III Domingo de Pascua, Ciclo A

San Lucas 24, 13-35: Nuestro camino con Jesús

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Hechos de los apóstoles 2, 14.22-23; 1º carta de san Pedro 1, 17-219; Evangelio según san Lucas 24, 13-35 

NUESTRO CAMINO CON JESÚS

En el evangelio según san Lucas que acabamos de leer resulta fuertemente subrayada la idea de un camino que los discípulos hacen la misma tarde de la resurrección, primero de Jerusalén a Emaús, distante 10 kilómetros, y luego, de vuelta, de Emaús a Jerusalén.

En su marcha de ida, los discípulos no van solos, “Jesús se puso a caminar con ello” (Lc. 24, 15), aunque todavía no le reconocen. En su camino de regreso a Jerusalén, los discípulos de Emaús, tampoco van solos, porque ya se han encontrado con Jesús Resucitado y le han reconocido en la fracción del pan. Cuando llegan a Jerusalén, advierten con mayor fuerza que no están solos, porque el Señor también se ha aparecido a Simón y los once les corroboran que el Señor realmente ha resucitado.

Este caminar de los discípulos de Emaús vemos reflejado el caminar de todo discípulo, que es como un proceso en el que gradualmente se llega a reconocer al Señor, a creer en Él y a dar testimonio de Él.

Al inicio, el diálogo entre los discípulos no se hace con la presencia de Jesús, hablaban pero entre ellos, y, aunque hablaban sobre la Pasión y Muerte de Jesús, no habían llegado a creer en la Resurrección.

Por eso, más adelante, Jesús se mete en medio de ellos, se pone a caminar con ellos, o más bien quiere que ellos caminen con Él. Y les ayuda a leer las Sagradas Escrituras en todo cuanto había sido anunciado sobre Él. Pero ellos, a pesar de que ardían su corazones al escucharle, no le reconocen todavía (“duros de entendimiento, ¡cómo les cuesta creer…!”, les dice Jesús). Hay como una distancia entre ellos y ese “forastero”. Jesús sigue siendo para ellos eso, un forastero, un extraño, alguien que sienten lejano.

Recién le van a reconocer cuando ellos le inviten a entrar en su casa, y de esa forma le abran las puertas de sus vidas y corazones a Jesús. Entonces, Jesús deja de ser un forastero para ellos, se hace su huésped, se hace íntimo, comparte con ellos la mesa. Era necesario que los discípulos le invitaran a quedarse con ellos cuando Jesús hizo además de seguir adelante. De otra manera los caminos de Jesús y de los discípulos se hubieran dividido y ya no hubieran hecho su camino con Jesús. Jesús quiso hacerse invitar, libremente, para entrar en su intimidad. Y entonces le reconocieron en el gesto de la fracción del pan.

El camino de vuelta a Jerusalén de los discípulos de Emaús, ellos lo hacen nuevamente con Jesús, vuelven a arder sus corazones porque ahora comprendieron el sentido de cuanto había sido anunciado en las Escrituras. Habían visto al Señor. Pero, no necesitaban seguir viéndole para creer. Él caminaba junto a ellos aunque de un modo nuevo. O más bien ellos, los discípulos de Emaús, arquetipos de todo discípulo, hacían camino con Jesús, hacia Jerusalén, donde Jesús había muerto y resucitado.

Todo discípulo debe hacer camino con Jesús resucitado, detrás de Él, junto a Él. Nunca será Jesús para la vida del discípulo un forastero. Jesús entró en su casa, y en su vida, para permanecer con él, en la intimidad y en la comunidad (la Iglesia).

Siempre el discípulo podrá reencontrar a Jesús Resucitado en la Palabra, y arderá su corazón escuchándole. Siempre el discípulo podrá reencontrar a Jesús Resucitado en la Eucaristía. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,

Capilla Policial San Sebastián,

Paraná, Argentina

Domingo 6 de abril de 2008