XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 21, 33-46: La viña amada

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Introducción: explicación de la parábola

Esta figura de la viña para representar al pueblo de Israel era muy frecuente en el antiguo testamento. El Señor utiliza una imagen muy familiar a sus oyentes.

La viña es el reino de Dios y los bienes del reino mesiánico prometido a los judíos. Los labradores que la arriendan son los israelitas, especialmente sus guías y maestros: los escribas y fariseos, los doctores de la ley.

El señor de la viña, el padre de familia es Dios. La cerca, el lagar y la torre representan la ley y todas las instituciones del antiguo testamento establecidas por Dios para defender a su pueblo de la contaminación de los gentiles.

Los frutos que Dios esperaba son las buenas obras conforme a los preceptos de la ley. Los criados enviados por Dios son los profetas, a quienes el pueblo judío rechazó, despreció, injurió e incluso mató. Dios muestra su benignidad y mansedumbre mandando una y otra vez a sus profetas (es la fidelidad de Dios a su alianza). Los judíos manifiestan su dureza y perfidia negándose a escucharles y maltratándolos (es la infidelidad del pueblo a su Dios, de la esposa al esposo).

Finalmente, Dios, con un acto de misericordia infinita, manda a su mismo Hijo. Es el hijo único y muy querido, como dice san Marcos en el pasaje paralelo del que leímos de san Mateo. Es la plenitud de los tiempos y la encarnación del Verbo. "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros".

Pero, ¿qué ocurre? Los judíos, los viñadores de la parábola, sacan fuera de la viña al hijo del señor de la viña y lo matan. Es la figura de la muerte de Cristo en cruz en las afueras de Jerusalén. Jesucristo aparece en la parábola con una dignidad superior a la de los profetas enviados antes que él. Sus derechos se equiparan a los del padre, o sea a los derechos de Dios. Es el heredero legítimo del señor de la viña. Por eso en esta parábola Cristo se identifica con el protagonista, con el hijo único y amado muerto por los viñadores, y hace una clara alusión a su filiación divina.

Y lo que viene después en la parábola es el castigo de Dios sobre el pueblo judío. Pierde la viña que pasa a manos del pueblo gentil. Hace algunos domingos pasados habíamos visto cómo lo gentiles eran los trabajadores de la última hora llamados por el dueño de la viña para trabajar y recibir su salario. Los judíos rechazaron a Cristo y rechazaron la piedra angular, la piedra fundamental del edificio del reino de Dios (la viña). Y la viña será entonces su Iglesia.

 

Cuatro lecciones de esta parábola

1ª lección: una gran valoración y una fundada gratitud.

Contemplemos el amor del dueño de la viña por su viña. En la primera lectura, el profeta Isaías (5, 1-7) afirma:

"Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en una loma fértil. La cavó, le quitó las piedras y la plantó con cepas escogidas. Construyó una torre en medio de ella y también excavó un lagar. Y esperaba que diera uvas. ¿Qué más se podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? Si esperaba que diera uvas, ¿por qué produjo frutos agrios?".

El amor, la magnanimidad de Dios para perdonar, para esperar, para insistir; la delicadeza de Dios con los hombres. Todos los beneficios que desde la creación nos viene dando. Y su perdón una y otra vez, y sus avisos, y su Hijo, y su Iglesia, y sus correcciones y cuidado vigilante. La cavó, le quitó las piedras, construyó una torre en medio de ella. Para que no tropecemos, para defendernos del enemigo; nos cuida y mima como una gallina a sus pollitos; nos llamó a la vida de la gracia, una y otra vez no llamó y nos cuidó; y nos llama a la vocación sacerdotal, tantas gracias de Dios, tanta predilección, hasta las cruces. Es la poda de su viña para que dé más fruto. Cada uno podría hacer su propia historia de la salvación, o historia del amor, historia de las delicadezas de Dios conmigo.

La fidelidad de Dios, el amor de Dios deben conmovernos. Y deben suscitar en nosotros: una gran valoración y una fundada gratitud.

La gratitud es una virtud desconocida en el mundo de voy. También en nuestra Iglesia falta gratitud. Cuando se ha querido echar por tierra tanto construido en tantos siglos: en el magisterio, la liturgia y los sacramentos, en la disciplina, en el fondo hay una terrible falta de gratitud (como afirma Von Hildebrand en su obra "La viña devastada").

Pero en nuestra propia vida personal: valorar, caer en la cuenta de lo recibido permanentemente, sobre la fidelidad de Dios a mi respecto, y agradecer.

 

2ª lección: confianza segura o seguridad confiada.

El Señor no falla. El dueño de la vid no es falluto. Lo demuestra la historia grande de la salvación: una y otra vez los profetas enviados hasta enviar a su propio Hijo.

Si los viñadores no sirven, se les quita la viña y se pone a otros pero la viña dará sus frutos indefectiblemente. Tenemos asegurada la fertilidad y la fecundidad aunque los frutos a veces se demoren, tenemos seguridad (esperanza) de que vendrán, aunque haya poda y haya que cavar y quitar piedras, aunque haya malos viñadores que todavía estén en la viña.

El salmo responsorial decía:

"Vuélvete, Señor de los ejércitos, observa desde el cielo y mira. Ven a visitar tu viña, la cepa que plantó tu mano, el vástago que tú hiciste vigoroso. Nunca nos apartaremos de ti. Devuélvenos la vida e invocaremos tu nombre. Restáuranos Señor de los ejércitos, que brille tu rostro y seremos salvados".

 

3ª lección: alegría.

Es la segunda nota de la virtud teologal de la esperanza (la primera, la seguridad confiada o confianza segura).

En el antiguo testamento era la viña alegría del hombre:

·                     Noé planta la viña en una tierra que Dios ha prometido no volver ya a maldecir.

·                     La presencia de viñedos en la tierra es señal de bendición de Dios.

·                     La tierra fértil y rica en viñedos es figura de los tiempos mesiánicos.

La alegría que es fruto de la esperanza y va unida a la paz. En todas las cosas.

La segunda lectura decía (Fil. 4, 6-9): "No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia recurran a la oración, la paz de Dios que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús".

Juan Pablo Primero (alocución sobre la esperanza del 20 de septiembre) decía que santo Tomás de Aquino incluye entre las virtudes la iucunditas, o sea la capacidad de convertir en una alegre sonrisa, en la medida y modo convenientes, las cosas oídas y vistas. "Declarando virtud el bromear y hacer sonreír, santo Tomás se colocaba en la alegría de la buena nueva predicada por Cristo, de la hilaridad recomendada por san Agustín; derrotaba el pesimismo, vestía de gozo la vida cristiana, nos invitaba a animarnos con las alegrías sanas y puras que encontramos en nuestro camino".

El Papa de la sonrisa se pinta él en estas palabras. Éste es el mensaje que necesita nuestro mundo triste y angustiado: el de la alegría cristiana. Que no es chabacanería ni superficialidad. 

Cuarta lección: nuestra fidelidad (las obras)

Es el tercer elemento de la virtud de la esperanza[1], la fuerza operativa, nuestra cooperación y colaboración ilusionada con el Señor, nuestra fidelidad. Si tengo mucho, debo hacerlo rendir, debo valorar, debo trabajar, por ejemplo al dedicarme al estudio y a cumplir mi deber de estado.

Cada tanto viene el Señor de la viña a pedirme cuentas de los frutos:

¿Cómo va a la vocación sacerdotal? ¿El trabajo por la santidad? ¿Por quitar los defectos? ¿Por cavar profundo (humildad)? ¿El estudio? ¿Tu parroquia? ¿Construyes sobre la piedra angular?

Y corremos el peligro de que el Señor nos arrebate la viña como a los judíos, si no estamos haciendo rendir lo que debemos. Porque permita, incluso, que perdamos la vida de la gracia, porque permita, incluso, que perdamos la misma vocación.

Pero, para asegurar la fidelidad: la oración (segunda lectura). 

Conclusión

En la viña de Dios que es la Iglesia, Cristo es la vid y nosotros los sarmientos. El sarmiento debe estar unido a la vid, que es al mismo tiempo la piedra angular; si no, se seca y muere. Unirnos a la vid sobre todo en la Eucaristía. El vino es fruto de la vid y se transforma en la sangre de Cristo, sello de la nueva alianza de fidelidad mutua, y es la Eucaristía. 

Como otras vides, imitando la Eucaristía, debemos morir a nosotros mismos en el lagar para ser sangre de Cristo, para ser otros Cristo.

 Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Seminario de Paraná, Argentina, 1978

 



[1] Sobre los tres elementos de la esperanza, confrontar Siervo de Dios Luis María Etcheverry Boneo, varios.