Bautismo del Señor, Ciclo A

Mateo 3, 13-17: El hijo muy amado

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Isaías 42, 1-4. 6-7; Hechos de los Apóstoles 10, 34-38; Evangelio según san Mateo 3, 13-17

El Hijo muy Amado 

Con esta fiesta litúrgica del Bautismo del Señor cerramos el tiempo de Navidad. En realidad es en la Epifanía del Señor donde culmina la Navidad. La primera manifestación de Jesús al mundo fue ante los representantes de los paganos, los “magos de Oriente”, como recordamos en la solemnidad de Epifanía el 6 de enero pasado. El Bautismo del Señor es propuesto por la liturgia como una segunda Epifanía o manifestación de Jesús.

El Bautismo del Señor es un hecho importante de la vida de Jesús porque da inicio a su ministerio público, a su misión. Si bien su unción como Mesías debemos retrotraerla al momento de su Encarnación, en el Bautismo se revela y toma estado público.

Así lo entiende el autor de los Hechos de los Apóstoles en el texto que proclamamos hoy como segunda lectura (10, 34-38): “Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder.”

El relato evangélico de Mateo tiene sus paralelos en los otros dos evangelios sinópticos (Marcos y Lucas), aunque el diálogo inicial entre Juan y Jesús, es exclusivo de san Mateo: “Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!» Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió.”

A su vez, el párrafo actual (Mt. 3, 13-17) es precedido por otro (Mt. 3, 1-12) donde san Mateo nos presenta el perfil de Juan el Bautista y su predicación. Lo leímos en la liturgia del 2° Domingo de Adviento del presente Ciclo “A”. El versículo más significativo, y que debemos recordar para explicar la resistencia de Juan por bautizar a Jesús, es el v. 11, donde Juan afirma: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”.

Está claro que Jesús es superior a Juan y que el bautismo de Jesús será superior al bautismo de Juan. Si el bautismo de Juan era para la conversión, y Jesús no necesitaba pedir perdón porque no tiene pecados, ni le era menester convertirse, entonces, ¿por qué Jesús “se presentó ante Juan para ser bautizado por él” (Mt. 3, 13)?

A esta pregunta responde el mismo Jesús dirigiéndose a Juan que se resistía a bautizarle y hace una nueva confesión de humildad (“Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti”): “Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo”.

Lo que, traducido, vendría a poner en boca de Jesús más o menos estas palabras: “Cumplamos los planes de salvación que tiene el Padre”. Ésa es la justicia de la que habla Jesús y que Él vivió siempre, hacer la voluntad del Padre. Y la voluntad del Padre es que todos sean salvados.

Pero, ¿por qué el Padre Dios habría de querer que Jesús se hiciese bautizar?  Se han dado varias explicaciones o razones de conveniencia para que Jesús se sometiera al bautismo de Juan: para señalar con su ejemplo que el bautismo de Juan era un paso de preparación última para recibir al Mesías, un paso  que respondía al plan de Dios (cf. Lc. 7, 29-30); porque así Jesús, siendo Él inocente, con esta actitud humilde, se hacía solidario con los pecadores; porque de esta forma Jesús santificaba el agua e instituía el nuevo bautismo “en el Espíritu Santo”,  que Él venía a inaugurar, el sacramento del Bautismo para el perdón de nuestros pecados.

Se ha escrito también que “si el rito (del bautismo de Juan) era para otros señal de arrepentimiento, para Jesús es plenitud de justicia” (nota a la Biblia de Nuestro Pueblo, Luis A. Schökel).

Y después Mateo nos describe la manifestación divina trinitaria que sigue al bautismo de Jesús:

“En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia Él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección»”.

Se trata de una revelación inspirada en el clamor profético de Isaías al Dios Salvador esperado: “Si rasgaras el cielo y descendieras, las montañas se disolverían delante de Ti” (Isaías 63, 19).

Se abren los cielos, termina el silencio de Dios durante el tiempo de espera mesiánica, y por fin se oirá la voz de Dios que responderá a la esperanza puesta en Él.

El Espíritu de Dios descendiendo de los cielos como una paloma recuerda al soplo vivificante de  Dios Creador planeando sobre las aguas en la creación (Génesis 1, 2). Porque Jesús el Mesías venía a inaugurar una nueva creación, a restaurar lo que había sido estropeado por los pecados de los hombres.

Es el Espíritu de Dios que se posaría sobre el Mesías según la profecía de Isaías: “Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones.” (Cf. Isaías     42, 1-4. 6-7, primera lectura del día).

Es el Espíritu Santo que ungirá al Mesías desde el comienzo en la Encarnación, el que fecundó a su Madre Virgen (Mt. 1, 18-25), y que le acompañará durante todo su ministerio (Mt. 12, 28).

“Y se oyó una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”.

A diferencia de Marcos y Lucas, en Mateo, la voz del cielo no está en segunda persona (Tú eres..en Ti me complazco) sino en tercera persona, porque no está dirigida a Jesús, sino que es una revelación destinada a los demás.

Este es mi Hijo” (como canta el Salmo 2,7  “El (Señor) me ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”).

“Este es mi Hijo muy querido” (muy querido recuerda a Isaac, hijo único, hijo amado de Abrahán; el sacrificio de Isaac es una figura bíblica de la cruz de Cristo; Génesis 22, 2.12.16).

En quien tengo puesta toda mi predilección(Estas palabras se inspiran en el canto del Siervo de Isaías 42,1, que proclamamos hoy como primera lectura: “Este es mi Siervo, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma”, donde “Hijo” en vez de “Siervo” subraya la filiación divina del Mesías sin dejar de lado su humanidad doliente).

Es la revelación sobre Jesús Mesías a la vez Hijo de Dios e Hijo del Hombre. La identidad de Jesús no puede prescindir de ninguno de estos dos aspectos. Es el Hijo de Dios pero también será el Siervo sufriente.

¡He aquí el auténtico perfil del Mesías tal como lo entendía Jesús! Lamentablemente ni el mismo Juan, y mucho menos sus discípulos, parecían entenderlo así.  Como muchos contemporáneos, ellos esperaban un Mesías que bautizara con hacha y fuego, que viniera a establecer la justicia cortando y quemando (Cf. Mt. 3, 10).

Cristo es el Siervo Sufriente porque, siendo Inocente, carga solidariamente con los pecados de los hombres. Por eso mismo se presenta ante Juan para ser bautizado, no por sus pecados, que no tiene, sino por pecados de toda la humanidad, que Él asume. Y esto escandaliza a Juan, porque él mismo no había todavía comprendido totalmente la misión del Mesías que él había anunciado.

Invitados por este Evangelio, renovemos nuestra fe en Jesús el Mesías, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, Verdadero Dios y verdadero Hombre, Mesías Siervo Sufriente.

El quien nos salva inicialmente a través del sacramento del bautismo; por el bautismo nos son borrados nuestros pecados y sus aguas fecundadas por el Espíritu de Dios se nos participa la condición filial.