IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Juan 9, 1-41: La Luz del mundo

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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1° libro de Samuel 16, 1b. 6-7. 10-13a; Carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso 5, 8-14; Evangelio según san Juan 9, 1-41 

La Luz del mundo

El evangelio de hoy debemos leerlo teniendo en cuenta el del domingo pasado, donde Jesús se ofrece a la samaritana como el manantial de agua nueva que salva (Jn. 4, 5-42).

Ante el ciego de nacimiento, como en el encuentro con la samaritana, Jesús se presenta Él mismo como el agua. Por eso le manda lavarse en la piscina de Siloé, que significa Enviado; el Enviado del Padre es el mismo Jesús (Jn. 9, 7). Él mismo es el agua que da la vista al ciego. [1]

Se bebe del agua viva que es Jesús por la fe en Él. El mismo Jesús, en efecto,  había dicho: “El que tenga sed, venga a mí y beba y beba el que cree en mí” (Jn. 7, 37-38).

Jesús es el Agua y al mismo tiempo la Luz del mundo que hace ver al que había nacido ciego.  Lo que afirma Jesús antes del milagro: “soy la luz del mundo” ( Jn. 9, 5) es la clave para comprender el sentido de este signo.

Por la fe en Jesús se bebe del agua viva de la salvación. Por eso también Jesús es Luz que nos ilumina y hace ver por la luz de la fe. Pero no somos salvados únicamente por la fe, sino por la fe y por las obras. Obras que han de ser del día y no de la noche, obras de la luz y no de la oscuridad. La conducta del ciego que ahora ve y da testimonio de Jesús es obra de luz. Las acciones de los fariseos que quieren empañar con la mentira lo que es evidente, son obras de oscuridad. Por eso Jesús les llama ciegos (Jn. 9, 39-41).

Somos salvados por la fe en Jesús. La antigua Ley no basta. Jesús es superior a la Ley, está por encima del Sábado y de Moisés.

Ambos textos de Juan, el de la samaritana y el de la curación del ciego, hemos de referirlos al bautismo sacramental. En el caso del ciego, las semejanzas rituales alusivas al bautismo cristiano son abundantes: a la unción (“escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego” Jn. 9, 6), al rito del agua (“Ve a lavarte a la piscina de Siloé”, Jn. 9, 7), al rito de la luz (“el ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía”, Jn. 9, 7), a la confesión de fe (“¿Crees en el Hijo del Hombre?...Creo, Señor”, Jn.  9, 35-38), al carácter testimonial del bautizado (el valiente testimonio que da aquel que era ciego a favor de quien lo había curado, incluso con el costo de ser expulsado de la sinagoga).

Vean cómo, a semejanza de lo que ocurre con la mujer junto al pozo, la de hoy es la historia de un encuentro personal entre Jesús y el ciego. Aunque le cruza como “de paso” (Jn. 9, 1), Jesús, ¡Dios!, había soñado y buscado este encuentro con el ciego de nacimiento en la ciudad de Jerusalén.

Hace el milagro, ciertamente para manifestar las obras de Dios (Jn. 9, 3), para poner en evidencia la ceguera de esos fariseos que creen ver y en realidad no ven (Jn. 9, 41), pero también porque así como tiene sed de la fe de la samaritana y a ella le pide de beber junto al pozo, tiene también sed de la fe de este hombre, que al final creyó en Él.

Como en la mujer que va con el cántaro a buscar agua al pozo, este hombre llega a la fe en Jesús sólo progresivamente.

Vean cómo para el mendigo, al principio, quien le hace ver es sólo un “hombre que se llama Jesús” (Jn. 9, 11). Como para la samaritana, al inicio, Jesús es sólo un judío sentado junto al pozo (Jn. 4, 9).

Cuando los fariseos le preguntan “¿qué dices del que te abrió los ojos?”, entonces el que era ciego responde: “Es un profeta” (Jn. 9, 17). La samaritana también llega a esa conclusión cuando Jesús le habla de sus cinco maridos: “Señor, veo que eres profeta” (Jn. 4, 19).

Y cuando Jesús oye que aquel a quien había curado había sido expulsado de la sinagoga a causa de su testimonio a favor de Él, lo busca, ¡Jesús le busca a él! ¡desde el comienzo le había buscado!, y le pregunta: “¿Crees en el Hijo del Hombre?”, y el ciego le responde: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?”. Y Jesús le dice: “Tú lo has visto: es el que está hablando contigo”. “Tú lo has visto”; como si el sentido de la vista regalada fuera precisamente para ver el rostro de Jesús. El diálogo con el que era ciego se parece mucho al diálogo con la samaritana. Ella hace referencia al Mesías, el Cristo, y Él le responde “Soy yo, el que habla contigo” (Jn. 4, 25-26).  

A la mujer se manifiesta como el Mesías, el Cristo, al que era ciego como el Hijo del Hombre.

¿Cuál es el significado de este título que Jesús se aplica a Sí mismo, “Hijo del Hombre”, frente al ciego que acaba de curar?

Para responder a esta pregunta hemos de recurrir a otros dos pasajes evangélicos donde Jesús usa esta expresión.

Por una parte, Él dice de Sí mismo, “el Hijo del Hombre es Señor del Sábado (Mt. 12, 8; Mc. 2, 28). Aquí se manifiesta con autoridad y libertad para interpretar la Ley, porque Él es más grande y superior a la Ley. Por eso mismo puede hacer este milagro y curar al ciego de nacimiento también en sábado. Y por eso, antes de la curación, san Juan escribe que Jesús dice: “Debemos trabajar en las obras de Aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo” (Jn. 9, 4-5). El que es la Luz, continúa obrando, sin pausa, obrando obras de luz, hasta la noche de su muerte. Después de Su Muerte, vendrá Su Resurrección y su Descanso eterno, prefigurado en el viejo sábado.

En segundo lugar, consideramos otro texto, Lc. 12, 8-12, que nos puede servir para relacionarlo con lo que ocurre con el mendigo sanado: “A quien me reconozca abiertamente ante los hombres, el Hijo del Hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios”. En este pasaje, el Hijo del Hombre aparece abarcando a la vez la condición humana y la gloria divina identificadas en la única Persona de Jesús.[2]

Al llamarse a Sí mismo Hijo del Hombre frente al ciego que había curado, Él se presenta, pues, a la vez como verdadero Hombre y como verdadero Dios, y como el Juez, Divino y Humano, que había de venir. Por eso agrega, refiriéndose al que era ciego y a los fariseos: “He venido a este mundo para un juicio: para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven” (Jn. 9, 39).

Vean quién es el verdadero Juez en este relato donde los que se atribuyen a sí mismos tal función, la de jueces, son los fariseos, precisamente aquellos juzgados y condenados tan severamente por el Señor a causa de su presunción.

Y cuando Jesús se revela ante el que era ciego, y que le había reconocido delante de los hombres, como el Hijo del Hombre, Aquel que reconocerá ante Dios al mendigo, su defensor frente a los fariseos,  entonces el favorecido por el milagro se postra ante Él (Jn. 9, 38).

No podía ser otra la conclusión de su itinerario espiritual. Con su simplicidad, con su sentido común, sin temor a los fariseos, incluso tiene cierta ironía frente a ellos: ¿para qué quieren oír de vuelta lo que ya les dije? ¿Uds. también quieren hacerse sus discípulos?

Se atiene a los hechos cuando es llevado a comparecer ante quienes quieren condenar a Jesús, le reconoce y da testimonio de Jesús. Cuando dudan si es realmente el ciego de nacimiento que habían visto mendigando, afirma: Sí, soy yo. Una y otra vez expone lo que sucedió: “Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo”.  Cuando le dicen de Jesús: “Es un pecador porque no observa el sábado”, responde con lógica intachable “¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos? Yo no sé si es un pecador; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacerlo”. 

Pidámosle al Padre en esta Cuaresma que nos ayude a tomar más conciencia del valor de nuestro bautismo, en el que somos lavados por Jesús e iluminados por Él.

Que, liberados de la ceguera, podamos avanzar por el camino de la fe en la profundidad del misterio de Jesús, le reconozcamos ante los hombres y demos testimonio de Él con obras que sean de luz.

Que, como dice la carta a los Efesios (5, 8-14): seamos luz en el Señor, hijos de la luz, cuyos frutos son la bondad, la justicia y la verdad, discerniendo, poniendo al descubierto, y así iluminando las obras estériles de la oscuridad (como hizo el cieguito con los fariseos).

 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,

Capilla Policial San Sebastián,

Paraná, Argentina

Domingo 2 de marzo de 2008



[1] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 287: “Siloé, que significa el Enviado, comenta el evangelista para sus lectores que no conocen el hebreo (9,7). Sin embargo, se trata de algo más que de una simple aclaración filológica. Nos indica el verdadero sentido del milagro. En efecto, el Enviado es Jesús. En definitiva, es en Jesús y mediante Él en donde el ciego se limpia para poder ver. Todo el capítulo se muestra como una explicación del bautismo, que nos hace capaces de ver. Cristo es quien nos da la luz, quien nos abre los ojos mediante el sacramento”.

[2] Sobre el título Hijo del Hombre, cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, págs. 373-388.