
Como los
discípulos de San Juan Bautista debían convertirse para recibir el bautismo que
el precursor dispensaba junto al río Jordán, los cristianos nos preparamos para
la Navidad convirtiéndonos. Como ellos preguntaban a su maestro ¿qué significa
convertirse? ¿Qué debemos hacer?, también nosotros.
En las respuestas de san Juan Bautista a esta pregunta que le hacen sus
discípulos aparece claramente vinculado el asunto de la conversión con la vida
moral, con el cumplimiento de los mandamientos de Dios.
La primera respuesta, que es más general, exhorta a compartir solidariamente
tanto el vestido como el alimento con los que más necesitan.
La 2ª respuesta es para la pregunta formulada por unos recaudadores de
impuestos. ¿Qué debemos hacer? Cobra con justicia, no cobres de más.
La tercera respuesta se dirige a un grupo de soldados. ¿Qué debemos hacer? Y les
dice san Juan Bautista tres cosas: no extorsionen, no hagan denuncias falsas y
conténtense con su salario. En otras palabras: no abusen de su autoridad para
obtener más dinero.
Y nosotros, ¿qué debemos hacer? No basta armar el árbol de Navidad, hacer
regalos, enviar saludos. La disposición implica la conversión, auténtica, y
afecta a toda la vida moral.
San Juan Bautista tiene clara conciencia de que él no es el Mesías. Para evitar
malos entendidos lo aclara. El bautiza con agua; el que viene después que él
dará el bautismo del Espíritu Santo y del fuego, un bautismo superior. Con
humildad se presenta como menor que el siervo respecto de su patrón, porque él
no es digno ni de desatar la correa de las sandalias del Mesías.
La misión de San Juan Bautista la debemos imitar y cumplir nosotros respecto de
todos aquellos a quienes podamos ayudar a disponerse para la próxima venida del
Salvador. No cedamos ante la tentación de creerse acaba uno un mesías, de
trasmitir la religión a la medida de cada cual.
Nosotros, como San Juan Bautista, anunciamos la buena nueva, una noticia que no
es nuestra sino de Jesús. Y la anunciamos primeramente con nuestro testimonio de
coherencia moral.
La 1ª y la 2ª lecturas de este domingo, por su parte, son una exhortación a la
alegría. En efecto, este tercer domingo de adviento es una exhortación a la
alegría por la proximidad de la llegada del Sr. Como quien esperando la visita
de un ser querido, asomado a su ventana, se alegra cuando lo ve u oye acercarse,
anticipando el gozo del encuentro, nosotros, próximos a la Navidad, pregustamos
la fiesta de ese día.
El profeta Sofonías, en la primera lectura, exhorta a Jerusalén y al reino de
Judá a alegrarse anticipando en esperanza la liberación del sometimiento a los
asirios:
Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo
corazón, Jerusalén.
Porque:
El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos.
Alégrate, porque el Señor está en medio de ti, como tu Rey.
No temas, no desfallezcan tus manos.
Alégrate como el mismo Dios.
El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de
fiesta.
En la 2ª lectura, el apóstol san Pablo, desde las cadenas de la prisión,
exhorta, no obstante, a los cristianos de la comunidad filipense, a estar
alegres siempre porque el Señor está cerca. Y a ponerse a orar, sin
preocupación, con paz.
Esta exhortación a la alegría, como nos dice hoy en la oración del Ángelus del
mediodía el Papa Benedicto XVI, no es una falta de respeto para los que sufren
ni una alienación. El mensaje del profeta Sofonías fue escrito justamente en
tiempo de prueba para Jerusalén.
Hoy y siempre es un mensaje dedicado especialmente a los más pobres, a los
pobres de alegría, de la auténtica y profunda alegría; a los huérfanos de
alegría, a los que sufren guerra o enfermedad, a los que vanamente buscan
sustitutos de esa alegría lejos de su Dios.
Alegrémonos, porque el Salvador ya viene, ya está cerca. El tiempo de la cosecha
está próximo, con la metáfora de la alegría del sembrador que recoge sus
semillas, como predicaba San Juan Bautista, él, el predicador que alegra
predicando la buena noticia.
Recibamos a Jesús, causa de la auténtica alegría, en la próxima Navidad y en la
comunión de esta eucaristía.