Sagrada Familia de Jesús, Maria y José, Ciclo A

Mateo 2, 13-15.19-23

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Eclesiástico 3, 3-7; Carta de san Pablo a los Colosenses 3, 12-21; Evangelio según san Mateo 2, 13-15.19-23 

El texto de san Mateo que nos toca comentar es el final del llamado Evangelio de la Infancia. Nos cuenta cómo Dios protege a Jesús refugiando a la Sagrada Familia en Egipto y después le hace volver a su tierra, ocultándole en Nazaret, y preservándole así del peligro, hasta que llegue la hora para Jesús de instaurar su reino.

La lectura bíblica nos ayuda a prolongar la contemplación del misterio de la Navidad.

Es el amor de Dios Padre el que, en definitiva, conduce la historia humana conforme a un plan que Él se ha propuesto, y no son los poderes del mundo, los poderes y la violencia de los Herodes o Arquelao, de los totalitarios de cualquier tiempo y lugar.

Respecto de este proyecto salvífico de Dios, san José, el padre legal de Jesús, esposo de María, se nos muestra como un hombre justo (Lc. 1, 19),  o sea obediente y dócil a la voluntad divina, a la voz de Dios que le habla en sueños a través de su mensajero, confiado en Dios y obediente a sus planes, aunque no los comprenda del todo, aún en medio de dificultades que suscitan contemporáneamente temor, sobresaltos y huídas.

Viendo así a san José al frente de su familia en la llamada “vida oculta” de Jesús, comprendemos mejor que Dios incluyó en sus planes a José no sólo porque debía poner un nombre al Hijo de Dios que había sido concebido por obra del Espíritu Santo en María, y trasmitirle así legalmente la genealogía davídica. San José también debía asumir el rol del que hace las veces de padre en un sentido más completo. Es a él a quien se dirigió el ángel en sueños para ordenarle que huyera a Egipto y allí permaneciera hasta la muerte de Herodes. Y fue a José a quien nuevamente se presentó en sueños en Egipto el mensajero de Dios para decirle que regresara a la tierra de Israel y se estableciera con su familia en la región de Galilea.

Y a cada manifestación de Dios, san José corresponde con la obediencia: se levantó, tomó al niño y a su madre y se fue a Egipto, y allí permaneció…se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel…

El texto sigue el estilo típico del Evangelio de la Infancia, donde el evangelista se propone mostrar a Jesús como el Mesías en quien se cumplen las profecías del Antiguo Testamento sobre el Mesías.

La cita literal de Oseas (11, 1): “desde Egipto llamé a mi hijo”, evoca la liberación del pueblo elegido y el éxodo hacia su tierra. Jesús es presentado como el nuevo Israel que huyó a Egipto (Génesis 46, 1-7) y este viaje de regreso de Egipto como un nuevo éxodo, un éxodo nuevo y definitivo a la tierra prometida.

En este nuevo Éxodo, el bautismo en el Jordán (Mt. 3, 13-17) evocará el paso del mar rojo, y las tentaciones que sufrirá Jesús recordarán la marcha del Pueblo por el desierto (Mt. 4, 1-11).

De modo muy semejante a Moisés, Jesús, cual un nuevo Moisés, es salvado por la intervención de Dios de la violencia de un tirano y de la matanza de niños inocentes (Éxodo 2, 1-9), como Moisés tiene que huir con su familia (éxodo 4, 19-23). Jesús es el nuevo Moisés que da comienzo a un nuevo Pueblo, un Pueblo que marcha en la historia pero no lo hace solo sino con la presencia e intervención divina que realiza su plan de salvación incluso en las adversidades.

El Evangelio de la Infancia también se caracteriza por ser como un preámbulo del resto del Evangelio, por lo que anticipa los puntos más importantes que van a ser tratados después.

En el capítulo 1 de san Mateo, Jesús es presentado como el descendiente de David, el hijo de una madre virgen, que ella concibió por obra del Espíritu Santo, El es el Emanuel, el Dios con nosotros, y en el nombre que debe imponerle su padre legal, José, se expresa su misión de Salvador.

En el texto que hoy nos ocupa se preanuncia la acción de sus enemigos, que buscarán matarle, se anticipa su Pasión, su Muerte y su Pascua. Jesús es presentado como el Hijo en quien hay una intervención divina especial en la historia, pero a la vez Él es el niño envuelto en pañales, indigente de una familia  que vive una vida ordinaria en un pueblo hasta entonces desconocido como es Nazaret, el que será llamado Nazareno. El es a la vez el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Es a la vez el Emanuel, Dios con nosotros, y el Nazareno.

La profecía citada por san Mateo en el versículo 23 y que el evangelista dice que se cumplió en Jesús, no resulta fácilmente identificable.

Afirmar de alguien que es Nazareno no decía por entonces gran cosa. Recordemos aquello que le diría Natanael a Felipe: “¿acaso puede salir algo bueno de Nazaret?” (Juan 1, 46). Y cuando Jesús predicó en la sinagoga de Nazaret, se preguntarán: “¿De dónde le vienen esta sabiduría y ese poder de hacer milagros?” (Mt. 13, 54), porque su humanidad y su condición humilde impedirán a sus compueblanos reconocer su divinidad.

Y, sin embargo, El es a la vez el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Es a la vez el Emanuel, Dios con nosotros, y el Nazareno.

La elección de Galilea como lugar donde se estableció la Sagrada Familia a sugerencia del ángel en sueños, cuando Arquelao sucedió a Herodes en Judea, tratándose de una Provincia donde había muchos paganos, puede entenderse también como preanunciativo del carácter universal de la salvación que traía Jesús.

Con la Sagrada Familia de Jesús, María y José, confiemos siempre en que, aún en medio del mal que Dios permite, Dios sigue actuando en la historia, y sigue llamando, como a Israel a salir de Egipto, como a José a volver a Palestina, sigue llamando a un éxodo, a un camino hacia el encuentro con el Señor que viene a nosotros.