XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 19, 30 – 20, 16: Dios es nuestro salario

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Isaías 55, 6-9; Carta de san Pablo a los cristianos de Filipos 1, 20-26; Evangelio según san Mateo 19, 30 – 20,16 

DIOS ES NUESTRO SALARIO

El título que deliberadamente hemos elegido para la reflexión de este domingo, pretende apuntar al mensaje central de la parábola de Jesús sobre los jornaleros de la viña, esto es: la gratuidad del don de la salvación, que no está en proporción a nuestros méritos.

El Don que reciben quienes entran en el reino no es otro que el mismo Dios. Por ello, siguiendo la imagen de la parábola, creemos nos es lícito decir que Dios es el salario del hombre. Un salario no merecido, ciertamente, que supera toda expectativa, que supera todo lo acordado o debido, y por ello sorprende y suscita perplejidad en quienes miden a Dios con la medida con que medimos los hombres.

En ese mismo sentido, resulta coherente con este evangelio el mensaje de la primera lectura (Isaías 55, 6-9). En este texto, el profeta (el deuteroisaías, del siglo VI a. C.) quiere trasmitir consolación y esperanza a un Israel que se encuentra desalentado por el destierro (en Babilonia) y le habla de un Dios “rico en perdón” que tendrá misericordia con el pecador si éste abandona el mal y regresa al Señor. “Busquen al Señor”, escribe, busquen al Señor “que se deja encontrar” y “que está cerca”. Y, a continuación, el autor afirma que los planes y caminos de Dios no son como los planes y caminos de los hombres sino que los superan, que su Palabra y sabiduría, su voluntad y designio, como la lluvia fecunda, cumplirá indefectiblemente su plan, será fiel a su alianza, y sacará del destierro a su pueblo como a través de un nuevo Éxodo liberador.

Imposible escrutar la trascendencia de los pensamientos de Dios y predecir los planes del amor infinito y la misericordia de Dios con la lógica y la perspectiva pequeña y limitada del corazón humano tantas veces mezquino.

La parábola de Jesús que nos relata san Mateo, y que no tiene paralelos en los otros evangelistas, marca como eje de su enseñanza precisamente lo imprevisible e inescrutable del plan de salvación y de la medida del amor misericordioso de Dios.

No se trata, pues, de una parábola con una enseñanza social sobre el salario justo. No es eso lo que Jesús se propone destacar. Desde esa lectura, la parábola nos dejaría a nosotros tan perplejos como los jornaleros que protestaron contra el dueño de la viña porque esperaban recibir un pago superior.

La historia que cuenta Jesús habla principalmente de la bondad y generosidad de Dios, que no quiere que ningún hombre quede sin trabajar, que contrata a todos, para que a ninguno falte el denario que se necesita para el sostenimiento de una jornada. Sin duda que a los últimos les dio mucho más de lo debido, porque Dios es Bueno. Pero Dios no es por ello injusto, aunque así lo parezca medida por los criterios humanos.

Es la bondad de Dios, representada por la magnanimidad del dueño del campo, precisamente la que es resistida por los jornaleros que se quejaron. Y a uno de ellos, a quien con ternura el patrón llama “amigo” (Mt. 20, 13), le pregunta: “¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?” (Mt. 20, 16).

Unos versos más atrás, san Mateo nos relataba la historia del encuentro de un joven rico con el Maestro (Mt. 19, 16-2). El joven le pregunta: “¿qué obras buenas debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. Y Jesús le contesta: “¿Por qué me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo es el Bueno”. Sólo Dios es el Bueno. Dios se define por la Bondad, por el Amor, por la Misericordia. Por ello, como escribía Isaías, debemos buscar a Dios.

Parece secundaria en la parábola la consideración de las distintas horas del día. Y, sin embargo, esto podría referirse a la esperanza que debe alimentar todo hombre pecador de buscar y encontrar al Señor hasta en la tarde de su vida y ser igualmente recibido en el reino de los cielos. Como el “buen” ladrón junto a la cruz de Jesús.

O se podría quizás pensar que la parábola de Jesús tenía como destinatario al pueblo judío que rechazó al Mesías a pesar de que como pueblo elegido recibió antes que lo paganos la revelación divina. No como un reproche sino como una invitación, un nuevo llamado al pueblo judío. Y entonces se comprendería mejor la afirmación que anticipa y cierra a la parábola: “Muchos de los primeros serán los últimos y muchos de los últimos serán los primeros” (Mt. 19, 30); “Así los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (Mt. 20, 16). Los paganos, los publicanos, las adúlteras, los pecadores están entre esos “últimos”.

Si la bondad de Dios es lo esencial de esta parábola, aplicándola a nosotros, podríamos preguntarnos si a veces no queremos imponerle a Dios nuestros caminos, planes y medidas de justicia; si, comparándonos con los demás quizás nos sentimos más acreedores o con más méritos que otros porque llevamos cuenta de lo que hacemos o hemos realizado bien y le pasamos factura a Dios. Preguntarnos si buscamos a ese Dios que es Amor siempre dispuesto a perdonar o a otro dios que creamos a nuestra medida. ¿Hay espacio para el perdón en nuestra cultura y nuestro mundo o éste le reclama a Dios que cobre hasta la última falta de los pecadores? ¿Terminamos de aceptar en la fe que la salvación y la entrada en el reino de los cielos es gratis y que no hay un hombre que pueda probar que se la ha ganado con sus méritos? ¿Nos preparamos para recibir el reino de los cielos abriéndonos a la Bondad de Dios, buscando a ese Dios que se deja encontrar y que está cerca nuestro (Isaías)? ¿Quién define hoy en nuestra sociedad concreta qué es lo justo, hay acaso acuerdo entre los hombres para definir lo que es la justicia si no se mira a Dios, el Bueno, el Justo? ¿Somos generosos en lo que damos y nos damos a nuestros hermanos o nos comportamos como mezquinos que sólo entregamos lo que nos parece “debido” y ni un centavo más, ni un minuto más de nuestro tiempo?

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga,

Paraná,  Argentina

Domingo 21 de septiembre de 2008