Epifania del Señor, Ciclo A

Lucas 2, 16-21: Guardar y meditar lo contemplado

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Isaías    60, 1-6; Carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso 3, 2-6; Evangelio según san Mateo 2, 1-12

Vienen de lejos a adorar  a Jesús

El evangelio de esta solemnidad litúrgica tiene un significado claramente misionero. Trata de de la apertura de la salvación a todas las naciones, representadas en estos personajes llamados de modo indefinido “magos de Oriente”.

Estos “magos de Oriente” eran sabios, probablemente astrólogos, observadores de los astros celestes: “vimos su estrella en Oriente” (Mt. 2, 2). Se trataba de un fenómeno excepcional, el de la estrella que siguieron, que ellos vincularon al nacimiento del rey de los judíos.

En efecto, el Mesías había sido anunciado como la estrella que nace de Jacob (Números 24, 17).

Pero el evangelista escribe que estos paganos se presentaron en Jerusalén con un propósito religioso, no científico, por eso preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?”, y fundamentaron así el motivo de su búsqueda: “Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Lc. 2, 2). Claramente se manifiesta que no buscan a un rey extranjero para ofrecerle tributos como súbditos, van tras el Mesías prometido al Pueblo de Israel, a quien reconocerán un señorío divino. “Hemos venido a adorarlo”.

Cuando Mateo relata esta historia, siguiendo el método típico del Evangelio de la Infancia, muestra cómo en Jesús se cumplen las antiguas profecías sobre el Mesías.

Una profecía, Miqueas 5, 1-3, será citada por aquellos a quienes pide consejo el enemigo de Jesús, el rey Herodes, los sumos sacerdotes y escribas (los doctores de la ley): el Mesías había de nacer en Belén de Judea.

La otra profecía está implícita como fondo y es la que proclamamos como primera lectura en la liturgia de hoy, la de Isaías 60, 1-6, referida a la gloria del Señor que resplandecería sobre Jerusalén, y que habla de reyes y naciones que acudirían de lejos hacia ella, atraídos por esa luz, para ofrecer sus tesoros, incienso y oro.

Mateo nos muestra cómo todo esto se cumplió en el nacimiento de Jesús, quien, por tanto, es el Mesías esperado.

Es el destino misionero universal que tiene la salvación en el plan de Dios. Los magos vienen de lejos a adorar a Jesús, le buscan siguiendo a una estrella como guía de su largo viaje, preguntan, inquieren hasta llegar al Salvador. Ellos buscan a Dios, pero, ¿no fue Dios quien primero les buscó a ellos desde lejos, a través de la estrella, contando con su mente inquisidora y curiosa de la verdad, que el mismo Creador había puesto en ellos en previsión de esa búsqueda de los magos como respuesta al llamado divino? ¿no se hizo el Verbo de Dios carne precisamente para buscar desde lejos a todos los pueblos paganos?

La Iglesia habría de continuar esa misión y esa búsqueda que hace Dios saliendo al encuentro de todas las naciones, cuando reciba el mandato del Señor Resucitado, según nos cuenta san Mateo al final de su evangelio: “Vayan y hagan discípulos a toda la gente” (Mt. 28, 19).

Y esta dimensión misionera universal de la Buena Nueva se presenta contrapuesta a la elección de un Pueblo que había hecho el mismo Dios. A quien primeramente recibe el reino, a Israel, a quienes de este Pueblo no se hacen dignos del reino, éste les será quitado para ser entregado a todas las naciones. Y éste es el plan de Dios. Lo expresará más adelante el mismo Jesús en parábolas como la de los viñadores homicidas y la de los invitados al banquete nupcial, según leemos en el evangelista Mateo 21, 33-44 y 22, 1-14.

Se refiere a este universalismo la Carta paulina que proclamamos hoy como segunda lectura cuando dice “los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio”.

La apertura del reino a todas las naciones viene junto a un juicio al Pueblo de la Antigua Alianza. Al rechazo de Israel sigue la apertura a los gentiles. Como se advierte en este pasaje mateano, anticipando la adversidad futura contra Jesús, junto a Herodes toda Jerusalén se perturba y tiene miedo al oír la pregunta de los sabios extranjeros (Mt. 2, 3).

Los magos le buscan para adorarle, Herodes le busca para matarle. La voz de sumos sacerdotes y doctores de la ley convocados por Herodes, no es casual y secundaria; anticipa a quienes al final también buscarán a Jesús para matarle.

Dos reyes y dos reinos se parangonan, el de Herodes y el de Jesús. Un rey  teme al otro, Herodes, el más poderoso,  a Jesús, un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Si bien Jesús desciende del linaje real de David, Él es más grande que David (Mt. 1, 1-18). El tipo de reino que venía a instaurar Jesús, no era como los reinos de este mundo. Pero eso se esclarecerá plenamente recién en la Pasión y Muerte de Jesús. Mientras tanto, la sangre de los niños mártires inocentes, preludia y anticipa lo que sucederá más adelante con Jesús.

Así, Mateo, de acuerdo al método del Evangelio de la Infancia, va presentando, a modo como de prólogo de todo su libro, como en germen, los grandes rasgos de la figura y el drama de Jesús, signo de contradicción: es heredero de la promesa a Israel pero a la vez su predicación del reino está destinada a todos los pueblos; las dos actitudes ante su mensaje, la de quienes lo acogen con alegría, lo buscan para adorarlo y lo reconocen como Dios (los sabios de Oriente, los paganos) y la de quienes lo rechazan y buscan matarlo.

Pero hay todavía un texto de la Encíclica “Spe salvi” del Papa Benedicto XVI que quiero compartir con Uds. porque me parece es un comentario al evangelio que hoy nos ocupa en lo que se refiere a la estrella y los astros que guiaron a los magos hasta Jesús y que tiene una asombrosa actualidad frente al determinismo dominante. Dice así:

“Pablo explica de manera absolutamente apropiada la problemática esencial de entonces sobre la religión cuando a la vida « según Cristo » contrapone una vida bajo el señorío de los « elementos del mundo » (cf. Col 2,8). En esta perspectiva, hay un texto de san Gregorio Nacianceno que puede ser muy iluminador. Dice que en el mismo momento en que los Magos, guiados por la estrella, adoraron al nuevo rey, Cristo, llegó el fin para la astrología, porque desde entonces las estrellas giran según la órbita establecida por Cristo. En efecto, en esta escena se invierte la concepción del mundo de entonces que, de modo diverso, también hoy está nuevamente en auge. No son los elementos del cosmos, la leyes de la materia, lo que en definitiva gobierna el mundo y el hombre, sino que es un Dios personal quien gobierna las estrellas, es decir, el universo; la última instancia no son las leyes de la materia y de la evolución, sino la razón, la voluntad, el amor: una Persona. Y si conocemos a esta Persona, y ella a nosotros, entonces el inexorable poder de los elementos materiales ya no es la última instancia; ya no somos esclavos del universo y de sus leyes, ahora somos libres. Esta toma de conciencia ha influenciado en la antigüedad a los espíritus genuinos que estaban en búsqueda. El cielo no está vacío. La vida no es el simple producto de las leyes y de la casualidad de la materia, sino que en todo, y al mismo tiempo por encima de todo, hay una voluntad personal, hay un Espíritu que en Jesús se ha revelado como Amor.”

No obstante, aquellos antiguos sabios buscaron con rectitud al Salvador, obedecieron no sólo a la estrella sino también a los mensajeros divinos que les advirtieron en sueños sobre el engaño del rey Herodes (Mt. 2, 12). En realidad era Dios, y no un astro, quien los guiaba, a través de un medio, la estrella.

Podemos tomar a los magos como ejemplo y modelo de nuestra propia búsqueda de Jesús. Observen que ellos “entraron” donde estaba Jesús con su Madre (Mt. 2, 11), vemos en este “entrar” de los magos la necesario profundidad en la que debe culminar nuestra búsqueda y la contemplación de la fe y la oración.

También los magos, como los pastores, “vieron”, contemplaron a Jesús en el pesebre; y los magos, postrándose, le adoraron; y en los regalos que le ofrecieron: oro, incienso y mirra (Mt. 2, 11-12) expresaron que le reconocían como a Rey, Dios y Hombre doliente (al menos así lo han visto simbolizado los Santos Padres).

Que estos sabios de Oriente, que al ver nuevamente la estrella que los guiaba “se llenaron de una inmensa alegría” (Mt. 2, 10), nos ayuden a vivir la auténtica alegría cristiana que tiene su causa y raíz en la salvación.

Que los niños, que según una tradición ininterrumpida, siguen acudiendo a  adorar a Jesús; ellos, que son los nuevos magos que siguen cumpliendo la profecía sobre las naciones que vienen de lejos hasta el Salvador; ellos que por parecerse a Jesús reciben los regalos que los magos llevan para el Niño Dios; nos ayuden a aprender que el reino y el poder de Dios se manifiesta mejor en la debilidad y la humildad.