II Domingo de Adviento, Ciclo B

San Marcos 1, 1-8: Hacerse camino para la venida de Jesús

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Isaías 40, 1-5. 9-11;II° carta del apóstol san Pedro 3, 8-14;Evangelio según san Marcos 1, 1-8 

HACERSE CAMINO PARA LA VENIDA DE JESÚS

Decía recientemente el Papa Benedicto XVI: “la Iglesia tiene una "buena noticia" que ofrecer: Dios nos da su tiempo. Nosotros tenemos siempre poco tiempo, especialmente para el Señor, no sabemos o, a veces, no queremos encontrar ese tiempo. Pues bien, ¡Dios tiene tiempo para nosotros! Sí, Dios nos da su tiempo, pues ha entrado en la historia con su palabra y sus obras de salvación para abrirla a la eternidad, para convertirla en historia de alianza. Desde esta perspectiva, el tiempo es ya en sí mismo un signo fundamental del amor de Dios. El tiempo litúrgico de Adviento celebra la venida de Dios en sus dos momentos: en primer lugar, nos invita a despertar la espera en el regreso glorioso de Cristo; luego, al acercarse la Navidad, nos llama a acoger al Verbo hecho Hombre por nuestra salvación [1].

Una idea sobre el Adviento propuesta por el Papa el 1° domingo que es válida para repensarla en este segundo domingo: el Adviento como tiempo de Dios para el hombre que convierte el tiempo del hombre en historia de alianza.

Por la Encarnación, Dios se mete en el tiempo del hombre y lo transforma desde dentro. Ese gran acontecimiento salvífico, el de la Encarnación del Hijo de Dios, que está en el centro de la historia del hombre, es el que actualizamos cada Navidad. La Encarnación corta verticalmente la horizontalidad del tiempo humano y hace partícipe al hombre de la eternidad divina.

A partir de la Encarnación del Verbo de Dios, el tiempo humano tiene “otro precio”, la historia humana está preñada de Dios, el reino de Dios vive y crece en el devenir temporal del hombre hasta la plenitud de la segunda venida de Jesús.

Jesús el Salvador da sentido al tiempo del hombre.

Sí, el Adviento nos ayuda a apreciar el valor del tiempo, cada año de nuestra vida, cada mes, cada semana, cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo del tiempo está grávido de Dios y de gracia salvífica.

En este segundo domingo de Adviento se yergue ante nosotros la figura de san Juan Bautista. Todos los años su aparición en el Adviento precede a la venida del Salvador en Navidad. Con razón Juan el Bautista es presentado por el evangelista Marcos como el mensajero que se adelanta y prepara el camino a Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios.

San Marcos pone en boca del profeta Isaías como un único anuncio otros dos textos del antiguo testamento, uno de Malaquías 3, 1 (“Miren, yo envío mi mensajero a preparar el camino delante de mí”) y otro de Éxodo 23, 20 (“Voy a enviarte un ángel por delante para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado”), junto a Isaías 40,3-4 (“Una voz grita: en el desierto preparen un camino al Señor; tracen en la llanura un sendero para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se aplanen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele”).

En la primera lectura del día leemos algunos versículos más del anuncio profético consolador de Isaías citado por san Marcos: “Súbete a un monte elevado, mensajero de Sión; alza fuerte la voz, mensajero de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: Aquí está su Dios. Miren, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Miren, viene con él su salario, delante de él su recompensa. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres” (Is. 40, 9-11).

Mensajero y ángel que va por delante, abriendo camino a Dios que viene con poder y recompensa y como Pastor que apacienta y levante en sus brazos a los corderos, voz que grita en el desierto o desde un monte elevado, con fuerza y sin temor “Preparen el camino al Señor”: esto se cumple en san Juan Bautista.

El desierto de la predicación de Juan evoca el éxodo del pueblo elegido liberado por Dios, pero también la prueba y la purificación de los pecados.

El Señor cuya venida prepara Juan Bautista es el Dios Pastor que viene a apacentar su rebaño (Is. 40, 11). Viene como Salvador.  No viene a condenar sino a salvar. Por eso, la misión de Juan será la de predicar un bautismo de arrepentimiento y de confesión de los pecados. Es Pastor que levanta los corderos y hace recostar a las madres.

Lo que leímos en este domingo es el comienzo del evangelio según san Marcos. Seguiremos a este evangelista durante la mayor parte de los domingos de presente año litúrgico.

El libro se inicia así: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” (Mc. 1,1). Donde dice “Comienzo” no se refiere sólo al inicio de un texto escrito sino al “Comienzo” de una historia[2], una historia de verdad no de una ficción, un nuevo comienzo de la historia de la salvación, la “Buena Noticia” de la salvación; eso es lo que significa la palabra “evangelio”: la “buena noticia” o “anuncio festivo”.

Sí, el Señor Jesús es el Comienzo de la historia, alfa y omega, principio y fin, en Él, el Dios hecho Hombre, el Cristo Muerto y Resucitado, se sintetiza la creación, ¡él es la nueva creación!, y la plenitud de su retorno final.

“Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” (Mc. 1,1). De entrada, el evangelista san Marcos centra la atención del evangelio en la Persona del Salvador: Jesús, Mesías, Hijo de Dios[3]. No es el evangelio de Marcos sino de Jesús. No es el evangelio de Juan Bautista sino de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Juan Bautista no es el Mesías sino su presentador.

Los primeros versículos del capítulo son como un prólogo del evangelio según Marcos, o más bien el prólogo del evangelio de Jesús es la figura de Juan el Bautista. Juan Bautista es el prólogo. En el sentido original de la palabra prólogo, lo que va antes de la Palabra.

Como escribió han hermosamente san Agustín: Juan es la voz, Jesús es la Palabra. La voz del que habla, como vibración sonora captada por el oído del oyente, precede siempre a la palabra, cuyo significado es comprendido después de oída la voz. Juan Bautista es la voz que precede a la Palabra con mayúsculas, al Verbo de Dios encarnado.

A través de Juan Bautista somos introducidos en el evangelio de Jesús el Salvador. Juan es el mensajero y la voz que preparan el camino para el encuentro con el Señor.

Juan atraía a tantos que acudían a él de Judea y de Jerusalén (Mc. 1, 5) y él, Juan, los transfería hacia Aquel que vendría después de él y de Quien no es digno de desatar las sandalias (Mc. 1, 7), hacia Aquel que mientras él bautizaba con agua en cambio bautizaría con un bautismo superior, el bautismo del Espíritu Santo (Mc. 1, 8).

La misión de Juan se parece a la de los profetas: trasmitir un mensaje de otro, anunciar lo que va a venir. La misión de Juan le asemeja al profeta Elías, por eso se viste como Elías, de quien se dice que “llevaba una piel ceñida con un cinto de cuero” (2 Reyes 1, 8), Elías, quien iba a entrar en escena precediendo la venida del Mesías (cf. Mal. 3, 22-24: “yo les enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor” y Mc. 9, 11-13: “Elías vendrá primero”).

Decía el profeta Isaías (Is. 40,3-4): “Una voz grita: en el desierto preparen un camino al Señor; tracen en la llanura un sendero para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se aplanen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele”.

¿Qué quiere decir esto? Dice el profeta Isaías que la voz anunciaría en el desierto “que los valles se levanten, o sea que se llenen las hondonadas, abismos o vacíos, y se llenen nuestras manos y conciencia de méritos y buenas obras. Dice igualmente Isaías que la voz anunciaría en el desierto “que montes y colinas se aplanen”, o sea que se bajen los montes y colinas de nuestro orgullo y soberbia.Una voz grita: que lo torcido se enderece”. Encontramos aquí una exhortación a la rectitud. “Enderecen sus senderos”, o sea, hagan rectos, directos, de acceso no complicado, abiertos los senderos por los que vendrá el Señor. En otras palabras: sean Uds. rectos, quieran y busquen sinceramente sólo hacer el bien.[4]

Como decía recientemente el Papa Benedicto XVI: “El Adviento es por excelencia la estación espiritual de la esperanza y en él la Iglesia entera está llamada a convertirse en esperanza, para ella misma y para el mundo. Todo el organismo espiritual del Cuerpo místico asume, por así decir, el "color" de la esperanza. Todo el pueblo de Dios se pone en marcha atraído por este misterio: nuestro Dios es el "Dios que llega" y nos llama a salir a su encuentro.”[5]

En este Adviento, bajo la guía de Juan Bautista, preparemos el camino para que el Señor Jesús llegue una vez más hasta nosotros, a su Iglesia, al mundo. Adelantémosle a recibirle, salgamos al camino, al encuentro del Señor que viene. Y para ayudar a muchos hombres que aún no le conocen, no han recibido el anuncio gozoso, la Buena Noticia de la salvación, para que el Señor llegue hasta ellos, abramos camino, quitemos obstáculos, facilitemos el acceso, derrumbemos muros y divisiones, prejuicios y prevenciones, no los alejemos escandalizándoles con nuestra falta de virtud.

Es más, hagámonos nosotros camino, camino recto, enderezado, puentes, para que Jesús pueda por nuestro medio llegar hasta los hombres con la Buena Noticia de la salvación. Seamos nosotros para los hombres de nuestro tiempo, como Juan, mensajeros, ángeles, testigos creíbles y voces que les exhorten a abrir las puertas al Redentor. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga,

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,

Capilla Policial San Sebastián,

Paraná,  Argentina

Domingo 7 de diciembre de 2008



[1] Benedicto XVI, Domingo 30 de noviembre de 2008, 1° Domingo de Adviento, Meditación del Ángelus.

[2] Cf. Nota de la Biblia de Nuestro Pueblo, Luis Alonso Schökel.

[3] Cf. Nota de la Biblia de Nuestro Pueblo, Luis Alonso Schökel.

 

[4] Cf. Siervo de Dios Padre Luis María Etcheverry Boneo, El clamor del Adviento, meditación, 30 de noviembre de 1968, en “Adviento y Navidad”, Ediciones Servidoras, Buenos Aires, 2002, pág. 31-34.

[5] Benedicto XVI, Basílica de San Pedro, sábado 29 de noviembre de 2008, Víspera del 1° Domingo de Adviento.