Fiesta. Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán
San Juan 2, 13-22: El Templo es Cristo
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Ezequiel
40, 1b. 3a; 47,
1-2. 8-9. 12
EL TEMPLO ES CRISTO
La solemnidad que
celebramos hoy, y que ocupa el lugar de este domingo, es la de la memoria de la
dedicación o consagración de la Basílica del Santísimo Salvador o de San Juan de
Letrán en Roma, cuya primera edificación se remonta al siglo IV. Es la catedral
del Papa en Roma y se la llama la “iglesia madre y cabeza de todas las iglesias
de Roma y del mundo”.
Pero más allá de
esta referencia que nos une a todos en la comunión de la única Iglesia conducida
por el Santo Padre, hoy Benedicto XVI, cada vez que hacemos memoria agradecida
por la consagración de un templo, recordamos que
el primer templo de Dios es la Humanidad de Cristo.
La Iglesia
misma, comunidad unida a Cristo como el Cuerpo a la Cabeza, participa también
ella, aunque de modo derivado, de la condición de Cristo como templo de Dios.
Todavía se
puede aplicar el nombre de templo, con sentido propio aunque siempre derivado de
Cristo, a cada cristiano,
desde el bautismo convertido en templo vivo de la presencia de Dios. Como dice
san Pablo en la carta que leímos hoy: “¿No saben que ustedes son templo de Dios
y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?”.
Los otros templos,
los que edificamos con piedras y otros materiales de construcción,
son sólo signos del templo
de Dios que es Cristo, su Iglesia y cada bautizado.
Es verdad que
necesitamos de esos signos,
los templos construidos, para afirmar y vivir el sentido primordial del Templo
de Dios que es Jesús. Por esa razón, edificamos iglesias y las bendecimos o
consagramos solemnemente y las dedicamos de forma exclusiva al culto de Dios
mediante un rito especial y cada año recordamos agradecidos el día de su
dedicación.
Sin embargo, si
quedándonos en el signo no pasáramos a lo que es significado por el signo y da
sentido al signo, caeríamos en un error semejante al de los que se aferraron al
culto de la antigua alianza, encarnado en el templo de Jerusalén, y se
resistieron a aceptar al templo de Dios que es Jesús.
En el evangelio
hoy proclamado se recuerda un gesto simbólico muy
importante realizado por Jesús, quien, entrando en
el templo de Jerusalén, expulsó a vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a
los que cambiaban monedas, mientras esparciendo las monedas y volcando las mesas
de los cambistas, les decía “saquen eso de aquí y no conviertan la casa de mi
Padre en un mercado”.
San Juan sitúa este
episodio al inicio de su evangelio (Jn. 2, 13-21), cuando se acercaba la Pascua
Judía, y así comenzó Jesús su ministerio en Jerusalén, mientras que los
evangelistas sinópticos lo ubican al final del ministerio público de Jesús, poco
tiempo antes de la Pasión, Muerte y Resurrección, la primera Pascua cristiana.
Los cuatro
evangelistas aluden probablemente al mismo episodio, poco importa la datación
precisa. Lo que importa es el significado de ese gesto de Jesús. Tanto en san
Juan como en Mateo, Marcos y Lucas (Mt. 21, 12-17; Mc. 11, 15-19; Lc. 19,
45-48), la expulsión de los mercaderes del templo
es un signo asociado a la Pascua, a la Pascua antigua y a la Pascua de Jesús.
El nuevo Templo que sustituirá al templo de
Jerusalén, será Cristo Resucitado.
El antiguo templo así
como la antigua Pascua anticipaban y prefiguraban a Jesús.
En el templo de
Jerusalén los peregrinos podían comprar los animales para las ofrendas y
sacrificios. Y allí también había mesas de cambio para canjear las monedas
romanas, que no eran aceptadas en el templo. La existencia de unos y otros
mercaderes, cuya función era necesaria y se justificaba en orden al culto, no es
lo que condena Jesús. El gesto del Señor va más allá y manifiesta que
los antiguos ritos y sacrificios y la antigua Pascua han
de ceder ante el nuevo Sacrificio, la nueva y definitiva Pascua, el antiguo
templo ante el nuevo y definitivo Templo.
El
látigo de cuerdas que usó
Jesús para echar a los comerciantes (que no mencionan los sinópticos), no debe
entenderse como signo de violencia sino como signo
de autoridad.
Jesús había hablado con
autoridad y con autoridad divina. Da una orden: “saquen eso de aquí”, y llama al
templo de Jerusalén “la casa de mi Padre”. Estaba presentándose como el Hijo de
Dios.
Así lo entendieron los
discípulos, que recordaron y aplicaron a Jesús lo que había sido profetizado por
un salmo mesiánico (69,10): “el celo por tu casa me devora”.
Jesús había hablado y
obrado con autoridad. Así lo entendieron también los judíos, que le pidieron
justificación, y cuentas, le pidieron credenciales diciéndole: “¿Qué señal nos
presentas para obrar de ese modo?”. He aquí midiéndose y confrontándose dos
autoridades, las del templo de Jerusalén, y la autoridad de Jesús.
Le pidieron a Jesús una
señal, un signo. “¿Quién eres para dar por abolido el culto y los sacrificios
que se vienen ofreciendo en el templo de Jerusalén? ¡Prueba tu autoridad! ¡Haz
algún milagro!”.
Y aquí es donde habló
Jesús por segunda vez y dijo, respondiéndoles: “Derriben este santuario y en
tres días lo reconstruiré”. Dijo “santuario”, y no simplemente “templo” porque
se refería a la parte más sagrada del templo, donde propiamente habita Dios.
Jesús no se refería a
ese edificio del templo. Los judíos le entendieron mal. Por ello le reprochan:
“Cuarenta y seis años ha llevado la construcción de este santuario, ¿y tú lo vas
a levantar en tres días”. Jesús, como escribe san Juan, “se refería al santuario
de su cuerpo” (Jn. 3, 21). Sus discípulos así lo entendieron, pero después que
Jesús, al tercer día, resucitó, y recordando lo que había dicho Jesús, creyeron.
Dos grupos de testigos e interlocutores, los judíos y los discípulos; los
primeros mal entendieron las palabras de Jesús, los discípulos, si bien no en
ese momento, a la luz de la Resurrección de Jesús, comprendieron y creyeron que
Jesús se refería al santuario de su cuerpo.
Ésta es la señal
de autoridad que dará Jesús, su Pascua, su
Resurrección.
Por ello, decíamos más
arriba: el nuevo Templo es el Cuerpo de Jesús Resucitado. Ya no hay necesidad
del antiguo culto y los antiguos sacrificios de animales; el nuevo Sacrificio de
la Pascua de Cristo, el Cordero, los supera y lleva a la plenitud lo que en
aquellos sólo estaba prefigurado. Más que de abolición deberíamos decir
superación de lo antiguo.
El nuevo Templo es
el Cuerpo de Jesús Resucitado; ye esto debe entenderse referido también a
la Iglesia, Cuerpo de Jesús
Resucitado, Casa del Padre, lugar de su presencia donde se congrega y hace
comunidad a sus hijos.
Pbro. Hernán Quijano
Guesalaga
Capilla de las Hermanas
Mercedarias,
Capilla Policial San
Sebastián,
Paraná, Argentina
Domingo 9 de noviembre
de 2008