III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 4, 12-23: El Reino de Dios esta cerca
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Isaías 8,
23b-9, 3;
1° carta de san Pablo a los
cristianos de Corinto 1, 10-13. 17
El Reino de Dios esta cerca
Retomamos este domingo la
lectura continua del Evangelio según san Mateo que nos acompañará en este año
litúrgico.
Después del relato
del Bautismo de Jesús (Mt. 3, 13-17) vienen las tentaciones sufridas por Jesús
en el desierto (Mt. 4, 1-11), que proclamaremos el 1° Domingo de Cuaresma. El
Bautismo y las Tentaciones son dos hitos que marcan el
comienzo de la misión del Cristo Mesías.
Es aquí donde se
inserta el texto que nos ocupa hoy, introducido por estas palabras: “Cuando
Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea”. La
referencia al encarcelamiento del Bautista no puede tener un simple valor
cronológico: dado el paralelismo entre la misión de Juan y la de Jesús, aún con
sus divergencias, la prisión y el martirio de
aquel anuncia que también Jesús ha de derramar su sangre.
Es el precio de la resistencia al reino de Dios cuya cercanía uno y otro
predicó.
También, en cierto
modo, concluida la misión de Juan comenzaba la de
Aquel que venía después del Bautista (“detrás de mí
viene uno”, había dicho Juan, Mt. 3,11).
El retiro a Galilea
responde, sin dudas, al plan de Dios sobre la salvación. El reino de Dios, cuyo
destino es universal, convenía que fuese predicado
primeramente en Galilea, donde la fe de Israel
estaba más paganizada, donde los paganos estaban más presentes, y no en Judea.
La referencia
geográfica de la ciudad donde se estableció Jesús en Galilea, Cafarnaún, en
territorio de Zabulón y Neftalí, le sirve a san Mateo para mostrar cómo
se cumplen así las profecías mesiánicas.
Como había anunciado Isaías (8,23 – 9,1): “¡Tierra de Zabulón, tierra de
Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania,
Galilea de los paganos! El
pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las
oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz.”
Jesús no comenzó a
predicar en Jerusalén sino en esa región periférica y hasta despreciada, porque
debía cumplirse esa profecía.
Cafarnaún está ubicada en Galilea, en los confines de Zabulón y Neftalí, en el
camino del mar. La luz de la Buena Nueva debía
iluminar a todos, y esto queda de manifiesto ya desde los comienzos de la
predicación de Jesús.
Se trata, por otra
parte, de un retiro en cierta forma estratégico,
semejante a la huída a Egipto de la Sagrada Familia; no había llegado aún la
hora de la confrontación con las fuerzas hostiles.
Mientras tanto, el Señor elegirá, llamará y formará a sus
discípulos.
Y a continuación
inserta Mateo (“desde entonces comenzó a predicar”) una fórmula que
resume lo esencial de toda la predicación de Jesús:
“Conviértanse, porque
el Reino de los Cielos está cerca”.
Cambien de conducta, arrepiéntanse de sus pecados, para recibir la salvación, el
perdón y la gracia, que está cerca. La exigencia
moral se deriva de la cercanía del reino. No se
podrá reconocer al Mesías si no hay conversión.
Por el momento, de ese
reino, el reino de los cielos, o sea el reino de Dios (concesión a los judíos
que por respeto al misterio de Dios evitaban nombrarlo directamente), sólo se
afirma su proximidad. En el resto del evangelio oiremos cómo Jesús desarrolla y
muestra, en su predicación y con sus obras, el contenido de este reino de Dios.
Es el comienzo, pero
esto tiene el peso de todo comienzo, es algo nuevo, inicia algo inédito.
El Papa Benedicto
XVI, en el capítulo 3° de su libro “Jesús de Nazaret”, nos dice que la
afirmación “el reino de Dios está cerca” constituye
el contenido central del Evangelio e impregna toda la
predicación de Jesús. Y que de esta expresión se
han dado tres interpretaciones: el Reino es la
Persona del mismo Jesús, el Hijo del Eterno Padre,
no sólo su ser y su presencia sino también su obrar, es la presencia de Dios en
medio de los hombres (interpretación
cristológica); el
Reino de Dios se encuentra en el interior del hombre,
allí crece y allí actúa (interpretación mística);
el Reino de Dios se identifica y está en relación
con la Iglesia (interpretación eclesiológica).
Y agrega el Papa: con la expresión “Reino de los Cielos”
no se anuncia sólo algo ultraterreno, sino que se habla
de Dios, que está tanto en este mundo como en la vida eterna,
que a la vez trasciende y es inmanente a este mundo. Que ésta
no habla sólo de un reino que ha de ser instaurado en el
futuro, sino de la soberanía del Dios vivo que de un modo nuevo ya es realidad,
ha entrado en la historia y está actuando ahora de un modo misterioso a través
del amor[i].
Volviendo al Evangelio,
continúa san Mateo (4, 18-22) relatando cómo Jesús, caminando junto al Lago de
Galilea, llama como discípulos a dos pares de hermanos, primeramente a Simón
(¡Pedro!, él mencionado antes que los otros) y Andrés, luego a Santiago el
Zebedeo y Juan (los dos relatos son paralelos).
La respuesta de
estos cuatro discípulos al llamado que les hace Jesús es un
ejemplo representativo de qué significa convertirse,
ya que el Señor había comenzado su predicación diciendo: “Conviértanse,
porque el Reino de los Cielos está cerca”.
Ellos son los primeros discípulos, los primeros que acogieron su mensaje, los
primeros en cuyo interior podemos reconocer el Reino.
Resulta interesante
observar cómo la iniciativa del llamado la tiene
Jesús. No son los discípulos los que eligen al
Maestro; es el Maestro quien elige y llama a sus discípulos.
Y Jesús los llama
en el contexto de su casa y su trabajo:
Simón y Andrés, que eran pescadores
(“los haré pescadores de hombres”, les dice), estaban echando una red al agua;
Santiago y Juan, también pescadores, estaban arreglando las redes.
Ellos responden
sin demora, inmediatamente,
tanto Simón y Andrés como Santiago y Juan. El reino de Dios está cerca; no es
admisible dilación. La llamada de Jesús se presenta como algo irresistible.
Y para seguir a
Jesús lo dejaron todo,
trabajo, medio de vida, familia y casa, afectos, identidad y raíces sociales,
futuro y seguridad que les daba su oficio: las redes Simón y Andrés; la barca y
su padre, Santiago y Juan. La llamada de Jesús les da la fuerza para romper
vínculos familiares y laborales. El seguimiento de Jesús debe ser incondicional
y exige desprendimiento de lo que es incompatible con ese seguimiento y en la
medida en que lo sea.
Y los cuatro
lo siguieron, se fueron
detrás de él, se hicieron sus discípulos.
Primero se
convirtieron, cambiaron de vida, luego lo siguieron. ¿A qué? Primero a
hacerse discípulos de Jesús.
A adherirse a su
Persona (el Reino de Dios que está cerca).
Y después a anunciar a otros,
que el Reino de Dios está cerca, que ya está actuando hasta que su soberanía sea
plena.
La llamada de Jesús
a estos sus primeros discípulos evoca la llamada de Dios a los profetas del
Antiguo Testamento, en la cual vocación y misión
eran una misma cosa.
[i] Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Primera Parte, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 73-90.