II Domingo de Adviento, Ciclo B
San Marcos 1, 1-8: Hacerse camino para la venida de Jesús
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Isaías 40,
1-5. 9-11
HACERSE CAMINO
PARA LA VENIDA DE JESÚS
Decía
recientemente el Papa Benedicto XVI: “la Iglesia tiene una "buena noticia" que
ofrecer: Dios nos da su tiempo.
Nosotros tenemos siempre poco tiempo, especialmente para el Señor, no sabemos o,
a veces, no queremos encontrar ese tiempo. Pues bien,
¡Dios tiene tiempo para nosotros!
Sí, Dios nos da su tiempo,
pues ha entrado en la historia
con su palabra y sus obras de salvación para abrirla a la eternidad,
para convertirla en historia de alianza.
Desde esta perspectiva, el tiempo es ya en sí
mismo un signo fundamental del amor de Dios. El
tiempo litúrgico de Adviento celebra la venida de Dios en sus dos momentos: en
primer lugar, nos invita a despertar la espera en
el regreso glorioso de Cristo; luego,
al acercarse la Navidad, nos llama a acoger al Verbo
hecho Hombre por nuestra salvación”
[1].
Una idea sobre el
Adviento propuesta por el Papa el 1° domingo que es válida para repensarla en
este segundo domingo: el Adviento como
tiempo de Dios para el hombre
que convierte el tiempo del hombre en historia de alianza.
Por la
Encarnación, Dios se mete en el tiempo del hombre
y lo transforma desde dentro. Ese gran
acontecimiento salvífico, el de la
Encarnación del Hijo de
Dios, que está en el centro de la historia del
hombre, es el que actualizamos cada Navidad.
La Encarnación corta verticalmente la
horizontalidad del tiempo humano y hace partícipe
al hombre de la eternidad divina.
A partir de la
Encarnación del Verbo de Dios, el tiempo humano
tiene “otro precio”,
la historia humana está preñada de Dios,
el reino de Dios vive y crece
en el devenir temporal del hombre hasta la plenitud de la segunda venida de
Jesús.
Jesús el Salvador da
sentido al tiempo del hombre.
Sí,
el Adviento nos ayuda a apreciar el valor del tiempo,
cada año de nuestra vida, cada mes, cada semana, cada día, cada hora, cada
minuto, cada segundo del tiempo está grávido de
Dios y de gracia salvífica.
En este segundo
domingo de Adviento se yergue ante nosotros la
figura de san Juan Bautista.
Todos los años su aparición en el Adviento precede a la
venida del Salvador en Navidad. Con razón Juan el
Bautista es presentado por el evangelista Marcos como
el mensajero que se adelanta y prepara el camino
a Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios.
San Marcos pone en
boca del profeta Isaías como un único anuncio otros dos textos del antiguo
testamento, uno de Malaquías 3, 1 (“Miren, yo
envío mi mensajero a preparar el camino delante de mí”)
y otro de Éxodo 23, 20 (“Voy a enviarte un ángel
por delante para que te cuide en el camino y te
lleve al lugar que he preparado”), junto a Isaías 40,3-4 (“Una
voz grita: en el
desierto preparen un camino al Señor;
tracen en la llanura un sendero
para nuestro Dios; que los valles se levanten, que
montes y colinas se aplanen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele”).
En la primera
lectura del día leemos algunos versículos más del anuncio profético consolador
de Isaías citado por san Marcos: “Súbete a un
monte elevado,
mensajero de Sión;
alza fuerte la voz,
mensajero de Jerusalén; álzala,
no temas, di a las ciudades
de Judá: Aquí está su Dios. Miren, el Señor Dios
llega con poder, y su brazo manda. Miren, viene
con él su salario, delante de él su recompensa.
Como un pastor que apacienta el rebaño,
su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y
hace recostar a las madres” (Is. 40, 9-11).
Mensajero y ángel
que va por delante, abriendo camino a Dios que viene con poder y recompensa y
como Pastor que apacienta y levante en sus brazos a los corderos,
voz que grita en el desierto o desde un monte elevado,
con fuerza y sin temor “Preparen el camino al
Señor”: esto se cumple en san Juan Bautista.
El
desierto de la predicación
de Juan evoca el éxodo del pueblo elegido liberado por Dios, pero también la
prueba y la purificación de los pecados.
El Señor cuya
venida prepara Juan Bautista es el Dios Pastor que viene a apacentar su rebaño
(Is. 40, 11). Viene como Salvador. No viene a condenar sino a salvar. Por
eso, la misión de Juan será la de predicar un
bautismo de arrepentimiento y de confesión de los pecados.
Es Pastor que levanta los corderos y hace recostar a las madres.
Lo que leímos en este
domingo es el comienzo del evangelio según san Marcos. Seguiremos a este
evangelista durante la mayor parte de los domingos de presente año litúrgico.
El libro se inicia
así: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús,
Mesías, Hijo de Dios” (Mc. 1,1). Donde dice
“Comienzo” no se refiere sólo al inicio de un texto escrito sino al
“Comienzo” de una historia[2],
una historia de verdad no de una ficción, un nuevo
comienzo de la historia de la salvación, la “Buena Noticia” de la salvación; eso
es lo que significa la palabra “evangelio”: la
“buena noticia” o “anuncio festivo”.
Sí,
el Señor Jesús es el Comienzo de la historia,
alfa y omega, principio y fin,
en Él, el Dios hecho Hombre, el Cristo Muerto y Resucitado, se sintetiza la
creación, ¡él es la nueva creación!,
y la plenitud de su retorno final.
“Comienzo de la
Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”
(Mc. 1,1). De entrada, el evangelista san Marcos centra la atención del
evangelio en la Persona del Salvador: Jesús, Mesías, Hijo de Dios[3].
No es el evangelio de Marcos sino de Jesús. No es
el evangelio de Juan Bautista sino de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Juan Bautista
no es el Mesías sino su presentador.
Los primeros
versículos del capítulo son como un prólogo del evangelio según Marcos, o más
bien el prólogo del evangelio de Jesús es la figura de Juan el Bautista.
Juan Bautista es el prólogo.
En el sentido original de la palabra prólogo, lo
que va antes de la Palabra.
Como escribió han
hermosamente san Agustín: Juan es la voz, Jesús es
la Palabra. La voz del que habla, como vibración
sonora captada por el oído del oyente, precede siempre a la palabra, cuyo
significado es comprendido después de oída la voz. Juan Bautista es la voz que
precede a la Palabra con mayúsculas, al Verbo de Dios encarnado.
A través de Juan
Bautista somos introducidos en el evangelio de Jesús el Salvador.
Juan es el mensajero y la voz que preparan el camino para el encuentro con el
Señor.
Juan atraía a tantos que
acudían a él de Judea y de Jerusalén
(Mc. 1, 5) y él, Juan, los transfería hacia Aquel
que vendría después de él y de Quien no es digno
de desatar las sandalias (Mc. 1, 7), hacia Aquel que mientras él bautizaba con
agua en cambio bautizaría con un bautismo superior, el bautismo del Espíritu
Santo (Mc. 1, 8).
La misión de Juan se
parece a la de los profetas:
trasmitir un mensaje de otro, anunciar lo que va a
venir. La misión de Juan
le asemeja al profeta Elías,
por eso se viste como Elías, de quien se dice que “llevaba una piel ceñida con
un cinto de cuero” (2 Reyes 1, 8), Elías, quien iba a entrar en escena
precediendo la venida del Mesías (cf. Mal. 3, 22-24: “yo les enviaré al profeta
Elías antes de que llegue el día del Señor” y Mc. 9, 11-13: “Elías vendrá
primero”).
Decía el profeta
Isaías (Is. 40,3-4): “Una voz grita:
en el desierto preparen un camino al Señor;
tracen en la llanura un sendero
para nuestro Dios; que los valles se levanten, que
montes y colinas se aplanen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele”.
¿Qué quiere decir
esto? Dice el profeta Isaías que la voz anunciaría en el desierto “que
los valles se levanten”,
o sea que se llenen las hondonadas, abismos o vacíos, y
se llenen nuestras manos y conciencia de méritos y buenas
obras. Dice igualmente Isaías que la voz
anunciaría en el desierto “que montes y colinas se
aplanen”, o sea que
se bajen los montes y colinas de nuestro orgullo y soberbia.
“Una voz grita:
que lo torcido se enderece”.
Encontramos aquí una exhortación a la rectitud.
“Enderecen sus senderos”, o sea, hagan rectos, directos, de acceso no
complicado, abiertos los senderos por los que vendrá el Señor. En otras
palabras: sean Uds. rectos, quieran y busquen
sinceramente sólo hacer el bien.[4]
Como decía
recientemente el Papa Benedicto XVI: “El Adviento es por excelencia la estación
espiritual de la esperanza y en él la Iglesia
entera está llamada a convertirse en esperanza, para ella misma y para el mundo.
Todo el organismo espiritual del Cuerpo místico asume, por así decir,
el "color" de la esperanza.
Todo el pueblo de Dios se pone en marcha
atraído por este misterio: nuestro Dios es el
"Dios que llega" y nos llama a salir a su encuentro.”[5]
En este Adviento,
bajo la guía de Juan Bautista, preparemos el camino para que el Señor Jesús
llegue una vez más hasta nosotros, a su Iglesia, al mundo. Adelantémosle a
recibirle, salgamos al camino, al encuentro del
Señor que viene. Y para ayudar a muchos hombres
que aún no le conocen, no han recibido el anuncio gozoso, la Buena Noticia de la
salvación, para que el Señor llegue hasta ellos,
abramos camino, quitemos obstáculos, facilitemos el acceso, derrumbemos muros y
divisiones, prejuicios y prevenciones, no los alejemos escandalizándoles con
nuestra falta de virtud.
Es más, hagámonos nosotros camino, camino recto, enderezado, puentes, para que Jesús pueda por nuestro medio llegar hasta los hombres con la Buena Noticia de la salvación. Seamos nosotros para los hombres de nuestro tiempo, como Juan, mensajeros, ángeles, testigos creíbles y voces que les exhorten a abrir las puertas al Redentor.
Pbro. Hernán Quijano
Guesalaga,
Parroquia del Sagrado
Corazón de Jesús,
Capilla Policial San
Sebastián,
Paraná, Argentina
Domingo 7 de diciembre
de 2008
[1] Benedicto XVI, Domingo 30 de noviembre de 2008, 1° Domingo de Adviento, Meditación del Ángelus.
[2] Cf. Nota de la Biblia de Nuestro Pueblo, Luis Alonso Schökel.
[3] Cf. Nota de la Biblia de Nuestro Pueblo, Luis Alonso Schökel.
[4] Cf. Siervo de Dios Padre Luis María Etcheverry Boneo, El clamor del Adviento, meditación, 30 de noviembre de 1968, en “Adviento y Navidad”, Ediciones Servidoras, Buenos Aires, 2002, pág. 31-34.
[5] Benedicto XVI, Basílica de San Pedro, sábado 29 de noviembre de 2008, Víspera del 1° Domingo de Adviento.