Solemnidad de Cuerpo y la Sangre de Cristo, Ciclo A
San Juan 6, 51-58: Yo soy el Pan vivo
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Deuteronomio
8, 2-3. 14-16
YO SOY EL PAN VIVO
El evangelio que leemos
en este ciclo para la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, es un
fragmento del sermón sobre el Pan de Vida predicado por Jesús en la sinagoga de
Cafarnaún (Jn. 6, 22-59), según nos relata san Juan. Este discurso es
introducido como una explicación del milagro de la multiplicación de los panes
que había sido realizado por el Señor (Jn. 6, 1-14).
“Yo soy el Pan Vivo” (Jn.
6, 51).
Dice Jesús
“Yo soy” el Pan de Vida
en el mismo sentido en que dice Jesús “Yo soy” el Buen Pastor, “Yo soy” la Luz
del mundo, “Yo soy” la Vid verdadera, “Yo soy” la Puerta, “Yo soy” la
Resurrección y la Vida, “Yo soy” el Camino, la Verdad y la Vida.
Todas estas imágenes son como variaciones de una misma
idea: Jesús ha sido
Enviado al mundo, el Verbo de Dios que preexiste
al mundo (dice “Yo soy”, como el mismo Dios pronuncia su Santo Nombre en el
Antiguo Testamento) y que se ha hecho Hombre,
para que los hombres tenga vida y la tengan en abundancia
y así sean salvados.
Jesús nos da la Vida porque
se nos da a Sí
mismo, Pan Vivo. Él
mismo es el Don, la Salvación, la Vida.[1]
Jesús es a la vez el
origen divino del Don y el Don mismo para la vida o salvación del mundo.
Porque
Él es el origen del Don,
el donante divino, en el discurso del Pan de Vida, Jesús, primero dice a la
gente “es mi Padre
quien les da el verdadero Pan del cielo” (Jn.
6, 32), y más adelante agrega, poniéndose a la par del Padre, en la raíz del don
del Pan del cielo: “el Pan que yo doy”
(Jn. 6, 51). El Padre y Él mismo son los donantes
generosos del Pan de Vida.
Porque Jesús, a la
vez que origen del don divino, Él mismo es el
Don, dice. “Yo
soy el Pan Vivo bajado del cielo” (Jn. 6, 51).
Escribía san Juan:
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo
único” (Jn. 3, 16). El Don es el Hijo único del
Padre.
En el evangelio
según san Juan se dice varias veces que Dios dio
(entregó) a los hombres lo que se necesita para su
salvación: el agua viva (4, 10.14), el Pan de vida
(6, 32.33.51), la vida eterna (10, 28)... Pero, en Jn. 3, 16
el Don de Dios para la salvación del mundo es el más
grande y más precioso: “su Hijo único”.
[2]
En el discurso
sobre el Pan de Vida, Jesús afirma que el Pan es
su carne, y luego habla de comer su carne y beber
su sangre. En la carne y la sangre hay una indudable a alusión
a su entrega, a la entrega
de Él mismo como Víctima en la Pasión y Muerte.
El mismo Jesús es
el Don entregado en Sacrificio. Pero la carne que hemos de comer no es la de un
cadáver; es un Pan Vivo. Es el Cristo Muerto pero también Resucitado. Está vivo
y por ello puede dar vida. Está vivo y en su estado de humanidad glorificada.
Por eso Jesús afirma: “Quien come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna y yo lo
resucitaré” (Jn. 6, 54).
Hablaba san Juan,
en el Prólogo de su Evangelio, del Verbo que asume la humanidad, usando para
referirse a la humanidad la misma expresión “carne” que nos invita a comer: “La
Palabra se hizo carne”
(Jn. 1, 14). El Pan Vivo, Don del Padre y del
mismo Jesús, es su “carne”, su realidad humana (de
la que es dueña su Yo divino) que entrega para ofrecerse como Víctima y Cordero
en la cruz.
Y fin al que se
ordena este Don es la salvación de los hombres.
Lo recordábamos en el evangelio comentado el domingo pasado (solemnidad de la
Santísima Trinidad): “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único,
para que quien crea en Él
no muera, sino tenga vida eterna…para
que se salve por medio de Él” (Jn. 3, 16).
Y hoy también lo
proclamamos: “El Pan que yo doy para la vida
del mundo es
mi carne” (Jn. 6, 51); “quien come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna y yo
lo resucitaré en el
último día” (Jn. 6, 54); “quien come este Pan
vivirá siempre” (Jn. 6, 58).
El fruto para
quien come la carne y bebe la sangre de Cristo es el
habitar en Jesús y que Jesús habite en él (Jn.
6, 56).
El término griego
utilizado por san Juan en el versículo 56 se puede
traducir por habitar en o también por permanecer en.
La permanencia es algo propio de Dios en comparación al carácter transitorio de
la vida humana. Alude a la inmutabilidad y eternidad del mismo Dios. Y lo que
allí está escrito podría expresarse de este modo:
Así como el Hijo permanece en el Padre y el Padre en el
Hijo, de modo semejante ocurre en la relación entre Cristo y quien es vivificado
por Él.[3]
Esta
recíproca inhabitación
entre Jesús y que come el Pan Vivo tiene su causa y paradigma en la
mutua vivificación del Padre y del Hijo Dios:
“Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que
me envió vive y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí” (Jn. 6,
56-57).
Respondiendo a los
judíos que se sorprenden que hable de comer su carne y beber su sangre, Jesús
afirma sin lugar a dudas que está refiriéndose a
una verdadera comida
y una verdadera bebida (Jn. 6, 55). Este Pan
bajado del cielo es superior al maná
con que Dios alimentó al Pueblo de Israel en su travesía por el desierto (Jn. 6,
30-33).
No se trata sólo
de que para tener vida eterna hay que creer en
Jesús; ahora Jesús se refiere no sólo a la
comunión con Cristo por la fe sino a una verdadera
comida que nos une a Él.
La Eucaristía es un
Banquete donde comemos la carne
y bebemos la sangre de Cristo, un Banquete que
anticipa el Banquete escatológico
del Reino de los Cielos. La escatología futura se
puede comenzar a vivir ya, en el presente, en Cristo, Pan de Vida.
Por eso asegura
Jesús: “si no comen la carne y beben la sangre
del Hijo del Hombre,
no tendrán vida” (Jn. 6, 53). El “Hijo del Hombre” es esa figura apocalíptica
que bajó del Cielo y volverá a subir junto al Padre y tiene el poder para
juzgar. El título “Hijo del Hombre” usado por Jesús alude al
carácter escatológico de esta comida.
Se trata de comer su carne y beber su sangre glorificadas. Las promesas
escatológicas tienen su cumplimiento en Cristo.[4]
“Quien come mi
carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y
yo lo resucitaré” (Jn. 6,
54).
“Este es el pan
bajado del cielo; no como el que comieron sus
padres y murieron. El que coma de este pan
vivirá eternamente.”
(Jn. 6, 58).
La Eucaristía, alimento
verdadero que nos nutre y así
nos da la vida eterna.
En la
primera lectura del día, el
libro del Deuteronomio nos relata cómo Moisés exhorta a los israelitas a
hacer memoria de que Dios
no abandonó al Pueblo en su travesía por el desierto hacia la tierra prometida
sino que el mismo Dios que lo liberó y sacó de Egipto
lo alimentó con el maná.
Esta
memoria agradecida de las
acciones salvíficas de Dios es lo que realizamos al celebrar la Eucaristía, que
precisamente es acción de gracias a Dios por toda la obra de salvación y por el
Pan de Vida, nuevo maná, con el que Dios sigue alimentando a su nuevo Pueblo.
La Eucaristía es el
nuevo maná con el que Dios nos
fortalece en el peregrinar, en el camino hacia la
tierra prometida, que es el mismo Dios. Como
la tierra prometida es una figura profética del
mismo Dios, destino que hace bienaventurados a los
hombres, el maná es una figura que anticipa a
Jesús como Pan de Vida, superior al maná.
“Este es el pan
bajado del cielo; no como el que comieron sus
padres y murieron. El que coma de este pan vivirá
eternamente.” (Jn. 6, 58).
San Pablo, en la
primera carta a los cristianos de Corinto, subraya la dimensión de la Eucaristía
como sacramento de la unidad y de la comunión que
construye la comunidad, hace la Iglesia. “Ya que
hay un solo Pan,
todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un
solo Cuerpo, porque participamos de ese
único Pan”.
Pbro. Hernán Quijano
Guesalaga
Parroquia del Sagrado
Corazón de Jesús,
Capilla Policial San
Sebastián,
Paraná, Argentina
Domingo 25 de mayo de 2008
[1]
Cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret,
Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 407-409.
[2]
Cf. Rivas, Luis; El Evangelio de Juan,
Buenos Aires, San Benito, 2006, pág. 163-164.
[3]
Cf. Rivas, Luis; El Evangelio de Juan,
Buenos Aires, San Benito, 2006, pág. 233.
[4]
Cf. Rivas, Luis; El Evangelio de Juan,
Buenos Aires, San Benito, 2006, pág. 231.234.