XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 19, 30 – 20, 16: Dios es nuestro salario
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Isaías 55,
6-9
DIOS ES NUESTRO
SALARIO
El título que
deliberadamente hemos elegido para la reflexión de este domingo, pretende
apuntar al mensaje central de la parábola
de Jesús sobre los jornaleros de la viña, esto es: la gratuidad del don de la
salvación, que no está en proporción a nuestros méritos.
El Don que reciben
quienes entran en el reino no es otro que el mismo Dios. Por ello, siguiendo la
imagen de la parábola, creemos nos es lícito decir que
Dios es el salario del hombre.
Un salario no merecido, ciertamente, que supera toda expectativa, que supera
todo lo acordado o debido, y por ello sorprende y suscita perplejidad en quienes
miden a Dios con la medida con que medimos los hombres.
En ese mismo
sentido, resulta coherente con este evangelio el mensaje de la primera lectura
(Isaías 55, 6-9). En este texto, el profeta (el deuteroisaías, del siglo VI a.
C.) quiere trasmitir consolación y esperanza a un Israel que se encuentra
desalentado por el destierro (en Babilonia) y le habla de un Dios “rico en
perdón” que tendrá misericordia con el pecador si éste abandona el mal y regresa
al Señor. “Busquen al Señor”, escribe, busquen al
Señor “que se deja encontrar” y “que está cerca”.
Y, a continuación, el autor afirma que los planes
y caminos de Dios no son como los planes y caminos de los hombres
sino que los superan, que su Palabra y sabiduría, su voluntad y designio, como
la lluvia fecunda, cumplirá indefectiblemente su
plan, será fiel a su alianza, y sacará del
destierro a su pueblo como a través de un nuevo Éxodo liberador.
Imposible escrutar la
trascendencia de los pensamientos de Dios y predecir los planes del amor
infinito y la misericordia de Dios con la lógica y la perspectiva pequeña y
limitada del corazón humano tantas veces mezquino.
La parábola de
Jesús que nos relata san Mateo, y que no tiene paralelos en los otros
evangelistas, marca como eje de su enseñanza precisamente
lo imprevisible e inescrutable del plan de salvación y de
la medida del amor misericordioso de Dios.
No se trata, pues, de
una parábola con una enseñanza social sobre el salario justo. No es eso lo que
Jesús se propone destacar. Desde esa lectura, la parábola nos dejaría a nosotros
tan perplejos como los jornaleros que protestaron contra el dueño de la viña
porque esperaban recibir un pago superior.
La historia que
cuenta Jesús habla principalmente de la bondad y
generosidad de Dios, que no quiere que ningún
hombre quede sin trabajar, que contrata a todos, para que a ninguno falte el
denario que se necesita para el sostenimiento de una jornada. Sin duda que a los
últimos les dio mucho más de lo debido, porque Dios es Bueno. Pero Dios no es
por ello injusto, aunque así lo parezca medida por los criterios humanos.
Es
la bondad de Dios,
representada por la magnanimidad del dueño del campo, precisamente la que es
resistida por los jornaleros que se quejaron. Y a uno de ellos, a quien con
ternura el patrón llama “amigo” (Mt. 20, 13), le pregunta:
“¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?”
(Mt. 20, 16).
Unos versos más
atrás, san Mateo nos relataba la historia del
encuentro de un joven rico con el Maestro (Mt. 19,
16-2). El joven le pregunta: “¿qué obras buenas debo hacer para alcanzar la vida
eterna?”. Y Jesús le contesta: “¿Por qué me preguntas acerca de lo que es bueno?
Uno solo es el Bueno”.
Sólo Dios es el Bueno.
Dios se define por la Bondad, por el Amor, por la Misericordia. Por ello, como
escribía Isaías, debemos buscar a Dios.
Parece secundaria
en la parábola la consideración de las distintas horas del día. Y, sin embargo,
esto podría referirse a la esperanza que debe
alimentar todo hombre pecador de buscar y encontrar al Señor hasta en la tarde
de su vida y ser igualmente recibido en el reino
de los cielos. Como el “buen” ladrón
junto a la cruz de Jesús.
O se podría quizás
pensar que la parábola de Jesús tenía como destinatario al
pueblo judío que rechazó al
Mesías a pesar de que como pueblo elegido recibió antes que lo paganos la
revelación divina. No como un reproche sino como una invitación, un nuevo
llamado al pueblo judío. Y entonces se comprendería mejor la afirmación que
anticipa y cierra a la parábola: “Muchos de los primeros serán los últimos y
muchos de los últimos serán los primeros” (Mt. 19, 30); “Así los últimos serán
los primeros y los primeros serán los últimos” (Mt. 20, 16). Los paganos, los
publicanos, las adúlteras, los pecadores están entre esos “últimos”.
Si
la bondad de Dios es lo
esencial de esta parábola, aplicándola a nosotros, podríamos preguntarnos si a
veces no queremos imponerle a Dios nuestros caminos, planes y medidas de
justicia; si, comparándonos con los demás quizás nos sentimos más acreedores o
con más méritos que otros porque llevamos cuenta de lo que hacemos o hemos
realizado bien y le pasamos factura a Dios. Preguntarnos si buscamos a ese Dios
que es Amor siempre dispuesto a perdonar o a otro dios que creamos a nuestra
medida. ¿Hay espacio para el perdón en nuestra cultura y nuestro mundo o éste le
reclama a Dios que cobre hasta la última falta de los pecadores? ¿Terminamos de
aceptar en la fe que la salvación y la entrada en el reino de los cielos es
gratis y que no hay un hombre que pueda probar que se la ha ganado con sus
méritos? ¿Nos preparamos para recibir el reino de los cielos abriéndonos a la
Bondad de Dios, buscando a ese Dios que se deja encontrar y que está cerca
nuestro (Isaías)? ¿Quién define hoy en nuestra sociedad concreta qué es lo
justo, hay acaso acuerdo entre los hombres para definir lo que es la justicia si
no se mira a Dios, el Bueno, el Justo? ¿Somos generosos en lo que damos y nos
damos a nuestros hermanos o nos comportamos como mezquinos que sólo entregamos
lo que nos parece “debido” y ni un centavo más, ni un minuto más de nuestro
tiempo?
Pbro. Hernán Quijano
Guesalaga,
Paraná, Argentina
Domingo 21 de septiembre
de 2008