IV Domingo de Adviento, Ciclo C

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Evangelio: Lc 1,39-45

Por aquellos días, María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá.  Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.  Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo,  exclamó a grandes voces:

–Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?  Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Este año, el cuarto Domingo de Adviento nos introduce rápidamente en la Navidad. En María nos inspiramos en nuestra mejor preparación para el ingreso al santo misterio del nacimiento del Salvador.

La imagen de María que nos pinta el evangelio de hoy es la de aquella que después de recibir el don, lo comparte y lo entrega, en actitud del servicio y de servicio alegre.

En estos días en que ya empezamos a saludarnos fraternalmente por la Navidad, el evangelio de hoy nos ofrece una muestra de la espiritualidad y el sentido del saludo. María saluda a Isabel e Isabel saluda a María. Jesús, oculto en María, saluda a Juan Bautista y lo hace saltar de gozo.

María toma la iniciativa y viaja y busca el encuentro con su prima. Para ponerse a su servicio. Sin demora, miedo, confiada.

¿Han pensado que las visitas y saludos que nosotros nos damos en estos días pueden hacer mucho bien si permitimos que Jesús llegue a esa casa donde entramos y las personas a los que saludamos? Sí, siguiendo la inspiración del Espíritu Santo, y del Ángel, como María, con prisa, saliendo el encuentro de nuestros hermanos necesitados, para ponernos a su servicio, de las personas que queremos, entrar en su casa, y saludarlos, llevarles a Jesús, es nuestro mejor modo de prepararnos para la Navidad y ayudar a Jesús a nacer en el mundo.